El micro-escándalo en torno al restaurant Baco provocó una lluvia de todos los colores del mundo y sabemos que quieres saber qué pasó, o qué es el Baco.

El Baco (Nueva de Lyon 105, Providencia) es un restorán bien conocido por ser bien pretencioso. Pero, también destaca por otro par de cosas: es tal vez el único que abre el 1 de enero, tiene una carta de vinos muy bien provista y que cumple con las expectativas de los paladares más exigentes. También es quizá el mejor lugar de comida francesa en Santiago. Allá llegan 18 mil personas al mes.

Ahora, si usted gusta de ensamblar el vino con un poco de Coca-Cola para convertirlo en un refrescante joté, olvídelo, porque el Baco tiene la estricta e inquebrantable política de no vender bebidas cola. Por ende, la piscola tampoco existe y si usted tiene el coraje de pedir una sufrirá la cachetada visual que el mozo le propinará. Tendrá así usted que conformarse con tomar pisco con Ginger Ale importada del sur de Finlandia o algo así. Esto, que puede ser una fineza, también comparte ¡Oh, la ironía! editorial con cualquier Night Club/Sexy Show/Topless de Bandera donde el combinado de pisco con blanca es el trago típico.

Hace un par de semanas la polémica respecto a este extravagante lugar saltó luego de que Luis Larraín, fundador de Iguales Chile, fuera a servirse con una amiga allá y sufriera un muy mal rato por ir con chalas (se desconoce el tipo de chalas), el cual relató vía Twitter.

Lo que acusaba Luis, o lo que deslizaba en forma de pregunta, era que la política del restaurante era machista, Y la situación escaló bastante rápido. Pasa que el Baco tiene una política de código de vestimenta, dress code, bien estricta: hawaianas, sudaderas o jockeys están completamente prohibidos. En honor a la verdad, he visto carteles con exactamente las mismas restricciones en los pub reggaetoneros de Avenida Errazuriz en Valparaíso, por lo que realmente, o sea personalmente, no creo que sea motivo de ponerle tanto color.

Pero qué pasó, que los ágiles colegas de La Segunda fueron a preguntarle a Frédérix Le Baux, 50 años, fundador y dueño del restaurant qué opinaba, y el hombre, para llevarlo a jerga gastronómica, le echó agua al aceite inflamado: cualquier persona que haya estado adentro de una cocina en algún minuto sabe que si haces eso, la llama literalmente explota. ¿Qué dijo?

“Algunas personas no entienden espontáneamente que si van a un restaurante no pueden vestirse de cualquier forma. Soy muy sensible a la belleza de las personas que nos visitan y estoy orgulloso de ellas, no quiero que las contaminen (… ) El dress code sirve para hacer entender a la gente que le falta criterio, educación y respeto, que hay otros que no quieren contaminación visual. Son pocos los que no entienden esto, pero lo disculpo porque probablemente no tuvieron la misma educación que yo”.

Se sabe que Twitter, al igual que el aceite hirviendo, prende con agua. Y por supuesto le pusieron la fábrica entera de Faber-Castell al tema (Le Baux los tildó de “resentidos”, ojo ahí). La polémica duró lo que dura un TT. Poco. Y en realidad, más que discriminador, el restorán es pretencioso. Pero sus reglas, de nuevo, al final son las mismas que las de un restobar bailable de Valparaíso. Y frente a esa norma nadie jamás ha reclamado. Lo otro es que al parecer nadie leyó la entrevista completa (linkeada arriba) a Le Baux, o esta donde explica con bastante coherencia, dentro de sus códigos, su linea editorial, que además tiene la política de que los mozos no pueden aceptar propina.

Y bueno, si estás dispuesto y gustar de ir a un lugar donde en la cuenta te van a partir por la mitad, porque es caro, bien puedes calzarte una polera con mangas y un par de mocasines, y de pasada, quizá, asumir que por cómodo que pueda ser, ningún hombre debiese usar chalas en ningún otro contexto que no sea en una ducha ajena o la playa.

¿Sigamos con nuestras vidas?