El martes fui al paseo a la playa de la universidad. Sí, yo tampoco me lo esperaba de mí. No, no sé qué me poseyó en el minuto en que decidí ir. Pero ahí estuve. Presente. Sufriendo.

Ante comentarios alentadores de la #5 y cierta presión social, decidí comprar mi lugar en un bus pelolais (no los de San Joaquín que estaban agotados) que nos llevaría al Tabo el martes en la mañana. Punto de encuentro: Unimarc de Santa María. Ese día suena mi alarma a las 9:00am y con un sueño de la cresta y ojos semiabiertos con lagañas uhu stick les escribo a algunas amigas para preguntarles si van y decidir si definitivamente me quedaba viendo el matinal o no. Todas me mandan respuestas similares: “preguntai en serio?”, “jajajjaajajajajajajajajjaajaja“, “pfff”. Puta, obvio que no van; por algo son mis amigas, pienso. Cierro los ojos, respiro hondo y reúno una fuerza de voluntad de yizus christ goku para salir de mi cama. Mentalízate, Berni. Debe ser entretenido. Participa más. Anda. Anda. Anda. Veo el clima del Tabo y rápidamente me visto con mis clásicos shorts altos que se me ve el poto, una polera de perro negra y hawaianas. Echo una barrita doble chocolate Fiber One a mi mochila para pasar las penas y pido un Safer Tacsi.

Las intensas vibras zorronas que emanaba el Unimarc de Santa María las sentí aproximadamente a dos kilómetros de distancia en el tacsi. Parecía una broma. Figuraba yo sola entre toneladas de weones perritos surfer oakley  y weonas bronceado perfecto pelo perfecto peso bajo 40 kilos que compraban toneladas de hielo y alcohol mientras llegaba el bus. Tenía unas ganas monumentales de volver a mi cama y acostarme wata al aire semidesnuda con triple pera mientras veía a Pedrito Engel en el matinal y me llegaba un suministro constante de papilla Fiber One via sonda anal. Pero no todo en la vida se puede y me tuve que quedar. Entré al supermercado para encajar y en el proceso de seleccionar la mayor cantidad de comida calórica y rancia que podía, me encontré con varias ex compañeras de la escuela que iban en el mismo bus. Compramos algunas cosas necesarias para sobrevivir hasta las seis y salimos a esperar el bus en la entrada.

Yo estaba convencida que me iba, estilo paseo de curso, en un bus enorme con aire acondicionado y con asientos de los anchos reclinables con cortinita en la ventana para ir durmiendo rico con audífonos. Me di cuenta que mi día iba de mal en peor cuando vi el bus… Al principio pensé que era una micro rural precaria que pasaba por ahí pero cuando vi que todos recogían sus cosas y caminaban hacia ella temí.

Muchos de ustedes probablemente ya están íntimamente familiarizados con “la corrupta” y “la perversa” y esas mierdas sidosas pero yo que soy huasa carretemente hablando, solo había escuchado de estos. Ahora lo vi en cuerpo y alma mientras una onda de estremecimiento recorría mi espina: la corrupta.

Este bus culiado pasado a hanta es por lejos la weá más ilegal que he visto en mi vida. El simple hecho de caminar cerca de él significa una cadena perpetua y un par de enfermedades venéreas. “La corrupta” tiene capacidad para cuarenta personas y éramos aproximadamente sesenta y dos, o sea, que un tercio de la gente se iba parada. PARADOS. Como si fuera el metro po weona. En los asientos, que ni cinturón tenían, con cueva cabía mi poto inexistente y la mayoría tenía el cuero corroído por las mordidas de no sé qué animal diabólico que se engendró en ese bus con todas las sustancias tóxicas que hay. Para colmo, adentro del bus se podía fumar y tomar “sin problemas” (en un mundo donde la ley no existe). Se podía F-U-M-A-R, weon. Nada que me moleste más a que fumen al lado mío, por la cresta. Me enchucha hasta el infinito y de vuelta. Entonces ahí me encontraba yo, fingiendo que no quería volverme mientras olía frenéticamente mi pelo para comprobar que no tuviese olor a cigarro o a quién sabe qué. A estas alturas yo ya estaba sacando papel y lápiz para escribir mi testamento mientras me encomendaba al Espiritu Santo y a la Viryin Meri para que fuese una muerte rápida e indolora.

Les cuento que el trayecto que normalmente duraría dos horas hasta El Tabo, lo hicimos en casi cuatro horas. Cuatro horas de suplicio eterno y lágrimas silenciosas y tímidas que temían salir. Cuatro horas donde parábamos cada catorce minutos para que los weones se bajaran a mear en la carretera porque, al parecer, los picos zorrones no tienen capacidad de retención de meado. Cuatro horas culiadas donde me mamé el humo cerdo impregnándose lentamente en cada fibra de mi pelo recién lavado. Me quería morir. Pensaba nostálgicamente en mi cama deshecha, con el plumón corrido hacia el lado invitándome a entrar, con mi pillowpet de oso multicolor y mi tele prendida con la voz angelical de mi Pedrito Engel o con un capítulo sedante de Directo al corazón. Abro mi mochila y me como mi Fiber One perdidamente como una vagabunda grasienta. Me siento mejor por unos segundos y empiezo a escuchar las conversaciones alrededor mío mientras tomo no sé qué weá para estar ad hoc.  La gente es tan predecible, weon. Adivinen qué es lo primero que escucho….

∅PORFA NO 2.0.1∅

Contar la “hilarante” leyenda del muchacho del Tabo que subieron a un bus pensando que era un borracho universitario más.

Amigos, déjenme decirles algo que tal vez los tomará desprevenidos: esa historia culiá es más latera que esperar a que termine el Sultán para ver Master Chef. Lo peor es que la gente básica la repite todos los años y se juran superiores al resto por el simple hecho de saberla; como si fuesen la fuente pionera de información confidencial sobre la zona 58. Les excita ver cómo las personas aún más básicas que escuchan, contraen y dilatan sus anos periódicamente al carcajearse con esta novedosa crónica. Honestamente preferiría felar a un perro callejero con tiña y rabia antes de sufrir de nuevo la vergüenza ajena de escuchar a alguien contando esta weá. Y aun así todos en el bus escuchaban la anécdota (que por más verdadera o falsa que sea sigue siendo fome) con una dedicación tipo discípulos escuchando una parábola de Yizus mientras se reían frenéticamente.

Me desvanezco lentamente de esta conversación diarreica y escucho la polémica del día: (léase con voz áspera y poco modulada) “weon, parece que andan muy paqueros con el copete. Al inserte sobrenombre zorrón lo pararon los pacos en el camino y le botaron todo. En la entrada tampoco te dejan entrar trago”. Escándalo, tragedia, horror. Mi mente divagaba: llegan a pararnos los pacos en esta escoria de bus clandestino y les prometo que nos cobran cuarenta multas millonarias y nos enjuician a todos con pena de muerte. Pero al parecer el destino quiso otro futuro para mí porque, tras noventa paradas de meado más, llegamos al Tabo sanos e invictos.

A lo lejos veo la playa amplia, hermosa y tranquila: gaviotas volando, las olas azotando las rocas, el cielo cubierto de nubes amistosas que dejaban penetrar cierto calor del sol. Pero a lo lejos veo también algo más…  un sector ridículamente minúsculo de la playa rodeado por una reja custodiada por miles de marinos y carabineros reunía a una cantidad de gente que ni mi mirada albergaba completamente. Era absurdo. Apenas vi este corral de gente apretada e inmovible con una densidad cercana a las 170 personas/m2 me vino un ataque de claustrofobiaansiedad del hoyo. Además no tenía entrada entonces tarde o temprano iba a tener que ir a ese infierno de la puta para comprarla o conseguirme la de alguien más. Le pedí a una amiga (Coni tkm aquí está tu saludo que me vení pidiendo desde el 2001) que me acompañara a arreglar mi situación rápido y que después volviéramos al estacionamiento. Mi primer abordaje al corral fue como un rito de pasaje en mi vida. Estaba que me hacía caca mientras me acercaba cada vez más a las notas distantes de reggeaton y a los gritos de la multitud ebria. Por suerte mi travesía fue corta, porque unos minutos después que llegamos a la entrada empezaron a vender pulseras para la gente sin entrada. (Grax Yizus por acompañarme a pesar de mis pecados.) Con mi pulsera ya comprada, salí rápidamente de ahí y nos quedamos afuera conversando buena onda mientras me preparaba sicológicamente para introducirme en esa asquerosidad de evento.

Del carrete en sí, la verdad es que no tengo mucho que decir. Es como lo mismo que muestran en las noticias pero versión en vivo, por lo tanto, novecientas veces más desagradable y rancio. Desde el minuto uno que entré me quería ir y miraba con melancolía cada vez que salía un bus fino de los que llegaban a San Joaquín. Para que saliera mi “bus” gonorréico faltaban aproximadamente cuatro horas y media. Creo que hasta en un basural de desechos nucleares me hubiera sentido más limpia y segura que adentro de esa reja llena de gente aceitosa que apenas se podía mantener parada. Mi cuerpo emanaba suciedad; les juro que sentía grasa de extractos de heces saliendo por cada poro de mi cara sin parar. Para peor, tenía unas ganas de mear de la conchatumadre y la posibilidad de que entrara a uno de esos baños químicos con parásitos y epidemias era nula. Así que muy responsable y sobriamente fui a orinar a la playa porque les juro que ya había llegado a un punto en que si llegaban quinientas personas a sacarle una foto a mi poto, sería de las cosas buenas que me hubieran pasado en el día. No dimensionan lo que hubiese pagado en ese minuto por una ducha.

No sé qué hice desde que llegué hasta las 6:30pm pero sobreviví. Con mucho esfuerzo y dedicación, no lo niego. Me encontré con varias amigas de la escuela que me salvaron de mi miseria, conversé también con algunos amigos de mi nobioh e incluso conocí a un par de lectoras de mi bloc hermoso. En algún minuto hasta se me instaló a hablar un weón qlo reseca vagina del estereotipo hombre sicólogo (consultar aquí) que me tenía hasta el pico. Juraba que me tenía entera descifrada y me decía puras weás asquerosas de hombre básico heterosexual monje. Lo peor es que estaba sobrio. Al final me dijo algo en las líneas de “yo estoy pololeando, tú estay pololeando, ¿por qué estamos hablando?” y se acercó a despedirse mientras yo escondía mi semi ataque de risa por lo penoso y por el asco que me dan los hombres. Les juro por mi vida y la de mi Felipito Camiroaga que el video que salió de la weona curada corriéndole la paja a ese weón guatón con dobleces con diseño en el short mientras bailaban, era mucho menos rancio que la conversación perna y monja que tuve con ese weón que juraba que sabía todo sobre mí. La selección natural vendrá por ustedes, amigos.

Finalmente, ya tipo 6:15pm, recluto a una amiga y le digo que se cuele en mi bus para no irme sola. Salimos de ese abismo y fuimos a esperar a que llegara el cacharro con ruedas a buscarnos. La vuelta no fue mejor que la ida, con eso les digo todo. Justo la weona que estaba sentada atrás mío se puso a vomitar descontroladamente hacia el pasillo para luego proceder a apagar tele completamente y renunciar a sus responsabilidades sobre ese vomito culiado. Me fui todo el puto camino a Santiago mirando esa weá con arcadas y retorcijones y oliendo esta mierda tóxicamente tóxica. Fueron nuevamente cuatro horas.

Llegué a mi casa como a las 10:15pm directo a la ducha. Prendí el agua y me senté abajo como una esquizofrénica que vio mucho por hoy mientras observaba cómo el agua se tornaba negra a medida que limpiaba mi cuerpo y mi alma. Desde ese día tengo menos neuronas y crecientes dificultades de aprendizaje.

obs infinita