Si tuviera que elegir grupos de la última década que, de una u otra forma, los considere “importantes“, elegiría entre ellos a Death Grips. No necesariamente entrando en los juicios de valor de grupos buenos o malos; eso va para los ociosos que celebran la disolución de Astro.

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California es tal y como la pintan: en cuanto a la música, algunos de los grupos actuales más locos vienen del estado más loco de EEUU. Un amigo que vivió por allá me dijo una vez: “Sí, todo lo que veís en el GTA 5, aunque sea una parodia de Los Ángeles… es California mismo, fuera de hueveo“. Death Grips calza dentro de la categoría de un grupo casi surrealista. Y muy loco, como California. Escucharlos puede ser un “pain in the ass” sin excusas, porque atacan todo lo que la cultura musical del siglo XXI ha creado. Pero seguir escuchándolos puede ser adictivo, peligrosamente adictivo. Y, a pesar de todo, son uno de los grupos más exitosos de lo que lleva esta década. Hasta el mismo David Bowie reconoció estar metido en la volada de Death Grips cuando componía Blackstar. De todas las cosas que podemos tener certeza del finado Bowie, es indiscutido su papel de “curador” musical. O como el programa de singles de Adult Swim, el que siempre es un muy buen termómetro para explorar en qué está la actualidad de la música y que incluyó a la banda en su compilado del 2012.

Stefan Burnett, aka MC Ride, es un huracán al frente del micrófono. Destapa las rimas, ruge y suelta con rabia su inconsciente en las canciones que hablan sobre ocultismo, conciencia universal (¿?), política y sexualidad(es). Zach Hill, el connotado ex-baterista de bandas ruidosas como Hella y Wavves, es un destructor anárquico de los ritmos y la mecánica musical. Andy Morin es el que, por último, hace lo que se le da la gana con la programación y los sintetizadores, aportando al huracán de capas y mutilaciones sonoras que es Death Grips. Pero, ¿por qué una banda que hasta ahora ha mandado a la chucha las estructuras de la música popular tiene tanto éxito? Simple. Porque, sin pretensiones, lo hacen bien. A veces pienso que se necesita la rabia y agresividad de bandas como ésta para ver hasta dónde pueden llegar los límites de la creación y experimentación musical.

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Si nos vamos a revisar los blogs, Wikipedia o cualquier página que haya hablado de Death Grips, encontramos las etiquetas de “hip hop experimental” o “industrial” o “rap punk“. Chao con las etiquetas. Esta banda hace lo que quiere; sí, pueden mezclar los géneros del hip hop, el punk o la electrónica más industrial, pero finalmente creo que se dedican más a reciclar y aniquilar sus propios procesos musicales. De hecho, en una entrevista para The Skinny en el 2012, Zach Hill reconocía que todas las experiencias de grabación o actuaciones en vivo de la banda tenían que ver con una liberación y entrada en catarsis. Por eso logran resultar tan adictivos, quizás. Porque logran con esa metodología de reciclaje y destrucción encontrar lo que otras bandas actuales no han hecho: el sentido de originalidad e importancia de la presentación en una “escena” o panorama musical aunque sean la encarnación del tánatos.

Recorriendo (rápidamente) la discografía que Death Grips ha hecho hasta este año, se nota que estos parias de Sacramento, CA no andan con flojera. Con al menos un disco (o mixtape o EP) al año desde el 2011 (a excepción del 2014), cada una de sus presentaciones varía con el estado destructivo al que uno quiera someterse. Ya, ¿pero no es muy masoquista pensar eso? No cuando la filosofía detrás de la banda tiene que ver con eso mismo. El sentido de la provocación (basta con ver la “censurada” portada para No Love Deep Web del 2012) y la anarquía de este afropunk (en términos posmodernillos, la “de-construcción musical” que logran en, por ejemplo, el mixtape Exmilitary del 2011) van completamente de la mano. El éxito que tuvo su LP debut en 2012, The Money Store, se lo debe mucho al sentido “futurista” que venía acompañando el disco tanto temática como musicalmente. El sonido que de repente es completamente caótico y derivado de la rabia del punk se mezcla con las complejidades de la compresión y programación sofisticadamente lo-fi, dando a luz una especie de bebé de Rosemary musical. Pero no es un engendro

Ahora hace poco acaba de salir el nuevo disco, Bottomless Pit. La provocación se mantiene, con una portada de referencias anales claras. La música sigue siendo compleja y a veces difícil de digerir a la primera, pero con la misma energía que los caracteriza. Las “rimas” de MC Ride se llenan de fuerza mientras Zach Hill hace retumbar las baterías y Andy Morin programa todo este exquisito caos. Death Grips podría bien ser el futuro distópico de la música. Pero sería un futuro con una de las mejores bandas sonoras.