Crecí en los suburbios de clase media baja en las afueras de Copenhague. En cualquier otra zona fuera de Escandinavia, la tal clasificación socioeconómica hubiera sido de “pobre”, pero los sistemas de seguridad social danesas y su apoyo amortiguan al resto.

No te preocupes: esta no es una historia de un invalido que logró surgir. Detesto esos clichés de héroes que lo hicieron todo por sí mismos. Llegué al lugar en el que estoy gracias a las ayudas que entrega el gobierno, protección infantil, la asistencia médica, la educación e incluso ayudas en dinero. Crecí en una casa provista por la AAB, una asociación que  promueve viviendas asequibles y mi madre era maga al conseguir todo con sus trucos, por ejemplo, andar 15 minutos extra para conseguirnos leche más barata.

Rescato dos lecciones importantes de su crianza. La primera, en cuanto a que las necesidades básicas estén satisfechas, la calidad de tu experiencia de vida sólo se relaciona a las trampas del éxito material. Aunque no todo es color de rosa, tuve una buena infancia. La segunda, no hubiera sido capaz de apreciar la verdad de la primera hasta que pude observar desde el otro lado de la reja dorada. Más de eso en un segundo.

Recuerdo haber jugado con mi hermano muchas veces a preguntarme “¿qué haría si ganara un millón de dólares?”. Podía pasar eones fantaseando qué comprar. Comparando y contrastando elecciones y posibilidades. ¿Podrías imaginarte no tener que ahorrar por un año entero para comprar una Commodore 64? ¿O escaparte a un país de vacaciones por un año? O volvámonos locos, ¿comprar un auto para la familia? Los límites llegaban al cielo.

La premisa implícita a esas indulgencias imaginarias era lo mucho que mejoraría mi vida si estuviera libre de las ataduras de las humildes asignaciones semanales. Viejo, todo sería perfecto si tan solo…

A medida que crecía, este juego nunca dejé de repetirlo en mi mente. Siempre hay más cosas que quiero hacer por sobre la cantidad de dinero que puedo gastar. No era ese trabajo por algunas metas materiales lo que realmente me atormentaba. Mi buena fortuna de haber nacido en Dinamarca, abastecido de lo esencial y vender discos de software pirata a través de mis contactos de ELITE BBS me daban cierto modesto esplendor.

Sin embargo, siempre hubo apetito por más, igualmente una creencia de que un poco más me llevaría a la dicha eterna. Soñaba con una Commodore Amiga 1200, una vez que la tuve, volver a pensarlo y darme cuenta de que en realidad necesitaba una Amiga 4000.

Allá por el 2006, sucedió de un día para otro. Jeff Bezos se había interesado en Basecamp. Jason y yo habíamos vendido una parte menor, sin control de nuestras acciones de la compañía por algunos millones de dólares cada uno (Basecamp se autofinanciaba y era rentable desde sus inicios ya que no teníamos dinero para la aventura inicial). ¡Era millonario!

Recuerdo las semanas previas en las que revisaba los números de mi cuenta y que de pronto, subieron dramáticamente. Había cumplido mi sueño. El anhelo de toda una vida acerca de lo perfecto que sería ser millonario. ¡Sería capaz de comprar todos los computadores y cámaras que siempre quise y cualquier auto que se me ocurriera!

Uno de los pilares implícitos de este sueño era el concepto de no tener que volver a trabajar. Como una eternidad de relajo destinada a proveer la dicha existencial y tenía que durar un largo tiempo. Pensé mucho al respecto. Hice todos los cálculos: si administrara el dinero correctamente, podría vivir cómodamente, no de forma estrafalaria, por el resto de mi vida sin tener que mover un dedo.

La euforia que sentí en el momento en que sucedió esto duró por el resto del día. La sonrisa interna estuvo grande que nunca por al menos una semana.

Luego, siguió una crisis mediana de fe. ¿Esto era? ¿Por qué no es el mundo diferente ahora? shake, shake ¿De verdad?

No me malinterpreten, hay una satisfacción duradera y muy real y comodidad en nunca tener que volver a mirar el precio de una comida en un restorán (aunque igual uno lo haga). Sentía que es casi imposible no estar decepcionado cuando finalmente se tiene. Las expectativas, no los resultados, gobiernan la felicidad de la realidad que percibes.

Por los primeros meses, apenas toqué algo del dinero. Claro, compré un televisor gigante y más DVDs de los que podía ver, pero no era como si no pudiera haberlo hecho antes si hubiera querido. No fue hasta casi final del año que finalmente había gastado todo en compras trilladas: ¡un Lamborghini amarillo! A pesar de que era todo muy bonito, no se movió para nada la aguja de la profunda satisfacción.

Lo que en verdad la movía era programar Ruby, construir Basecamp, escribiendo para Signal v Noise, la fotografía y disfrutar todas las formas de aprender y divertimiento de los que mi afortunado estilo de vida me había proporcionado años antes.

En cualquier caso, comencé a apreciar aún más la corriente y la calma, ya que fueron siempre las verdaderas fuentes de felicidad para mí. Era como haber abierto la cortina del sueño del millonario y descubrir que, para mi sorpresa, la mayoría de las cosas al otro lado eran cosas que ya tenía. La conmoción y asombro, por igual, pero más profundamente reconfortante.

Principalmente porque no podía perder esas cosas. Excluyendo cualquier gran calamidad, podría haber gastado en lo que fuera y hubiera vuelto al lugar en el que estaba. De vuelta ese departamento de 40 mt2 en Copenhague. Mis intereses y curiosidad se mantienen intactas. Mis pasiones firmes como siempre. He andado en una ancha franja  de espectro del primer mundo de riqueza y en ambos no sólo es posible vivir, sino que también disfrutar. Eso es una revelación.

Igual es divertido porque recuerdo a gente rica tratando de decirme esto antes. No necesariamente en persona, pero a través de entrevistas y citas inteligentes y modestas. Recuerdo siempre haber pensado “sí, es fácil para ti decirlo, tienes lo tuyo”. No está perdido en lo que muchos leerán. Sólo es natural, una reacción instintiva.

Primero porque creo que es asustador pensar que ESTO ES. Esto es lo que tengo. Que cambien los números de mi cuenta bancaria o el tamaño de mi televisor no me harán sentir completo. Tengo que averiguar qué mierda sí lo hará.

De nuevo, entiendo que tener la posibilidad de vivir tal desilusión es un privilegio increíble, que está más allá del alcance de muchos en este mundo. Nunca fui a la cama con hambre. Nunca tuve miedo de que me balearan. Nunca me preocupó si el fin de mis posibilidades fueran terminar como un atendedor de una tienda trabajando por el mínimo. La experiencia danesa me mantuvo a salvo de todas esas preocupaciones por una comodidad y seguridad básica. Por eso ni finjo que estuviera acomplejado.

Sólo puedo hablar desde la experiencia. La misma que comparto con millones de personas que no tienen que preocuparse de lo mínimo, pero quienes que aún ansían descubrir el tesoro detrás de la cortina. Para aquellos que  podrían estar evaluando renunciar a su integridad, dignidad o incluso humanidad para descubrirlo.

Los seres humanos nos aclimatamos a todas las circunstancias increíblemente rápido. La agitación no dura mucho. Hasta que te das cuenta de que el siguiente peldaño no da a donde se esconde la salvación, la canción de la sirena nos mantendrá aún encantados.

Las mejores cosas de la vida son gratis. Las segundas mejores son muy, muy caras”. – Coco Chanel

A pesar de que la cita de encima suene a verdadera, le agregaría que la diferencia entre las mejores y las segundas mejores es muy grande, por mucho. No es una buena comparación.

Una vez que las necesidades básicas están saciadas, hay poco en este mundo que valga la pena para postergarse. Has encontrado ya o, por lo menos, visto las mejores cosas (incluso si es que no te gustan). Haz que cuenten.


– DHH

El trabajo de mi vida es Basecamp. He estado ahí por más de doce años. Mira los últimos avances en renovadísima versión 3.

Creador de Ruby on Rails, fundador & CTO de Basecamp (antiguamente 37signals), autor récord en ventas del NYT de REWORK y REMOTE y Le Mans class-winning racing driver.