La historia detrás del canoso crespo de la cara de Quaker es más empalagosa y difícil de tragar que sus productos.

Este año se conmemora el 300 aniversario de la muerte del cuáquero, filósofo y empresario de bienes raíces. Un curriculum bastante extraño. Se trata de William Penn, ese hombre que ves en el envase de Quaker. Su imagen está mal entendida, pero aún así es un ícono y su figura está en todas partes. Desde el envase del producto que comes en las mañanas hasta una estatua en el Ayuntamiento de Filadelfia en la que sostiene una carta colonial con un aire de visionario. Entonces tienes a Penn ínvitando a la gente a comer sano al desayuno y también como un líder político blanco colonialista.

¿Cuánto sabemos de Penn?

Andrew Murphyes es un profesor de ciencias políticas en la Universidad de Rutgers en New Brunswick, escribe sobre Penn “La reunión bajo el Tratado del olmo probablemente nunca sucedió. Y ni la estatua del ayuntamiento ni el rotundo anciano, y ciertamente no la etiqueta Quaker Oats, dan una idea del drama de la vida de Penn, los éxitos embriagadores y los fracasos aplastantes, su gran visión y su tendencia a la autocompasión y el rencor”.

Según el profesor, Penn era un hombre de cualidades paradójicas ya que integró a su vida una teología cuáquera que se basaba en la radicalidad igualitaria que insistía en que algo divino existía en cada persona. Y esto pese a que era dueño de esclavos. Sí, eso.

Penn elogiaba al parlamento y también le gustaba el sistema de jurados, pero tenía completa lealtad a un rey absolutista. “Me gusta ser un estadounidense adoptado”, escribió en 1682 cuando llegó a Estado Unidos y se radicó en Pensilvania, pero sólo pasó cuatro años ahí. Nunca supo administrar su dinero y eso le llevó a pasar ocho meses en la cárcel.


Nació en 1644 y su padre un héroe naval tenía miles de tierras irlandesas expropiadas, lo que le aseguraba una vida de privilegio e influencias de todo tipo. Pero no todo podía ser perfecto para un hombre blanco. William fue enviado a la Universidad de Oxford (Un campo de entrenamiento para la Elite) ya que no era católico. Aunque lo que realmente detonó la adolescencia de Penn fue cuando en 1667 en Irlanda se unió a los Cuáqueros, un grupo que también se conocía como Sociedad de Amigos, una de las “sectas más radicales e impopulares. Su fe le costó a Penn cuatro encarcelamientos cuando aún tenía 20 años, y su padre lo echó de la casa de la familia por su conversión”.

Pero esto no impidió que Penn se convirtiera en uno de los disidentes de la religión católica. En 1670 viajó por Inglaterra y por Europa esparciendo el mensaje cuáquero luchando porque la gente pudiera creer en  lo que quisiera. A fines de esas década y en medio de una crisis política en Inglaterra los cuáqueros fueron perseguidos así que Penn pensó en hacer un “experimento sagrado” y ocupó la colonia estadounidense para eso.

No fue el único que esparció la idea de libertad de culto, pero hizo lo suyo y en 1680 gracias a su personalidad prominente, carismática y bien conectada miles de colonos fueron a su asentamiento.

Permaneció en su colonia en Estados Unidos durante dos años. Desde 1682 hasta 1684. Una serie de eventos le hicieron perder el control de esta y esto se mezcló con sus desordenadas finanzas y en 1708 pasó tiempo en la cárcel por deudor y vendió su colonia a la Corona inglesa a cambio de dinero en efectivo. Pero nuevamente su mala suerte lo llevó a sufrir un derrame cerebral que lo debilitó desde 1712 hasta el resto de su vida muriendo en 1718 y siendo enterrado a unos 48 kilómetros de Londres en Jordans Meetinghouse.


Su muerte no significó el fin de su influencia, pese a que no todo haya salido bien en Pensilvania.

“Seguramente no es casual que, solo cinco años después de la muerte de Penn, un joven librepensador llamado Benjamin Franklin encontró un hogar agradable en Filadelfia. Penn podría elevarse sobre Filadelfia desde la parte superior del Ayuntamiento, pero Franklin seguramente sigue siendo el residente más famoso de la ciudad. Sin embargo, la carrera de Franklin es difícil de imaginar sin que el trabajo fundacional de Penn prevea un acuerdo en el que el estatus cívico de uno no dependiera de su afiliación religiosa. En 1984, el presidente estadounidense Ronald Reagan honró a Penn y a su segunda esposa Hannah con la ciudadanía estadounidense honoraria póstuma. Un poco tarde, quizás, pero todavía un reconocimiento de la contribución de Penn. Y para que conste, ¿esa cara alegre en la caja de la avena cuáquera?”, concluye el profesor.