En el día del hincha homenajeamos a todxs aquellxs que se desviven por el irracional amor que te hace seguir, y sufrir, los colores de un equipo.
por Javier Manríquez
Ser hincha de un club es muy parecido a enamorarse. Querer, aunque no te quieran. Querer, y que te quieran de vuelta: ser felices juntos. Volver a querer, cuando las cosas no están bien. Ser ingrato incluso, mentir a veces, mentirse, hasta ser infiel, perderse un partido, coquetear con otras hinchadas, ponerse otra camiseta, perder un campeonato, descender de categoría.
Y seguirse queriendo, al final.
Amor, más grande que uno y ya. Como esa vez que salimos campeones y nos volvimos locos, más locos que nunca, y lo rompimos todo. O esa vez que perdimos y ya nada tuvo sentido. Esa vez que estábamos perdidos, y un gol en los descuentos nos salvó la vida.
¿Cómo vive el dolor el hincha que le tocó sufrir? El hincha de Cobresal, el de San Luis, el de Calera. ¿Cómo será ser hincha sin nunca salir campeón? Un amor de otra manera. Un amor que se desarrolla de otro modo. Será un cariño injusto, acaso, o será más bien de esos lazos que son más fuertes en la adversidad. Cómo será esa alegría al entrar a la cancha, cada fin de semana. Esa fidelidad contra todo y contra todos. Como un orgullo, a lo mejor, como un soldado herido que sabe que va a perder pero va a la guerra igual y hay belleza en el gesto.
Como el mito de Sísifo, eso de subir la piedra a duras penas solo para llegar arriba, bajar y empezar de nuevo otra vez.
Belleza en el esfuerzo. Belleza en la esperanza. Belleza en la triste hidalguía. Nunca me va a querer. Pero yo la quiero, y la voy a querer igual.
Y qué pasa entonces cuando nadie se lo espera y se da la vuelta, como Cobresal ese año terrible que levantó la copa literalmente del barro. Cómo se vive esa alegría, ¿Se sabe ser feliz? ¿Es innata la felicidad o hay que aprenderla?
Cómo será ser campeón una sola vez y después nunca más. Cómo se vive ser campeón en segunda, o salvarse del descenso (¿será mejor? ¿inexplicable, incomprensible?). Ser el único, ser el último, ser de Huachipato, ser de O’higgins. (Ser. Cuando uno es hincha, es, de un equipo) Ser minero y romperse el lomo, quemarse, por ver a tu equipo y una alegría contra un grande.
Cómo será ser hincha del Wanderers, si cada cierto tiempo se quema la tierra y nada cambia y hace tanto tiempo que no sale campeón. Cómo será ser hincha de las colonias, hijos, nietos de inmigrantes, de pueblos que sufren hasta hoy, del Palestino, de la Unión, del Audax, ser hincha de familia, de tradiciones, de herencia. Esa es otra forma de amar, también. Es de alguna manera amar frente a un espejo, amar de dónde vienes y verte jugando al fútbol, creer en las historias, en los caminos, en campañas y no en títulos. En ese equipo que no ganó nada pero por Dios que jugaba bien. ¿Te acuerdas? Puta que jugábamos lindo, llegamos a semis de un torneo internacional, nos robaron la final, como el pueblo del que vinieron tus abuelos y que ya no está, como el amor que no fue pero no se va a olvidar jamás.
Cómo será ser hincha de regiones, a veces desigual, a veces perjudicado, pero siempre noble, siempre fiel, amable y siempre al borde del olvido.
Y cómo será ser hincha de un club grande, de Colo Colo, de la U, de Católica. ¿Será posible acostumbrarse a ganar? ¿Cuál es la tolerancia de la derrota? Como un amor demasiado cómodo, como un amor fácil, a la primera, viviendo entre lujos, quizá sea otra forma de estar encerrados, quizá duela más perder y quizá sea menos la alegría de ganar. Cómo será querer cuando cuesta el mínimo. Cómo será entregar cuando siempre se va a pedir más a cambio.
Un partido de día de Miércoles. Uno cero abajo. Se empieza a ir la ilusión que esperamos tanto. Y un autogol. Un autogol de mierda, una mala cueva, un rajazo. Dos cero inmerecido, totalmente. Y aparece el descuento, la esperanza y después en Santiago empatamos jugando a nada. Y quedamos fuera.
Quedó afuera de la Libertadores Colo Colo y la vida es dura, puta que es dura justamente porque la vida es también un torneo de eliminación directa. No hay vuelta atrás. Pitazo y se acabó. Te echaron, te enfermaste. No era para tí o no eras para ella o no alcanzaste o no era el momento. Y nos comemos la rabia pero seguimos ahí, enojados, pero seguimos. Nos duele, pero seguimos. Sabís por qué. Porque nos enamoramos, y porque todavía queda historia que contar, partidos que jugar y ahora sí que sí. Espera que llegue un diez de calidad y lo damos vuelta.
Yo no sé lo que será el amor, ni cuál será la mejor manera de amar, pero a veces es más grande que uno y ya. Y a veces no sabemos cómo manejarlo pero sale igual, a borbotones, fallido, injustificado, correspondido, ilógico, dulce, festivo, alegre, encantador, carnavalesco. Amar duele, y vivir también, pero también vale la pena y al final de eso se trata. Que la pena valga, que la alegría sea verdadera, que los triunfos lleguen de la mano y en las derrotas cantemos más fuerte que vamos perdiendo.
Porque de eso se tratan las emociones, de eso se tratan los sentimientos.