Las noches en el downtownde la Ciudad de México huelen a loción barata, cerveza rancia y sudor. Mucho sudor.
En el inconsciente de los jóvenes clasemedieros que visitan los congales de la zona, el reggaetón tiene una función especial; taladrar sus conciencias dulcemente. Los boleros implacables que Bolaño insertóen las mentes de sus detectives salvajes continúan presentes en las calles de la urbe, pero se alternan con los últimos temas de Ozuna, J Balvin y Maluma. Una sonata de viernes por la noche que acompaña a la mayoría de los oficinistas locales que, ahogados en alcohol y mordidos por una perra hambre, vagan en busca de cualquier taco de menudencia frita (en su mayoría tripas) que se cruce en su camino.
Sin embargo, si se escarba a conciencia, si miramos el lado B del centro de la ciudad, encontraremos su movida sonora alternativa. Unbassincesante, líricas hipersexualizadas y el reggaetón más mainstreamconstruyen el sonido identitario y subversivo local. Beatsque vuelven dementes (ayudados, obviamente, de drogas sintéticas) a todos los que lo bailan. Estas frecuencias son las de NAAFI; un oscuro grito de igualdad, libertad y éxtasis.
Como era de esperarse, los aquelarres organizados por NAAFI han conformado una comunidad heterogénea y bien nutrida. Un sector del subterráneo capitalino que abraza por igual a reggaetoneros, hípsters, extranjeros y los miembros más estrafalarios de la comunidad LGBT+ capitalina. Una suerte de caldo cósmico nacido en el corazón de la Nueva Tenochtitlan, antigua capital azteca.
“Como era de esperarse, los aquelarres organizados por NAAFI han conformado una comunidad heterogénea y bien nutrida. Un sector del subterráneo capitalino que abraza por igual a reggaetoneros, hípsters, extranjeros y los miembros más estrafalarios de la comunidad LGBT+ capitalina”.
Pero este ecosistema no sólo es regido por una oscura tiranía musical, las ganas de rozar el miembro con cualquier culo que se ponga en frente o las visiones provocadas por el consumo de sustancias psicodélicas que también palpitan en el cuerpo. A esta nueva forma devida la amalgama algo que podría sonar banal pero que en un contexto como el latinoamericano se convierte en una declaración de principios: el streetwear.
El movimiento estético con más hypea nivel mundial se ha convertido en una especie de caparazón antifascista y contestatario en América Latina. Un movimiento reaccionario a la uniformidad en la moda y la cultura popular que buscan imponer firmas como Zara, H&M o Forever 21; irónicamente, con indumentaria inspirada en los comienzos del streetwear o sus tendencias más recientes.
Una vez dicho esto, y dejando bien claro que la capital de México es una masa creativa en efervescencia, hablemos de streetwear; algo que los gringos llamarían “mexican curious” pero que nosotros denominamos simplemente como “streetwear nacional”.
El streetwear mexicano, al igual que un buen guacamole, mezcla lo mejor de nuestra raza. La escena nacional ensambla elementos estéticos de diferentes culturas y momentos históricos de México: el sincretismo entre nuestras raíces indígenas y el cristianismo impuesto por los españoles. La resaca punk de los setenta, el hip hop llegado a Monterrey desde la Costa Oeste norteamericana. La estética nihilista y oversizede Gosha Rubchinskiy y Demna Gvasalia y el elegante futurismo de Virgil Abloh.
Los padres (o tíos, dependiendo de qué tan purista sea el que lo asevere; algunos dirán que tiene un solo progenitor: Rubén Melo) del streetwear mexicano Tony Delfino y Sacrifice. Dos firmas que reinterpretaron a su manera la coyuntura del nuevo milenio; Delfino con una estridente gráfica y paleta de colores cercana a la cultura popular mexicana y Sacrifice con simbolismos nacionales rodeados de claroscuros que reflejan la apatía y fatalismo de una juventud que no se siente ni muy mexicana ni muy globalizada. Portavoces de una generación que se sabía un híbrido y se enorgullecía de serlo.
Sin embargo, una nueva camada de etiquetas pensadas para ser consumidas por jóvenes que buscan una diferenciadora y estrafalaria experiencia estética comienzan a ser el estandarte de todos los “modernillos” locales; PAY’S y nugget. Sí, esos modernillos que pululan en los barrios hípsters de todo el globo y que compran portavasos de diseñadores o vinilos japoneses de bandas de tropicália. Estas dos marcas se han metido hasta el tuétano de las boutiques y bazares alternativos de la ciudad, prometiendo una alta calidad en su manufactura y la notoria influencia de un pop art que hace resplandecer las calles.
Luego de la muerte del Distrito Federal (como se le conocía anteriormente a la capital mexicana) y el nacimiento de la CDMX, una generación inspirada en el zapping televisivo a altas horas de la noche y el scrolling infinito en Tumblr e Instagram articuló una nueva forma de ver y entender el streetwear. Detonando la explosión de algunas firmas que insertan en sus prendas este cambio generacional estético y recalcan los procesos creativos que buscan materializar una identidad contemporánea nacional.
Quizá la etiqueta más transgresora y con mayor proyección de ellas sea Ready To Die, creada por Esteban Tamayo en 2015, la cual a partir de la indumentaria y estética del inframundo de la ciudad (como las fiestas de sonidero o las prendas vintagede los mercados de pulgas) y una vibra similar a la de Will Smith en los noventa, ha sabido crear un estilo característico y reinventar las reglas del streetwear en el país.
En un sentido más DIY se encuentran Baby Angel y Materia; las marcas favoritas del perreo moderno de la ciudad. Salidas desde el garaje de una de sus propietarias o de una vieja imprenta de playeras en el Centro de la Ciudad de México (al menos dan esa pinta), ambas brindan una herramienta identitaria a sus portadores; el mentado statement que el streetwear siempre ha querido tener pero que en ocasiones se devora el fast fashion. Maldita Zara.
Así, entre perreo del malo y del que en la ciudad se denomina “del futuro”. Entre tacos de tripas y playeras derruidas y mal cosidas. El streetwear mexicano irrumpe en las vidrieras de las tiendas locales, las aceras de los barrios bajos y altos y los clósets improvisados de los jóvenes que prefieren gastar su quincena en una buena borrachera que en un auto o un mueble funcional.
Cada vez con mayor frecuencia el mundo voltea a ver la escena creativa en México. Vistas como simples curiosidades o como un verdadero statement cultural, estas playeras, pantalones, chaquetas y tenis representan a los habitantes de una ciudad rasposa, una que se antoja peligrosa para todo aquel que se le ponga de frente con ojos inquisidores. Pero generosa con el visitante dispuesto a experimentar y atragantarse con el frenético y estridente ritmo de la posmodernizada capital del imperio azteca.