La ciudad de Concepción se ha proyectado sobre una serie de relatos que han marcado su devenir dentro del campo de las prácticas artísticas.
Fotos y texto por Paulina Barrenechea
Una de ellas, quizás la más reconocida, sea la que le piensa como “Cuna del Rock”. Gesto romántico, reproducido y alimentado por lógicas de apropiación identitaria y turismo, que pese a tener una arista de promoción y difusión del quehacer musical, ha invisibilizado no sólo a otros géneros musicales -quizás con más historia en el territorio- sino que, también, en su mirada única, los aportes y redes que las mujeres en la música han hecho.
El desmontaje de estas “peligrosas” narrativas, ponerlas en tensión e interpelarlas, nos permite mirar con perspectiva crítica y abierta una escena musical potente, diversa y propositiva.
En esa intersección se encuentra Javiera Hinrichs, cantante, guitarrista, pianista y compositora, actualmente, integrante de la banda Pájaro Aletheia e intérprete y directora musical de la compañía de teatro La Obra.
Javiera, también, es una de las fundadoras de la Asociación de Músicos Independientes de Concepción, MIC.
Su trayectoria es particular de ser reseñada, no sólo por su labor pensante y situada frente a la escena musical, sino que, además, porque ha entendido que las prácticas artísticas son una sola y que en el cruce de saberes se generan las renovaciones culturales. Su visión en torno la música como instituyente de la dramaturgia, nos permite pensar en todo el potencial que pervive detrás de la vinculación de los compositores/as locales y las artes del cuerpo en movimiento, tanto teatro como danza.
Esta relación es la que, precisamente, ha marcado los últimos años de la trayectoria de Javiera. Actualmente, y luego de finalizar una circulación por diversas regiones del país, con el montaje “Prometeo Nacional”, junto a la compañía La Obra, inicia una nueva gira, esta vez, con “Con-cierto Deseo. Concierto teatral para voces femeninas”, donde es intérprete y directora musical.
En ambos montajes, lo sonoro y su lectura como compositora, han logrado convertirse en un filamento afectivo que resalta e impacta, que comunica y activa audiencias en permanente actividad. Son otras formas de acercarse a los dispositivos escénicos y que la música en vivo, claramente, potencia.
Javiera, ¿cómo nace tu inquietud en la composición musical?
Yo creo que desde pequeña he tenido como un interés innato por lo artístico. Si bien no pude ver tanto teatro como me hubiese gustado, porque también tenía otros intereses como lo deportivo y lo académico, siempre tuve ese bichito. En mi casa se escuchaba harta música y mi papá inventaba canciones.
Nace de una necesidad por expresar estados de júbilo, de dicha y, en otros casos, resignificar ciertas emociones como el dolor o la nostalgia en algo musical, a través de una letra, una melodía y de ciertos acordes. Es un impulso vital.
Lo artístico para mí pasa por una necesidad orgánica de expresar, de sanación y, también, de compartir; porque obviamente después una quiere que alguien te escuche.
También me siento como una niña descubriendo sonidos, ver un instrumento y tus manos y cuerpo se van solitos. Es una curiosidad que, igualmente, explica por ejemplo, mi gusto por los relatos históricos, y que también me impulsó a estudiar sociología buscando comprendernos un poco más. Esa curiosidad es vital y espero no perderla nunca.
Tienes un trabajo musical potente como cantautora, que viene del proyecto musical de fusión rock Pasajera y, luego, como solista. En esa trayectoria ¿Cómo se cruza tu trabajo musical con el teatro?
Comencé a trabajar haciendo música para teatro, más o menos, el año 2010, con el director Julio Muñoz y el elenco de la Universidad Católica de la Santísima Concepción . Hice música en vivo en algunos montajes y, ahí, obviamente, aprendí bastante. Estuve en “Lautaro. Epopeya del pueblo mapuche”, de Isidora Aguirre. En esas experiencias pude conocer el “tejemaneje” detrás de una obra de teatro, que es súper entretenido y complejo.
Todo eso me motivó a ver más teatro. Luego trabajé con la compañía Escarabajo Teatro, donde tuve mi primera experiencia grabando música para teatro. Posterior a ello comencé a trabajar como directora musical en los montajes de la compañía La Obra: “Domo Achawal”, “Prometeo Nacional” y “Con-cierto Deseo”. Tuve la suerte de llegar, desde un primer momento, en montajes con cierto nivel profesional.
En esas experiencias pude conocer el “tejemaneje” detrás de una obra de teatro, que es súper entretenido y complejo, ¡todo un mundo! Todo eso me motivó a ver más teatro.
Utilicé como instrumento principal mi teclado, además del kultrún, la melódica y en un track en específico utilicé mi voz. Tuve la suerte de llegar, desde un primer momento, en montajes con cierto nivel profesional. Por ahí fui buscando mi lenguaje, qué es lo que quería decir y, en ello, todas las experiencias me fueron nutriendo.
Imagino que hay elementos que definen la práctica teatral que no habías experimentado en la práctica musical. Me refiero a ciertos “modo de hacer” que se dan en ambas disciplinas.
Si bien en el mundo de la música profesional también hay seriedad y disciplina, pienso que, por ejemplo, muchos proyectos de la escena musical penquista están bastante más relacionados con la bohemia y con los bares. En esos ambientes, la gente no escucha, porque la gente conversa, o porque a veces la técnica no es la adecuada. A estas altura de la vida, en mi camino, creo que el hacer música o teatro toma sentido cuando generamos un espacio para que nos escuchemos y respetemos.
El teatro ha implicado para mi bastante disciplina y constancia, es un trabajo en equipo, yo tengo una admiración por esa metodología de trabajo y de realmente darse el tiempo para no sólo ensayar sino que tener una visión escénica, para explorar, para sudar la gota. Me he concientizado de otra manera sobre el poder que puede tener el lenguaje musical, sobre todo en la experiencia dramatúrgica. Osea, no somos sólo músicos, somos cuerpos en escena, cuerpos vibrando, nuestro cuerpo está diciendo algo y estamos en el escenario donde todo se ve.
En términos de procesos, ¿qué define tu trabajo como compositora en ese contexto? ¿Qué ejes o pulsiones son las más relevantes?
Me parece importante generar material nuevo, utilizando distintos lenguajes musicales, mostrarte y estar presente, reconocer tus influencias, no creo en eso de lo autodidacta, todas hemos aprendido de muchas personas, creo que pocas personas han aprendido a componer, a tocar algún instrumento o a cantar sin haber visto a alguien haciéndolo antes.
Una de las grandes motivaciones para mi trabajo es, precisamente, el repertorio tradicional campesino, en base a lo que Patricia Chavarría ha recopilado e investigado. Reflexionar el desarrollo de las sociedades occidentales y percatarse de cómo la música está lejos de la gente. Por ejemplo no cantamos mucho, como sociedad le tenemos miedo a cantar.
Que todos y todas nos volvamos más artistas, más creativas, que no tengamos miedo a mostrarnos. Por eso me interesa el repertorio campesino, su riqueza, sus afinaciones, sus ritos, lo que expresa y que no tiene relación con la concepción del “ser artista”, por ejemplo.
¿Cómo percibes la escena de las artes escénicas a nivel local y nacional en ese cruce con la composición musical original para cada montaje?
A nivel nacional en el teatro hay búsquedas interesantes, por ejemplo, el trabajo de Manuela Infante, la última que vi de ella fue “Estado Vegetal”, ella escribe, dirige y compone las bandas sonoras, es impresionante, me dejó muy conmocionada; también está el trabajo de Trinidad Piriz, en su obra “Fin” y “Hellen Brown”, que tiene que ver más bien con lo sonoro. Esta última se acerca a parte de la búsqueda de nuestra obra “Con-cierto Deseo”.
A nivel regional, pudiera ser mucho mejor aprovechado considero yo, ya que el porcentaje de obras que una ve, en las que hay música en vivo original y con un rol súper protagonista, no es tan alto. Está el trabajo del Tronqui, Cristobal Troncoso, o el proyecto Mute impulsado por Teatro Reconstrucción. Está Plataforma Mínima y Conmover, en danza, y, también, los aportes de Cristian Reinas con la compañía Lokas Juanas. Pese a esas experiencias, no he visto más compañías de danza o teatro de la región que se interesen por vincular la música en vivo o la composición de piezas originales para sus obras como ejes centrales de su trabajo. Creo que la música, la danza, el teatro, van todas de la mano.
Javiera, como mujer en esta intersección sugerente de las artes escénicas ¿Cuáles son las dificultades que has encontrado en tu trabajo escénico?
La música y el teatro son, también, un trabajo. En ese sentido, claramente, la variable género afecta. Cuando, por ejemplo, te relacionas con los otros actores de la escena musical o teatral.
Como hay muchos hombres en el mundo musical, siempre hay un técnico o un sonidista o un productor. Muchas de mis experiencias con técnicos en sonido o encargados de sala han sido desagradables en algún punto de la jornada. Y como una no trabaja sola, en muchas de esas interacciones he sentido que ellos creen que tú no sabes lo que quieres y necesitas. Que no sabes de sonido, por ejemplo.
Yo no pretendo que ellos piensen que sé, eso no me interesa, porque me parecería muy masculino entrar en esa competencia, pero igualmente siento que debo ponerme como fuerte y hacerles entender que sé de lo que estoy hablando y sé lo que necesito para determinada situación.
No tengo problemas en pedir consejos, para nada, pero son notorias las diferencias. También he visto esto con nuestra encargada técnica en la compañía, cómo la tratan y las cosas que debe enfrentar son un gasto de energía gigante.
Cuestionan lo que les pides, porque además no saben adecuarse a cuestiones teatrales, no quieren que los saques de su estructura, desde el paradigma cuadrado de lo que significa amplificar a una banda de rock. Por otro lado, está el público. Por contarte algo, la última vez que toqué en un bar me gritaron “rica”.
No sólo una vez, entonces, por supuesto que una pierde la concentración. Osea, de verdad ¿quién eres tú para decirme eso? Yo no te ando diciendo que ese pantalón te queda bien, menos en un contexto donde yo estoy presentando mi trabajo musical. En esa oportunidad atiné a exclamar una onomatopeya como: shaaaa. Y luego dije: El machismo mata. Y decidí seguir concentrada y continuar con el show.