Esta es la primera historia de L0V3.txt, dónde tu nos envías tus historias de amor y nosotros las publicamos (e ilustramos) <3.
Por Javiera Ramírez F.
Siempre había visto parejas. Parejas de todos los colores y formas y
combinaciones posibles, pero siempre de a dos (tres son multitud, ¿o no?). Quizás por eso pensaba que solo de a dos se podía amar de verdad. Se tuvo que romper una de las relaciones más importantes de mi vida para que yo, en vez de enfermarme de la pena, me pusiera a pensar en las razones detrás del quiebre. La conclusión fue bastante simple: me gusta la gente (obvio, no toda). Me agrada la idea de conocer a personas interesantes, de compartir, de conocer nuevos mundos e intereses. Sí, tal vez suene simple, pero dudo mucho que lo sea. En fin, quedémonos con esto: Me gusta que me gusten personas.
Este simple hecho (el aceptar que me gustan las atracciones humanas) hizo que se removiera mucho en mi interior. Comencé a reconocerme como un ser sintiente y, al mismo tiempo (o por consecuencia de), entendí que mientras más libre me sentía, más podía entregar.
Ahora bien, el modus operandi que se conoce es el siguiente: Si dos personas se gustan tienen que pololear y, bueno, el pololeo es de dos personas. Además, el estar en pareja con alguien significa (no en todos los casos, pero por planilla funciona así) que hay que renunciar a cualquier pulsión sexual/amorosa que se pueda sentir por alguien más. Entonces ¿Cómo podía hacer conversar la libertad y la entrega? Hasta ahí, ni idea.
“Si te enamoras de verdad dejas de querer conocer a otras personas”. Mil veces escuché frases así y mil veces me sentí una falla del sistema. Yo estaba enamorada hasta las patas y seguía sintiéndome atraída por otras personas. No, no significa que nunca amé de verdad; yo amé profunda y genuinamente. Sin embargo, nunca sentí que podía llenar toda la complejidad que significa un ser humano y, al mismo tiempo, jamás me sentí completa. Por lo tanto, con todas estas inquietudes adentro, mentí, dañé y bueno… lxs cagué.
Cuando se termina una relación es bueno entender que muchas veces tiene que ver con procesos y crecimientos personales, más que con falta de amor. En un viaje posterior, conocí a una persona increíble que me mostró aquello que yo solo había escuchado (con unos oídos muy intrigados). Empezamos a salir, nos encantamos y me dijo que era poliamorosx (spoiler: me cagué). Acepté todo porque me gustaba más que la marraqueta con palta y por mucha (MUCHA) curiosidad. No pasó mucho tiempo antes de que empezáramos a ver otras personas: yo le decía cuando me comenzaba a interesar alguien y lo mismo de su lado. Compartí mucho tiempo con sus parejas, les vi besarse, coquetear, amar. Sentí celos, rabia, miedo, ternura, admiración, envidia, inseguridad y amor (todo al mismo tiempo y sin mucha distinción de qué era qué). Me sentí dentro y fuera de la relación y, indescriptiblemente, frágil y muy poderosa.
Comprendí, con el tiempo, que aquellos sentimientos negativos poco tenían que ver con acciones de mi(s) pareja(s) y mucho con mis propios demonios. ¿Cómo me iba a sentir engañado si yo sabía que veían a otras personas? ¿De dónde venían mis celos? ¿A qué respondían? Complejo. Estas dudas venían de la mano de pensamientos como “me encanta como se miran” o “que rico poder conocer a esta persona que hace tan feliz a quién yo amo”. Y vuelvo, todo muy confuso. Me vi con una tarea absurdamente difícil: ser honesta con respecto a mis sentimientos y, más que eso, aprender a comunicarlos. Tenía que decirle cómo me sentía porque si no lo hacía iba a explotar. Aprendí, por defecto, a conocerme y permitirme ser vulnerable; a ser honesta conmigo para poder ser honesta con ellxs.
Un día, con un nudo en la guata, se lo dije todo. Pensaba que iba a reaccionar como cualquier otra pareja cuando le había dicho que me sentía celosa: ridiculizando la situación y diciéndome que mis celos eran pura desconfianza. Para mi sorpresa, eso no es ni cerca lo que pasó. Me acompañó mientras intentaba hilar mis sentimientos. Me acarició y me dijo que lo intentaba, que también le pasaba y me entregó las herramientas que necesitaba para ir cerrando heridas pasadas. En este y en todo tipo de relaciones es importante entender que el dolor del otro es también propio. Si mi pareja se siente insegurx, yo, solo por el querer que esté bien, tengo que hacer todo lo posible para subsanar esa inseguridad. Sin juzgar, sin tomárselo personal, sin ofenderse; acompañar, compartir y empatizar.
Cuando volví de ese viaje me sentí súper sola. Cada vez que le contaba a alguien lo que había vivido (y aprendido) me respondían cosas como “que raro”, “yo no podría” o (mi favorita personal) “ah, pero eso es porque no estabas enamorada”. Después de un tiempo conocí a una persona (muy bacán) que lo entendía y luego a otra y a otrx. Conversando me di cuenta de que no estaba tan sola como creía y, especialmente, de que no estaba equivocada.
El sumergirme en el universo de las relaciones poliamorosas reales, honestas, no jerárquicas y basadas en la comunicación constante, ha sido entrar en un mar de amor y descubrimiento propio. Nunca me había querido tanto como lo hago desde que logré validar mis pulsiones. Entiendo, así, que yo no soy la única persona que le puede atraer a mi compañerx y, al mismo tiempo, admiro y comprendo mi propia capacidad de sentir interés por otros seres humanos. No pretendo decir que este modo de amor es para todxs, aun cuando creo que es mucho más honesto en relación a nuestros posibles deseos.
Ser poliamoroso no significa que ando por ahí acostándome con todo el mundo, y si lo hiciera tampoco tendría nada de malo; significa que no creo que las personas que me acompañan, y a las que me entrego emocional y/o físicamente, están muy lejos de pertenecerme. Valido a cada uno de mis intereses amorosos como seres sintientes y deseantes y, de esa forma, hago lo mismo conmigo. Por supuesto que siento inseguridades y celos, pero los hablo, los reflexiono y comprendo que responden a un compendio de normas que están dadas por una visión romántica del amor. No creo que porque mi pareja ama a alguien más sea incapaz de amarme con la misma intensidad.
Les deseo a todas y cada una de las personas con las que salgo (que no son tantas como esta frase lo hace parecer) la mayor de las plenitudes en sus relaciones. Les deseo que se maravillen con otros seres humanos, que crezcan, que exploten y que lleguen a mis brazos llenitxs de amor. El crecimiento de mi círculo cercano es un alimento exquisito para mi propio crecimiento. No quiero que controlen sus pulsiones, quiero que las vivan a concho, que vibren, que lloren, que amen y se decepcionen, que griten y vivan. Sé que son seres extremadamente complejos y que no hay forma de que mi mera existencia alcance para cubrir todos sus intereses. Cuando mis parejas están bien con los demás, están bien conmigo (y viceversa).
Yo no digo que el poliamor sea para todos, pero sí es mi forma de amar y es tan válida como cualquier otra. Pienso que las relaciones basadas en la honestidad y la libertad son el terreno perfecto para el descubrimiento y desarrollo personal y colectivo. Realmente no es fácil el lidiar con el laberinto emocional que significa tener relaciones poliamorosas, pero, en mi experiencia personal, vale toda la energía que se le entrega.
Finalmente, hacer un llamado a aquellas personas que tienen un amar “distinto” a tirarse a la piscina, quizás se van a sorprender de la cantidad de universos que pueden estar en la misma sintonía. El amor exquisito y, cuando está basado en respeto y honestidad, nos abre la puerta a puras cosas ricas. Sea el tipo de relación que sea, de dos, más o con uno mismo, siempre hay que hacerlo a corazón abierto, cagadx de miedo, pero con todas las buenas energías.
Javiera Ramírez F. es estudiante de Literatura y campeona de Jiujitsu en categoría cinturón blanco.
Ilustración de portada: José Jara
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