Valentina estudia periodismo, tiene 21 años y hace algún tiempo nos compartió la historia acerca de un problema que puede pasarle a cualquier chica, aunque muy pocas se atreven a enfrentar. Para no aburrirlos con introducciones mediocres, mejor pasen a leerla.
He tenido una buena vida. Desde que puedo recordar, mi papá y mi mamá y en realidad toda mi familia me han protegido dándome amor, apoyo y libertad. No creo mentir cuando digo que no me pasó nada terrible en la infancia, ningún trauma o episodio que me marcara de manera significativa (o negativa). Aún con padres separados tuve una infancia rodeada de amor. Como algunos saben, mi papá murió cuando yo tenía 16 años y ese fue el primer episodio traumático de mi vida. Hasta entonces nada malo me había pasado nunca, pero gracias a mi mamá, mi familia y mis amigos logré “superar” los primeros meses desde su muerte y desde entonces, entre terapia y el mismo tiempo, hoy es una herida que puedo llamar sanada (dentro de lo posible, claro, porque a veces creo que el luto es algo que toma casi toda una vida).
Entonces, ¿qué lleva a una niña que creció en un buen ambiente, en un entorno de respeto y amor, que se considera inteligente y con las herramientas suficientes para que le vaya bien en esta vida, a tener una relación abusiva?. Han pasado más de tres años y me sigo cuestionando qué demonios fue lo que se fundió en mi cerebro, pero al ir escribiendo esto espero ir descubriéndolo, después de todo, esta es la primera vez que hablo bien del tema.
Últimamente me he dado cuenta de muchas cosas que tenía bloqueadas, que por algún motivo no quería ver. Una de esas es darme cuenta de que tuve una relación basada en el abuso, tanto físico como psicológico, y que de ambas formas estuvo a punto de matarme. No sé por qué nunca había querido aceptar que yo había sido víctima de violencia en el pololeo. Supongo que por una parte está mi ego, que no quería aceptar que a mis 18 años me vi envuelta en algo que solo había visto en la televisión, y que hasta entonces pensaba que solo le pasaba a las mujeres adultas, tipo “lo que callamos las mujeres”, y que era imposible que a mí, una chica joven e inteligente le pudiera pasar algo parecido.
Todo empezó cuando salí del colegio y no quise entrar a la universidad, quería tomarme un año para trabajar y pensar mejor en qué quería estudiar. Empecé a trabajar de vendedora en el mall y como en mayo terminé de buena forma con mi primer pololo, después de 3 años de pololeo. Un día me meto a tuiter y había un cabro que no sé de dónde había aparecido ni cómo llegó a mí, pero me escribía siempre diciéndome que era muy bonita y que estaba “enamorado” de mí. Nos conocimos y nos llevamos muy bien, nos quedamos muchas horas juntos y hasta me vino a dejar caminando a mi casa; todo un caballero. Parecía perfecto para mí: era cuatro años mayor que yo, tenía tatuajes, un pasado algo oscuro y estaba terminando de estudiar la misma carrera a la que yo me quería meter el otro año. Cuando le preguntaba por sus ex pololas, me decía que “estaban todas locas”. Tenía esa vibra de “chico malo” pero que solo estaba esperando enamorarse para cambiar.
En realidad, eso fue lo que me vendió. Me enamoré muy rápido y sin conocerlo realmente, pero él me trataba muy bien al principio. Desde la primera vez que nos vimos me decía que estaba enamorado de mí, que su sueño era pololear conmigo y cosas por el estilo. Mientras escribo esto, me doy cuenta de que claramente era un hueón muy chanta porque no me conocía y me decía esas cosas, pero yo era chica y hasta entonces nunca había conocido a alguien con malas intenciones, así que me creí todo lo que me dijo. Por alguna razón, hasta entonces no creía que había gente mala en el mundo, o bueno, gente enferma, para ser más justa.
Me pidió pololeo a la semana de conocernos, y dije que sí.
No nos conocíamos en lo absoluto cuando empezamos a pololear. O mejor dicho, yo no lo conocía a él. De mi honestamente no había mucho que conocer. Mi personalidad aún no estaba tan definida, mis sueños y mis aspiraciones menos. Mirando hacia atrás, era como masa moldeable que no tenía claro nada en su vida, ni el presente ni el futuro. No sabía que quería estudiar porque no sabía que cosas me gustaba hacer. Tenía muy pocos amigos y no conocía nada, pero absolutamente nada del mundo porque recién venía saliendo de un colegio pequeño que era como una burbuja. Con él conocí a sus amigos que, siendo más chicos que yo, ya tenían vidas peores y muy poco futuro. Conocí lugares, personas e historias que no tenía idea que existían. La culpa es mía por haber pasado mi adolescencia muy cómoda aquí en Ñuñoa donde pasa entre nada y muy poco, siempre metida en el computador jugando Sims y comiendo chocolates. Básicamente, ni yo ni mis amigos conocíamos nada del mundo fuera de esta comuna y fuera del colegio. Todo era nuevo para mi en esa relación, y como estaba muy abierta a todas las experiencias que venían con ella, me di cuenta muy tarde que estaba metida en una muy mala relación.
Las relaciones son de a dos, eso es innegable. Nada de lo que pasó es solo su culpa o la mía. Cuando llevábamos menos de un mes ya teníamos problemas. A mi me costaba mucho confiar en él pero no sabía por qué, y como no sabía explicarle por qué me sentía mal, terminábamos peleando. Yo le decía “mi instinto me dice que algo no está bien”, pero eso es lo mismo que decir nada. Pero era la verdad. Mi instinto me decía constantemente que algo estaba mal.
Cuando terminamos me enteré de que nunca dejó de hablar con otra “mujeres”. Mujeres entre comillas porque jamás habló con ninguna niña mayor de 18 años, aún cuando el tenía 23 en ese entonces. Desde el día uno hasta que terminamos, él hablaba todo el tiempo con otras niñas. Se las joteaba, claro. Pero yo no sabía esto. No tenía pruebas ni lo había visto. Sin embargo, una voz en mí siempre me decía que algo no estaba bien, y por culpa de esa inseguridad peleabamos mucho. Jamás me admitió que hablara con otras chicas y me hacía sentir (y me trataba) como una loca por sentirme mal sin siquiera saber por qué. Nuestras peleas rápidamente empezaron a ser peores. Si peleábamos en la calle, me dejaba atrás gritándome frente a todos que estaba loca. Si peleábamos en la casa, se iba a una plaza que está al frente de mi departamento y se quedaba ahí horas, sentado en una banca que se ve desde mi ventana, sin moverse, hasta que yo lo llamara o bajara a buscarlo.
Teníamos una relación obsesiva por donde se mirara. Discutíamos el 70% del tiempo, y el otro 30% era puro amor y diversión. Nos llevábamos muy bien si no peleabamos, siempre teníamos cosas de que hablar, teníamos el mismo humor y nos reíamos mucho, y al menos yo lo amaba mucho, estaba muy enamorada, quién chucha sabe por qué.
Nuestras peleas eran terribles. Nunca antes había discutido con nadie de la manera en que discutía con él, ni lo he vuelto a hacer. La noche de navidad fue una pelea desde las 2 de la mañana hasta las 6, llanto con hipo incluido porque él creía que no me había esforzado lo suficiente en los regalos que le di. Él, en cambio, se había esforzado mucho y me había regalado una tornamesa muy bonita (la que hace poco vendí, porque era lo último que me recordaba a él).
Yo justificaba todo diciendo que peleabamos mucho porque el era Aries y yo Capricornio, o sea, una de las peores combinaciones de la historia.
Ese año nuevo, y cuando llevábamos menos de cuatro meses, fue la primera vez que me trató mal físicamente. Como siempre la pelea inicial fue una estupidez. Yo venía del trabajo y se suponía que tenía que ir a buscarme a la estación de metro porque él decía que vivía en un lugar muy peligroso y no me podía ir sola. Le dije a que hora iba a llegar pero no estaba cuando aparecí. Esperé como 40 minutos y no me contestaba el teléfono. Así que filo, partí sola a su casa porque me conocía el camino, pero llegué enojada. Y pum, pelea intensa. Qué por qué quiero arruinar el año nuevo, que siempre estoy hueviando por algo, que bla bla. Yo no podía parar de llorar. Lloraba mucho durante las peleas porque me frustraba que todo siempre terminara así. Estaba tan enojado conmigo que me agarró de la pierna y me botó de la cama en la que estaba acostada, me arrastró hasta afuera de la puerta y la cerró. Bajé al primer piso y ahí estaba su mamá, que no entendía por qué lloraba tanto. Yo ni siquiera podía hablar. Nunca nadie me había tratado con tanta rudeza. Cuando él cachó que su mamá me estaba preguntando qué pasaba, bajó gritando que quería que me fuera, me agarró del brazo y me echó de la casa, cerrando de un portazo. Quedé afuera sin poder parar de llorar, principalmente porque estaba muy lejos de mi casa y ya era tarde y no tenía cómo volver. Su mamá abrió la puerta y me hizo pasar, intentó mucho rato que dejara de llorar pero no podía. La cena fue muy incómoda porque él no me hablaba y a mi a veces se me escapaban suspiros con los que intentaba no llorar. No recuerdo cómo pero después no peleamos más, todo bien “como siempre” y filo, pasó el mal rato.
En esa época yo trabaja todos los días y mi jefe siempre me preguntaba si dormía lo suficiente porque siempre parecía que tenía noches terribles. Y era verdad. Hubo noches en las que ni siquiera podía dormir porque peleabamos hasta las 8 de la mañana, hora en la que tenía que prepararme para ir a trabajar. Pero él me acompañaba hasta allá, y para mí eso era lo suficiente para olvidar todo el mal rato. Mis compañeras siempre me preguntaban qué hacía para tener un pololo tan bueno que me fuera a dejar a las 10 de la mañana al trabajo y que después llegara con un café para mí. Ya saben chicas.
No recuerdo la primera vez que me pegó, pero sí recuerdo que fue un cabezazo. No recuerdo por qué estábamos peleando tampoco, pero ya llevábamos varias horas en eso y me agarró la cabeza y me pegó contra la suya. Eso se volvió algo muy habitual. Otras veces me agarraba la cabeza y me pegaba contra la pared. No era tan fuerte como para hacerme mucho daño, pero era lo suficiente como para dejarme llorando mucho rato. Tampoco recuerdo la primera vez que me mordió, pero también se volvió algo normal en las peleas.
Un día llegó a mi casa con un bolso. Me dijo que se había ido de la casa porque su mamá estaba loca. No me preguntó si se podía quedar en mi casa, porque el sabía que no era necesario. Así fue como desde principios de febrero hasta que terminamos en julio vivió conmigo en mi casa.
Entré a la universidad pero no puedo recordar mucho de ese tiempo, supongo que tengo todo muy bloqueado. No recuerdo cómo me despertaba en la mañana, ni como iba todos los días, porque todo seguía igual entre nosotros. Vivía conmigo pero jamás pagó nada, ni siquiera su propio desodorante. Yo le decía que buscara trabajo en cualquier cosa pero no quería. Hizo la práctica pero apenas la terminó no volvió a trabajar. Yo jamás le pedí ningún peso y mi mamá tampoco me presionó por nada. Mi mejor amiga lo odiaba, y eso que yo solo le contaba la mitad de las cosas porque no quería que lo odiara aún más, porque tenía fe en que algún día todo estaría bien.
A veces cuando iba saliendo a la universidad, veía en el velador su libreta abierta, con cartas de suicidio en las que me pedía perdón.
No quería terminar con él, porque de verdad lo amaba, pero sabía que nada estaba bien. Mientras lloraba, le rogaba al cielo literalmente para que me diera la fuerza para poder terminar con él, pero no pasaba nada. Cada vez que peleabamos y yo le decía que no estábamos bien juntos, me rogaba que no lo dejara, que me necesitaba, que se iba a morir sin mí.
Yo escuchaba todo el día el Electra Heart de Marina and the Diamonds. La mayoría de las canciones me hacían sentido, sobre todo la canción Buy the Stars, el himno de mi depresión. No hablaba con nadie de este tema y tenía muchos pensamientos suicidas, sentía que era la única forma de escapar.
Jamás se me pasó por la cabeza contarle a mi mamá, sabía que era capaz de matarlo, fuera de hueveo. Torturarlo de hecho. Lenta y dolorosamente. La Laura a veces me amenazaba con que le iba a decir a mi mamá todo lo que estaba pasando, pero yo le decía que si hacía eso, no le iba a hablar nunca más. No podía dejar de protegerlo. Después de que me pegaba en las peleas, yo lo abrazaba y le decía que no se preocupara, que yo estaba bien, que todo iba a estar bien.
Como a los dos meses de vivir juntos, le empecé a rogar para que volviera a su casa. Él decía que era imposible, que no iba a volver a vivir con su mamá. Se lo pedía al menos una vez a la semana. Llegué a pedírselo a sus mejores amigos, les rogaba que por favor lo convencieran de volver a su casa, pero nada.
La peor de todas las veces (y me gustaría decir que fue el momento en que corté todo con él, pero no), fue una vez en que yo estaba resfriada y le pedí que se quedara conmigo porque me sentía mal. El problema es que era viernes y él se iba todos los viernes donde un amigo a jugar play con sus otros amigos. Error. Furia. Qué cómo chucha se me ocurría eso, si estaba todos los días conmigo. Una discusión como las de siempre.
En un momento, estaba detrás de mí y me empezó a ahorcar. Fue muy rápido todo, no recuerdo cuánto tiempo fue, pero después me pegó en la cabeza un manotazo y me caí al piso. Me quedé ahí congelada, porque nunca me había pegado así ni tan fuerte como para botarme. Se tiró al piso a llorar y a pedirme perdón, pero por primera vez yo no estaba llorando, estaba en shock y tenía mucho miedo. Me levanté y me fui al living. Él se quedó en el piso de la cocina llorando. Me senté en el sillón, y apareció, pidiéndome perdón. Yo no podía hablar, ni llorar. Me rogaba porque le dijera algo pero simplemente no podía, solo lo miraba.
No sé qué habrá dejado de hacer conexión en su cerebro, pero en un momento me miró con unos ojos llenos de rabia y me dijo algo así como “ya estoy chato, nos vamos a morir los dos”, y me tomó en brazos y empezó a caminar al balcón de mi departamento, en un noveno piso. Me intenté agarrar del sillón, de la pared, de lo que tuviera cerca pero no alcancé a afirmarme de nada. Creo que nunca he tenido tanto miedo en mi vida. Por suerte él no era ni muy alto ni muy fuerte, así que hice todo el peso muerto que pude mientras me movía hacia los lados y nos terminamos cayendo los dos al piso. De ahí no recuerdo mucho, supongo que le dije que no se preocupara, que todo estaba bien. Terminó yendo donde su amigo porque le pedí que fuera.
Una de las razones por las que no podía terminar con él era la manipulación psicológica. Él me decía que no lo podía abandonar, que se iba a suicidar, que nada tenía sentido si lo dejaba. Decía que mi papá se murió por culpa de mi mamá que se separó de él, y que yo no fuera como ella, y muchas veces encontré cartas de suicidio que dejaba estratégicamente a mi alcance.
Además, me sentía sola. Creía que era la única persona que pasaba por algo así. Ninguna de mis amigas pasó por nada parecido y creía que nadie me iba a entender. No quería hablar ni investigar al respecto porque pensé que a nadie más le pasaba. Todo el tiempo lo viví como una batalla personal, en la que no le podía pedir ayuda a nadie porque nadie podía ayudarme ni entenderme. Tenía vergüenza de estar viviendo algo así.
En julio, como un mes y medio del episodio del balcón, terminé con él. Uno diría “eh, por fin terminaste, todo estará bien”, pero no. Terminar fue peor (en ese momento) que seguir con él. Yo no quería terminar, porque insisto, lo amaba y no me imaginaba sin él. Me vi obligada a terminar porque un día leí sin querer una conversación que tenía con una cabra a la que le decía que quería acostarse con ella, que pololeaba conmigo solo porque no tenía donde vivir. Casi me muero, ¿alguna vez han sentido que su alma los abandona?. A mi me pasó, me pasó tan fuerte que casi me desmayo y me demoré muchos días en dejar de llorar. Después de leer eso, empecé a cachar que ella no era la única con la que hablaba, también hablaba con muchas, muchas más y desde el inicio de nuestra relación. Incluyendo su ex, a la que le decía que quería volver, que se estaba muriendo sin ella. Ahí realmente empezó el peor momento de mi vida.
Deben creer que soy una estúpida, que cómo me afectó más descubrir que hablaba con otras mujeres en vez que de el hueón me pegara y me manipulara tanto psicológicamente. Y la razón es que por amor yo era capaz de aguantar eso, porque tenía fe en que él eventualmente iba a estar bien, que con el amor que sentíamos algún día íbamos a dejar de pelear y nuestra relación iba a mejorar. Yo era capaz de aguantar como una tonta solo por amor, porque me hacía creer que me amaba tanto como yo a él. Pero cuando leí todas esas cosas descubrí que yo era la única estúpida luchando por amor, que él solo se había aprovechado de mi todo ese tiempo, y ese fue el punto final.
No mentira, no fue el punto final. Después de eso intenté volver con él porque me juraba que todo era mentira, que lo había hecho de tonto, de inestable, de inseguro. Y yo la muy tonta le creía y quería volver a estar con él. Pero tuve la ocurrencia desesperada de que el mismo día que terminamos llamé a mi mamá y le dije que me buscara un psicólogo, que tenía que ir a terapia cuanto antes. Eso me salvó. La psicóloga hizo un muy buen trabajo porque yo era muy honesta con ella y le conté todo, incluyendo que quería volver con él. Aunque nos vimos muchas veces y hablábamos harto, nunca volvimos, aunque el seguía diciéndome que se iba a matar si no estaba conmigo.
Cuando terminamos, obviamente volvió a vivir con su mamá, como si nada. Un día mi hermano le pegó, porque se enteró de que me había “cagado” hablando con otras mujeres. Su mamá lo llevó a constatar lesiones al hospital, y denunció a mi hermano. Su mamá me dejó un mensaje en facebook culpándome de todo, diciéndome que estaba loca y que lo único que hacía era hacerle daño. Cuando le conté que su hijo se había pasado toda la relación pegándome me dijo: “si es verdad, anda a constatar lesiones entonces, ¿dónde están los moretones?”.
Y desde que terminamos hasta exactamente un año después, fue el momento más terrible de mi vida. Me dolía todo. Ahora era yo la que se quería morir. No entendía nada. Tenía una angustia que no me dejaba vivir, ni respirar. Solo podía ver en mi cabeza todas las conversaciones que había leído. Yo lo amaba y quería estar con él, pero no podía porque me había mentido mucho, me había engañado muchas veces. Y aún así, yo quería estar con él. No podía dormir. Casi me echo todos los ramos en la universidad porque no podía levantarme. Empecé a sufrir un insomnio absurdo mezclado con miedo a la oscuridad. Tuve que dormir todo ese año con mi mamá, porque me daba no miedo, sino que pánico dormir sola. Me dormía a las 6 de la mañana, sin importar qué tan cansada estuviera, y tenía pesadillas todo el tiempo que alcanzaba a dormir.
Una de las secuelas más importantes que me dejó todo esto fue una inseguridad terrible. Durante y después de la relación, me sentía tan insegura de mi misma; de mi belleza, de mi inteligencia y de mi personalidad. No me sentía capaz de nada. Creía que todos los hombres eran así de malos y que mi vida se iba a basar en esperar que no me engañaran con otras mujeres. Hasta el día de hoy me cuesta manejar eso, pero este tema da para largo, y probablemente (y si quieren) puedo dedicarle otra entrada a eso.
Hoy estoy bien. Casi todo está superado. Tengo una relación increíble con alguien maravilloso. Pero no entiendo cómo es que incluso tres años después me cueste tanto hablar de esto. Hay muchas cosas que estoy excluyendo por una cosa de espacio, pero que son igual de importantes, sobre todo sobre las secuelas que todo esto me dejó.
Hasta el día de hoy no creo que hayan víctimas ni victimarios en todo lo que pasó. Racionalmente, yo fui víctima porque me pegaron y me dijeron y me hicieron cosas terribles. Pero él también es una víctima. Es víctima de una vida terrible, de una mamá violenta y de un papá ausente. La historia es cíclica, y las cosas se repiten. Es difícil que alguien que probablemente tenga varios problemas psicológicos no tratados, que no recibió ni el amor ni el apoyo que todo niño se merece crezca como un adulto estable emocionalmente. Eso no justifica la violencia, pero al menos me hace entender de dónde viene. Yo sé que no tengo la culpa de cómo haya sido su infancia, ni de cómo lo haya tratado su mamá. No era responsable de su estabilidad ni de su vida, pero cuando uno ama a alguien, es imposible desligarse de eso. La única solución era terminar con él antes de que el daño estuviera hecho, pero como dije, estaba enamorada, y al menos yo, si amo a alguien, a quien sea, no puedo dejarlo botado a su suerte solo porque no están bien. Yo sí tuve una buena infancia, tuve amor y apoyo siempre, y si yo estaba bien psicológicamente sentía que era mi deber apoyarlo.
Pero, ¿qué me motivó, después de tres años, a contar algo tan personal?.
Hace poco me di cuenta de que hasta el día de hoy, me cuesta aceptar que tuve una relación abusiva y que fui víctima de maltrato físico y psicológico. Como conté al principio, pensé que eso ya no pasaba, que somos una sociedad algo desarrollada en la que este tipo de violencia está cada vez menos presente, o al menos no en la juventud. Creía que era algo que solo le pasa a las mujeres más viejas, que no saben cuales son sus derechos y que de hecho son machistas. Que pasaba solo en “mujer rompe el silencio”. Yo no tengo una gota de machista, por el contrario. Tuve una buena educación y una buena crianza. Mi mamá es hiper feminista, y lo que más recuerdo de sus enseñanzas es que “nadie me puede poner un dedo encima, o hacerme sentir inferior”. Tuve un papá perfecto que jamás me pegó ni gritó. Fui a un colegio moderno y fui criada bajo todos los cánones morales del respeto y la igualdad, y por sobre todo, la no violencia. Y aún así, con todo ese historial, estuve un año en una relación en la que me manipularon, me pegaron incontables veces y hasta casi me tiran de un balcón.
Y hace poco me puse a pensar, que si eso me pasó a mí, ¿qué pasa con todas las otras chicas?. Qué pasa con todas las otras niñas que no tuvieron una infancia tan buena con la mía, que no tienen claro que nadie les puede pegar, que han visto a su papá pegarle a la mamá o tienen la violencia más familiarizada. ¿Qué pasa con todas esas chicas que no saben, que no se informan, que no tienen una mamá como la mía que siempre les dijo que eran lo más importante y que nadie les podía hacer nada?. Quizás es una batalla que no es la mía, claramente es más grande que yo y es poco lo que puedo hacer, pero si puedo aportar al menos con mi testimonio, si eso puede ayudar a alguien que esté en una situación similar, entonces vale la pena.
Con cifras que indican que el 20% de las universitarias es víctima de violencia física en el pololeo, y al menos un 50% es víctima de violencia psicológica, solo queda decir que son muchas las personas que como yo, están o estuvieron pasando por algo así. Lo único que les puedo decir es que pidan ayuda. Si no tienen la fuerza para escapar de esa relación, pidan ayuda. Díganles a sus papás sin miedo, a sus amigos, a quienes puedan. Hablen de eso. Mientras más lo hablen, menos natural empieza a parecer la situación. Cuando se dice en voz alta, uno empieza a notar que hay cosas que definitivamente no están bien, pero que si las mantenemos solo para nosotros se empiezan a volver parte de nuestra realidad. Recuerden que lamentablemente hay cosas que al amor no puede hacer. Hay personas a las que el amor no puede curar.
– Por Valentina Millán.