De escritor a escritor. Daniel Hidalgo entrevistó a Bisama y salió una conversación que despega hablando de su última novela “El Brujo”, viaja por la metodología del escritor prolífico y se pierde en el horizonte con el apocalipsis que transmite la tele chilena.

brujo

por Daniel Hidalgo

“A veces me preguntan por mi padre y lo que hizo. En respuesta yo cuento esto para explicar qué pasó con él”, así parte El Brujo (Alfaguara, 2016), la nueva novela del escritor chileno Álvaro Bisama.

El Brujo es una historia de fotografías. O de un fotógrafo que, después de cubrir los horrores de la represión policial en dictadura, busca refugio y desaparición en Chiloé. No resulta. Las imágenes lo persiguen. Es la historia, también, entre un padre y un hijo.

Álvaro Bisama tiene 41 años y ha publicado una docena de libros. Se diversifican entre crónicas y ensayos personales en Zona Cero, Postales Urbanas, Cien Libros Chilenos y Televisión; novelas como Caja Negra, Música Marciana, Estrellas Muertas, Ruido y Taxidermia; y cuentos, con Death Metal, publicado en Perú y luego remixeado localmente como Los Muertos. Sus temáticas varían entre la violencia, el pop y el delirio, entre la memoria y el grito. Junto a su faceta de columnista, en donde se pasea por otras muchas áreas más, desde la televisión a los cómics, es sin duda uno de los autores más productivos e interesantes del panorama actual.

bisamabrujo

foto: Carla Mc-Kay

Has escrito de los 2000, de los 90, de los 80, e incluso del futuro. ¿Cómo se sabe o se define una época en un relato? Y en ese sentido, ¿cómo lo haces para lograr esa ambientación?

No buscándolo. Yo no escribo novelas históricas. No me interesa. Hay otros que las hacen increíbles, gente como Patricio Jara o Carlos Tromben. Ellos conocen y entienden el género. Yo hago otra cosa.  Para mí lo que vale es el tono afectivo, el paisaje emocional. Nunca he pensando en la verosimilitud del asunto. No lo pienso desde el realismo, no me hallo ahí pues no sé qué es, pero sí desde pensar cómo se relacionan los narradores con los objetos, las imágenes y el mismo lenguaje.

¿Qué querías contar particularmente de los años ochenta en Chile, un país militarizado y criminal, en el que sucede El Brujo?

No lo sé. La vida de un hombre que abandona todo. Un crimen. Un hombre devorado por sus imágenes. El paisaje como una especie de amplificador de la violencia. Un crimen sordo. El murmullo del mar. El frío. Un mapa de la violencia. Las voces de padres e hijos a la deriva frente al paisaje.

¿Cómo fuiste construyendo la figura del padre en El Brujo?

No usé nada biográfico. Escribí de modo lineal, tratando de descubrir yo mismo hacia donde avanzaba el relato. Nunca lo supe muy bien. Sabía que para hacerme cargo de la voz del padre tenía que partir por la del hijo y que yo mismo debía ir de lo claro a lo oscuro, de lo nítido a lo opaco, de lo conocido a la pesadilla. Ese proceso fue lineal y funcionó casi a ciegas. Cuando llegué a la voz del padre, en la segunda mitad de la novela intuía cómo iba a hablar, cómo iba a escribirla pero había tenido que abandonar la del hijo. Una es el espejo deformado de la otra. La complementa, la completa, se refleja en ella.

No he terminado Stranger Things justamente porque me gustó mucho.

Hay un momento en donde describes una fotografía de una imagen, terrible y hermosa, de un paco apuntándole a una mujer durante una protesta, y con ella mirándolo fijo. ¿Cuál es la historia de esa imagen?

No sé de dónde salió esa imagen que está en la foto de la que se habla en la novela. Me imagino que sintetiza otras o que trata de hacer eso. Nunca he pensado en ella como algo real. En mi cabeza existe como una colección de detalles que fueron creciendo mientras la escribía, inventándose ahí mismo, como si pasase de ser una imagen velada a una reconocible. Pero para mí sigue siendo oscura. La escritura de la novela es algo que me permite entenderla, darle un sentido. Por eso, lo que me importaba de esa foto era en cambio pensar en cómo funcionaba en relación a la calle, como la atrapaba y la procesaba y se armaba desde ahí aunque fuese falsa.  Me imagino que tiene que ver con el hecho de lo que yo recordaba de los trabajos de la AFI, de “La ciudad de los fotógrafos”, que tenía en mente pero no quise volver a ver porque quería que el relato huyese de lo documental y que adquiriese otros lazos, otros tonos.

Siempre me ha intrigado tu productividad, en diez años desde que partiste hasta ahora has sacado más de diez libros, prácticamente un libro al año ¿cómo se logra? ¿hay alguna rutina?

No es para tanto. Trato de escribir en la mañana, antes de irme a la universidad. No lo hago todos los días. Escribo una columna semanal en La Tercera y colaboraciones para Qué Pasa cada dos o tres semanas. Eso me mantiene activo, dando vueltas, tomando notas. Es una excusa para leer. Es tener un diario de vida sin tenerlo en realidad. A veces, escribo novelas o hago libros. A veces, como con El Brujo, esas novelas están ahí esperando sin que lo sepa y salen de un viaje, como si hubieran estado ahí desde siempre. Y ahí no lo pienso mucho. No le doy vueltas. No calculo. Asumo que hay algo que solo puedo resolver si lo escribo. Pero no tengo ninguna cábala en ese punto. Escribo en cualquier lado. Es un modo de responder preguntas que no había pensado, que no tenía tan claras.

alvaro-bisama

¿Te gustó Stranger Things?

No he terminado Stranger Things justamente porque me gustó mucho. Me cayeron bien los niños que salen y no quiero que les pase nada malo. Me la compré toda: el tono, las referencias, las ideas. De hecho, no creo que sea pura nostalgia. O quizás sí pero es la nostalgia vuelta horror y eso es bacán. Es una idea poderosa. El vintage como un terror nuevo, acaso flamante.

Zack Snyder es otra cosa. Es chanta y pretencioso. Engrupido. Snyder me parece una mierda, una bazofia de primer nivel.

¿Por qué has sido tan duro en tus reseñas con las películas de superhéroes? ¿Ni siquiera, como antiquísimo lector de sus versiones en cómics, te emocionan? ¿Qué piensas de Zack Snyder y de Michael Bay?

Ahí soy como un hincha de fútbol. No, nomás. Chao. Por un lado, Bay siempre ha sido pésimo. Eso ha pasado toda la vida aunque le respeto que siempre use a secundarios como Turturro, Buscemi o Sean Connery para darle onda a sus pelis. Todas son malas del mismo modo en que un Big Mac no es comida sana. Es cine sin seres humanos y no sé si sea malo por sí mismo. Zack Snyder es otra cosa. Es chanta y pretencioso. Engrupido. Snyder me parece una mierda, una bazofia de primer nivel. Gabriel Rodríguez, que es el único chileno que ha dibujado a Superman para DC, se paró en la mitad de la avant premiere de Batman vs Superman y se fue. Yo le encuentro razón a Gabriel. Su gesto lo dice todo. Mi impresión es que Snyder es alguien que arrienda ideas ajenas para tratar de dárselas de cineasta. No puedo con él ni con lo que hace. Lo siento. Es un cine del vacío, un cine de playstation, un cine de millonarios. Me pasa lo mismo con Geoff Johns y David Goyer, que no entiendo de qué van ni qué los mueve. De hecho, no tengo nostalgia ni tengo amor por los viejos personajes sino por las historias. Me interesa mucho más lo que está pasando con Image o Marvel que con los Nuevos 52 o como cresta se llamen ahora. DC es casi todo basura, mucha de ella ni siquiera bien hecha y cuando tuvieron la oportunidad de salvar las cosas, trayendo a gente como Ales Kot, ni siquiera lo dejaron seguir.  El número especial de Rebirth que lanzó DC no me emocionó ni me hizo llorar sino que me pareció un asalto a mano armada, oportunista e impresentable, a las ideas de Alan Moore.

En Televisión recortaste diversos textos, ensayos, críticas y reflexiones sobre ella, ¿cómo ha sido tu relación con la televisión?

Televisión es un libro que me gusta mucho no porque trate de la tele sino porque todo está mezclado ahí. El libro tiene viejas crónicas, columnas, relatos de ficción y poemas de twitter. Yo, a diferencia de lo que se pueda pensar, no estoy obsesionado con la tele. Me interesa como excusa para leer el presente, para anotarlo, para ensayar lecturas. La tele está ahí, es parte del paisaje, suena como ruido de fondo.

Además has hecho crítica de libros, de arquitectura, de comida, de cómics, de cine, ¿Qué piensas de la crítica? ¿Qué sentido juega en el mundo? ¿Desde dónde la aplicas?

He escrito de todo lo que dices pero solo he hecho crítica literaria y de televisión. Me parecería muy barsa hablar de cine o de gastronomía, por ejemplo, salvo como un visitante ocasional que pasea por esos barrios. Mi idea es que la crítica es ficción. Eso es todo. Yo la leo así. Es un relato que no parece relato. Es un modo de volver sobre un objeto para preguntarte cómo funciona, qué sentido tiene. Ese sentido proyecta a veces la sensación de que se trata de algo colectivo, de que hablas por los otros. Yo no lo tengo tan claro. Lo interesante es el juego, la continuidad, la idea de que si insistes en ella armas un mapa, compones el contorno de algo. Juntas cosas. Gestionas lazos.  Y ahí no hay verdad. Hay gusto e intuiciones, pero no hay verdad. Yo creo que esa ausencia de verdad es lo más interesante de la crítica. Es justamente lo que le da sentido al volverla un ejercicio personal, algo que tiene que ver muchas veces con un gesto autobiográfico. No escribes crítica para enseñar nada. No es pedagogía. De hecho, no tiene nada que ver con ser profesor ni con decidir cómo quieres que sea algo. O por lo menos yo no creo que sea eso sino más bien algo que filtra tu relación con el mundo, que ordena tus percepciones, que responde con un acto de amor porque para escribir sobre un formato o un género, hay que quererlo, por más que, como en la tele chilena, se haya desatado el apocalipsis.