Michael Gira debería hacer el soundtrack del fin del mundo y moriríamos todos en éxtasis.

#YoSobrevivíASwans podría ser un buen hashtag para incluir en las fotos de Instagram de este concierto. Sobrevivir a una banda cuya presentación se veía venir como algo brutal y de alto impacto. Música que espantaría a tu mamá diría.

Fue un show ruidoso e imparable de más de dos horas y media de duración. El quinteto norteamericano se tomó todo el tiempo que quiso para mostrar lo abrasivos, bestiales y crudos que pueden ser a la hora de dar una clase sobre lo que significa tocar música en vivo.

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Foto por: Miguel Fuentes

– “Para, ¿pero te gusta Swans tanto como para ir a verlos en vivo?” – me preguntó un amigo.

– “O sea, no los conozco tanto. Soy de la generación que ha pescado más sus últimos discos que los ‘OGs’ ochenteros o noventeros”

– “Ya, pero igual cachái a lo que estái yendo, ¿o no? Lleva tapones para los oídos, te conviene”

¿Susto por los tapones? La verdad es que no. Había ido a conciertos fuertes anteriormente y sentía que, por suerte, mis tímpanos se habían puesto más resistentes con el tiempo. En lo que sí estaba pensando era qué tan bien se iba a escuchar la música en el Teatro NESCAFÉ porque, honestamente, si hubiera sido en un local sin ese nivel de sonido, el show podría haber sido infinitamente desagradable para cualquiera. Como anécdota para esto: antes de que partiera el concierto, la productora avisó que estarían repartiendo los famosos tapones. Una buena oferta para muchos.

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Foto por: Miguel Fuentes

En el impaciente público afuera había de todo: adolescentes, eternos jóvenes de 40 años para arriba, papás con sus hijos, algunos góticos y una montonera de gente de lo más heterogénea. Interesante porque, la verdad, Swans es de esas bandas de culto, cuya tribu de fanáticos los trata con respeto mesiánico; habían algunos con su colección de vinilos esperando ganarse algún autógrafo y otros que, durante el show, hacían callar al resto para escuchar todavía mejor y más fuerte.

Lo de Swans en el NESCAFÉ fue, sin duda, un espectáculo irrepetible. Pocas veces suele pasar en un concierto – de música “popular”, claro – que en vez de tocar temas o canciones, se opta por composiciones que van evolucionando al antojo de lo que los músicos quieren presentar. No hubo una supuesta “línea de continuidad” en las más de dos horas y media que duró este show. No hubo una “estructura predeterminada” o “tiempos que cumplir”. Lo que el combo liderado por el místico Michael Gira hizo fue, básicamente, reversionar libremente las composiciones de sus últimos discos de estudio, haciendo un principal hincapié en ‘The Glowing Man’, el álbum que salió este año.

Gira y su monumental presencia en el escenario estaba acompañada por Chris Pravdicka (bajo), Norman Westberg (guitarra), Phil Puleo (batería), Christoph Hahn (lap steel) y Paul Wallfish (teclados), quienes se encargaron de satisfacer considerablemente cualquiera de las expectativas que habían sobre su debut en Chile. El sonido fue apocalíptico y caótico, libre y experimental, un freestyle de composiciones que además, gracias al Teatro NESCAFÉ y el nivel de producción impecable ofrecido por Santiago Fusion, hicieron que esta presentación probablemente sea de culto en unos años más. O por lo menos va a ser difícil de olvidarse.

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Foto por: Miguel Fuentes

Volviendo a mi casa, me puse a conversar con un papá y su hijo que habían ido al show. El cabro, de unos 15 años más o menos, quedó fascinado – y un poco hecho bolsa – con lo que vio.

– “Obvio que igual, al principio, me costaba escucharlos, ¿cachái? Mi viejo me convenció de venir y, loco, sonaron la raja. Nunca había ido a un concierto de esta onda”

Si tu hijo quedó satisfecho, felicitaciones, quedaste como un papá ultra cool y chocho. Pero en fin, creo que, más allá de haber disfrutado el show o no, el público que repletó el Teatro NESCAFÉ sabía que este concierto era un imperdible. No sólo porque, como confesó Gira, la formación de la banda de ahora en adelante será una rotativa “aleatoria” de músicos. O, también, no sólo porque quizás era la “única oportunidad” de verlos en Chile. Swans fue un imperdible para cualquier fanático de la música en vivo y la experimentación libre, sobre todo para apreciar el talento de una banda que nace y renace, siempre con la intención de provocar un apocalípsis en la música a través de la alteración de las estructuras de composiciones y/o canciones. Todo esto porque, simplemente, están a la altura de hacerlo como se les dé la gana.

Todas las fotos por: Miguel Fuentes