Tenía claro que estaba falsamente ilusionado (como probablemente gran parte de la actual población adulto-joven) pero, aún así, decidí descargar Tinder. No tenía idea que esto me esperaba.

Por Rodrigo Wells

Les contaré como ha sido mi travesía buscando el amor en tiempos de redes sociales. En ese momento, estaba pasando por una especie de ahogo emocional; necesitaba validarme a través de una media naranja. Iluso.

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Que la gran parte de mis amigos/as ya tenga novio/a es lo que me motiva casi como a un infante a conocer a alguien que me cambie el mundo, que me haga sentir mariposas en la guata, me diga que somos exclusivos y quiera vivir todo lo bonito que veo en las parejas que me rodean, pero conmigo como protagonista (si, a mí me dicen “el que se pasa el rollo”).

Aunque quizás no se relaciona tanto conmigo sino con mi generación (los reyes del fast food y el 4G), muchas veces me he dado cuenta de que, incluso viviendo en 2017, espero al “príncipe azul” (en su defecto, princesa), puesto que fue el mejor ejemplo para aprender a ser un baby romantic cuando estaba en el jardín, de la mano de grandes del VHS noventero-infantil como “La Sirenita”, “La Bella Durmiente”, e incluso “La Cenicienta”, porque si esa galla podía tener al mejor mino del pueblo a sus pies, pese a su historia de sufrimiento, obvio que yo igual podía optar a algo parecido.

Como – casi – todo veinteañero, me he visto enlistado en gran parte de las plataformas digitales sociales: MSN, Fotolog, Facebook, Twitter, WhatsApp, Instagram, Snapchat, etc. Tal vez sea porque nos criamos con ellas y vivimos su evolución que nos acostumbramos a la inmediatez. Ahora esperamos ansiosos todo lo que viene a “futuro”; tenemos desarrollada una mentalidad en la que pensamos que todo tiene que ser ahora ya. No recrimino a las RR.SS., pero siento que debido a ellas nos hemos tornado una generación que se sobreexige, especialmente en el amor.

A través de cualquier red social, cada quien es libre de venderse como quiera (hasta aquí, todo bien), poniendo una foto que es o no suya, publicando sus gustos o poniendo cosas que piensa que “son llamativas” para las personas que visiten su perfil… Aquí es cuando la cosa comienza a tomar otro sentido.

Obvio que aceptas la solicitud de alguien cuando ves su foto y te llama la atención, tienen gustos relativamente parecidos según aparenta su cuenta, revisas un poco los amigos que tienen en común, pero típico que son puras páginas que venden cosas en línea y no son amigos que conoces para preguntarles con confianza “quién es esta persona y de dónde salió?”. Pelas el cable con él a través del chat unos días y te dice que se junten. Aceptas, el nervio te carcome, llega el momento de verse y es cualquier cosa, MENOS lo que parecía en su foto.

En Tinder pasa igual, conoces a alguien, no es quien vez en la foto (sin cara por cierto, te dice que tú mandas y te manda), todo el color del mundo, al final te dice que está caliente y que quiere juntarse contigo, que tiene lugar y está solo en la casa, filo, otro más que sólo busca follar… Next.

Les contaré mi experiencia en Tinder, aunque tenía claro que estaba falsamente ilusionado (como probablemente gran parte de la actual población adulto-joven), decidí descargar la app. Estaba pasando por algo así como una especie de ahogo emocional en donde necesita validarme a través de mi media naranja. Iluso. Entre todo el show de ponerle like a alguien y que hiciéramos match, igual tengo que asumir que pasó un rato, porque no pesqué mucho la app al principio, después cuando me metí, tenía varios match y ahí es donde comenzó todo mi cuestionamiento.

Todas las preguntas eran muy similares a lo siguiente: “tienes lugar”, “eres dotado”, “que andas buscando”, “¿juntémonos en mi casa esta noche?”. Y yo impactado, creyendo que todo era diferente… Decidí fingir demencia y hacer como que nadie me preguntó eso. Después de un buen rato de intentos, di con alguien que buscaba una onda “parecida a la mía”. Bacán, todo bien, buena onda. Me dijo que nos juntáramos y accedí. Llegué al parque donde quedamos de juntarnos, todo funcionó en la buena onda, después de un rato se me tira, me da un beso y me dice… “Ya, vamos a mi casa, vivo por aquí cerca”. Y yo complemente negro, le dije “para, para, para, para, para”. Pensaba que no estabas en esa onda. A lo que responde “pensé que igual querías algo, por último vamos a la disco y agarramos en los baños, no te hagai el cartucho, se te nota que querí” (en los baños, jamás). Tomé la poca dignidad que me quedó después de eso (porque obvio, yo cuático, en verdad iba con la esperanza de tener una cita para conocer al amor de mi vida), agarré mi mochila y caminé a tomar el metro, pasándome todas las películas que podrían haber pasado si hubiese pasado lo de la disco.

No pesqué, me fui a ver a ver a una amiga que me iba a acompañar a una fiesta. Llegué a buscarla y me dijo que no podía ir, no se sentía bien. Me llegó a buscar un radiotaxi, me fui a la fiesta solo, lo pasé bacán, me devolví en un taxi que me compartió una chica que conocí en el lugar, quedé solo en el viaje de regreso y comencé a hablar con el chofer en la buena onda, sobre la vida y las cosas random que uno habla con un conductor, normal. Cuando llegamos a mi destino final, el loco se pone hardcore y me ofrece hacerle sexo oral, que me paga y que no se qué. Plop. Chao. Me fui a la mierda a niveles descomunales. Me bajé, subí al departamento y le conté a mi amiga… No me creyó y me fui a dormir.

Antes de quedarme dormido, me volví a meter a Tinder con la intención de borrar mi cuenta, para darle fin a mi paso por la app. Pese a que iba decidido, por curiosidad revisé quienes me habían dado like, como para creerme el cuento no más. Y ahí estaba el taxista furioso, el más reciente de mi lista. Chao corazón. Borré la cuenta y me dormí tranquilito.

Entonces después de toda mi odisea me pregunto ¿Qué onda lo difícil que es encontrar a alguien que quiera caminar contigo? Probablemente soy el más idealista, pero creo fielmente que ya no queda gente que busque una relación real. Ten cuidado con donde haces tap, que en una oportunidad escuché por ahí “lo que te trae Tinder, se lo lleva Tinder”.