Los Libros de la Mujer Rota acaba de re-editar este libro de 2017 que no se parece en nada, a nada que puedas haber leído antes. En serio. Hablamos de drogas, incomunicación extrema, bebés y post-apocalípsis con Lucila.
Llámala como quieras: novela de sci-fi, cyberpunk, cyborg, preapocalíptica, digna hija de la generación Black Mirror. Compárala a cuanta película hayas visto en tus años de formación, pero es imposible categorizarla. También sería una injusticia querer hacerlo, porque “Mapas Terminales” (Los Libros de la Mujer Rota, 2018) corre libre por los campos de una literatura poco explorada en español y que, también, tiene mucho de latinoamericano.
En algún momento al estar inserto en toda la ideología patriarcal de todas las cabezas, probablemente los hombres escribían cosas más osadas o más rupturistas porque había una cultura que así lo determinaba. Ahora no me parece que está pasando eso o pasa cada vez menos. Me parece que lo que se queda atrás es el análisis, que siempre va un paso más atrás de la realidad.
Esta es la primera novela de Lucila Grossman, quien cruzó la cordillera para venir a presentar su libro reeditado por Los Libros de la Mujer Rota a finales de abril. Fue publicado por primera vez en 2017 por Editorial Marciana, e incluso su editor en Argentina, Denis Fernández que estuvo en nuestra entrevista con Lucila, reconoce que como “Mapas Terminales” no existe un producto cultural similar. Quizá la palabra “prócer” está fuera de uso, pero esto es lo más parecido a un nuevo tipo de escritura que existe.
Lucila nombra entre sus referentes a Denis, Sam Pink, Sebastián Roble y Manuel Villas, todos hombres, pero eso no es culpa de ella ni del mercado, sino porque en la ciencia ficción esos bordes de género siempre han sido más difusos que en otros.
“No noto esa diferencia, porque ya no veo esos bordes de género al nivel de literatura, de esa escritura que le pertenece más a lo femenino. No habían muchas mujeres escribiendo ciencia ficción, pero hay muchas mujeres escribiendo de todo. Esa diferencia ya no vale, ni en el teatro, ni en el cine, ni en la literatura. Para mi eso se tiene que romper, porque no aporta a ningún análisis. En algún momento al estar inserto en toda la ideología patriarcal de todas las cabezas, probablemente los hombres escribían cosas más osadas o más rupturistas porque había una cultura que así lo determinaba. Ahora no me parece que está pasando eso o pasa cada vez menos. Me parece que lo que se queda atrás es el análisis, que siempre va un paso más atrás de la realidad. A veces me preguntan mucho sobre el feminismo o género, porque es el tema de y quizá tratan de retorcer esto. Es feminista porque sí, porque para mi es también dejar de lado esas limitaciones. Para mi es eso el feminismo. Y si quieres ponerlo como literatura feminista, no tengo ningún problema, es cosa tuya”, comenta Lucila.
“Mapas Terminales” cuenta la historia de una mujer que después de un día de fiesta, al otro día se despierta desorientada, con resaca y con una paranoia imposible de controlar. Se siente mal física y psíquicamente, haciéndole imposible realmente hablar con otros o pedir ayuda. Ahí es cuando es llevada al hospital de emergencia y descubre que está embarazada, pero de un engendro que nadie sabe qué es. ¿Es un marciano? ¿Un bebé reptiliano? Ni siquiera sabe cómo fue engendrado y son las cosas que la carcomen por dentro mientras va avanzando hacia la verdad, ¿o no?
Lucila estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires, y como todo alumno de ese tipo de carreras, el canon te queda dando vueltas en la cabeza como un fantasma que hay que espantar.
Le pregunto si considera que su forma de escribir es experimental (sin saber mucho que podría significar hacer “literatura experimental”), porque finalmente todo es parte de una reacción a lo que nos enseñan en las aulas.
Me dice: “Estudié letras y hay una cierta reacción a la Academia de las grandes ideas que no llevan a muchos lugares fértiles, de lo que debe ser y de lo que es académicamente aceptable, y me puse a jugar con eso. Cómo darlo vuelta, cómo revertir ciertas ideas de lo que debe ser escrito, de lo que te enseñan. Lo que veo es que hay algo muy lírico en mi escritura. Todo lo que escribo lo leo en voz alta porque lo pienso desde una cuestión rítmica, de cómo va sonando eso. Me incomoda un poco categorizarme, por eso ahora estoy escribiendo algo distinto. Son dos voces, y una de ellas es bastante parecida a esta, pero la otra nada que ver. Lo pienso más sobre conocer las limitaciones propias y tratar de exacerbar lo que a uno le sale bien, y después desafiarte a distintas cosas. Es jugar y divertirse uno por lo que le sale y lo que no”.
La novela le tomó alrededor de dos años y un poco más entre ser escrita, editada y publicada, siempre mezclando un par de voces que le darían vida a la narradora. Lo que pasó después, de saltar hacia la ciencia ficción, vino solo: “Nunca me gustó particularmente la ciencia ficción. Si leí mucho texto fantástico, leí cosas de Asimov, pero nunca fui ni fanática ni me gustó tanto; no soy lectora específica de la ciencia ficción. Lo del bebé fue algo que apareció más como una excusa para probar que todo es fantástico y el humano se termina acostumbrando pase lo que pase. El origen no fue voy a hacer una novela de ciencia ficción. Apareció más como ¿Qué pasa si pongo a este personaje en una situación extrema? ¿Cómo reaccionaría este personaje a esta situación?. Era muy de esta protagonista que despierta con mucha resaca no sabiendo bien que le había pasado, que es como empieza. Entonces, yo pensé qué le podía haber pasado para ponerla en esta situación extrema y cómo reaccionaría a esto. Apareció el bebé y después se convirtió en algo súper divertido de escribir, principalmente porque nunca tuve un hijo. Ayer hablaba con Claudia (Apablaza) de eso, de que pude escribir algo tan monstruoso al respecto y con tanta frialdad porque no tuve hijos, más siendo mujer. Lo pensaba de acuerdo a eso, del deber de la mujer de tener un hijo y bueno, ¿qué es lo que puedes concebir?“.
De manera natural, Lucila tomó toda una tradición literaria, la metió a la licuadora y, con grumos y todo, se puso a escribir algo que, sin quererlo, es intensamente latinoamericano.
Aquí hay sangre, entrañas, colores oscuros, rincones secretos y pequeños, espejos que no devuelven tu reflejo y celulares que te conectan con otros seres. Y aunque todo esto sea verdad, tampoco es para que nos la tomemos en serio, y eso es algo que Lucila deja muy en claro. “La literatura hay que tomársela en serio hasta un punto; hay que agarrar lo que a uno le funciona y lo que no, no. No hay que construirse ídolos, solo agarrar lo que te sirve de un lugar”, afirma.
Esta es una novela que refleja cómo nos relacionamos con los otros y cómo ellos lo hacen con uno; como el “yo” siempre va a impedir tener conexiones profundas y nos separa de algunos, como también nos une a otros.
Yo pienso con respecto a las drogas que las quiero mucho, como medio de experimentación me parecen buenísimas de que existan, pero por el otro lado me pongo bastante conspiranoica y pienso que la droga es la mejor manera de tener a la gente controlada. Todos ensimismados y listo, ¿qué va a hacer un drogadícto? ¿se va a quejar de algo? Está muy en su viaje. Está ese doble filo, y que llevado a un extremo se convertiría en una sociedad de todos drogones donde puede pasar cualquier cosa. La protagonista se pone a pensar un poco en eso.
Por lo mismo, es de esperar que sea un libro para nuestra generación millennial, pero fue mucho más allá de los límites de la edad: “Yo en un principio pensé que podía ser un libro para gente de más de mi generación. Realmente no me imaginé que podía tener una circulación más grande como la que tiene ahora, que estoy acá en Chile. Por ahí me encontré con gente mayor de 40 años que le gustó el libro. Quizá porque había algo nuevo que no terminaban de entender del todo pero les llamaba la atención. Me decían que había algo de la jerga o el tipo de vocabulario que se usa, o de lo rápido que va y lo frenético que es que les encantó, que les hizo reír. Para mi es un libro para no tomárselo tan en serio. Cuando me hacen devoluciones o críticas, se lo toman muy en serio. Yo no lo escribí tomándomelo muy en serio y terminó siendo un público más amplio de lo que yo me imaginaba, que eran pendejos como yo, que era lo más obvio”.
“Lo de mi grupo de amigos está llevado al extremo, y la relación con la tecnología también, el extremo de la incomunicación. Ella con el bebé se comunica tecnológicamente y es una prueba; es tener una hipótesis y ponerla a prueba. Es algo muy cercano a la realidad, que tiene su origen ahí. Yo entiendo a esta novela como una bastante realista, más allá del bebé. Es realista desde el comportamiento humano, desde las relaciones. Está incluso en los límites de lo incomunicable, cómo expresas algo tan extremo, cómo te entiendes con los demás. Hay un límite en la comunicación, en el que nunca terminas de conocer al otro. Es de estar ensimismados con nuestro propio flash. Le pasó a ella y el amigo dice “yo lo sufrí también”. Es algo que pasa un montón en la vida real: cada uno es auto referencial y termina hablando de si mismo”.
¿Qué hay en este libro sobre tu relación con las drogas?
También están llevadas al extremo. El capítulo donde van a una fiesta electrónica casi que lo escribí en una fiesta electrónica, esa es la realidad. Pienso que tiene que ver con lo de la comunicación. Yo pienso con respecto a las drogas que las quiero mucho, como medio de experimentación me parecen buenísimas de que existan, pero por el otro lado me pongo bastante conspiranoica y pienso que la droga es la mejor manera de tener a la gente controlada. Todos ensimismados y listo, ¿qué va a hacer un drogadicto? ¿se va a quejar de algo? Está muy en su viaje. Está ese doble filo, y que llevado a un extremo se convertiría en una sociedad de todos drogones donde puede pasar cualquier cosa. La protagonista se pone a pensar un poco en eso.
Ya vaticinamos el fin del mundo un montón de veces y no pasó, seguimos acá. Ya pasó el final, listo.
Para mi en realidad las redes, tanto como las drogas, aparecen como parte de la experiencia cotidiana y humana que ni siquiera es algo particular de nuestra generación. Hace ya bastante que las drogas forman parte de la vida cotidiana, de lo social, no es algo nuevo. No sé si es un tema o realmente es parte de la vida. Si estás tan drogado probablemente te acostumbres, pero todo es fantástico. El ser humano es un animal de costumbres, y como la protagonista, si tuviste un hijo te vas a acostumbrar.
¿Cómo le llamarías a este género literario?
Denis: Yo creo que es un género que se llama pre apocalíptico, ni siquiera post, es medio profético.
Lucila: Yo lo pensé mucho. Ni siquiera es postapocalíptico, porque no hay nada dramático acá, ya nos acostumbramos a que terminó la historia, ya vaticinamos el fin del mundo un montón de veces y no pasó, seguimos acá. Ya pasó el final, listo. Como estudiante de Letras ves como todas las teorías que hablan del fin de la historia, del arte, pero bueno, ya está bien, terminó, ¿pero qué hacemos con esto? ¿cómo hacemos que esto funcione? O sea, ¿ya terminó todo y es todo un collage? Puede ser, pero cómo hacemos un collage que diga algo.
¿Cómo te haces cargo de ser parte de esto como mujer?
Me hago cargo como humano. El tema de la maternidad es un tema que es particular, pero jamás lo pensé desde un lugar de yo como mujer hablando de la maternidad. Fue un tema que apareció, no quise hablar de eso particular por algo relacionado al género. Lo vivo muy así, porque no veo limitaciones de temáticas, ni de estilo, ni de forma de escribir. Me parece que en el fondo somos todos seres sensibles y humanos y tenemos sensibilidades distintas y modos distintos de ver las cosas.