A los 60 años, el miércoles 25 de noviembre del 2020, el ex jugador de fútbol y actual entrenador del mismo deporte, Diego Armando Maradona, falleció en su país (y vaya que eran uno del otro) Argentina.
El breaking news fue absolutamente mundial. Una muerte repentina, inesperada, comenzaba a tomarse los titulares de cuanto medio de comunicación existe en el planeta. Si bien, la salud de quien ha sido calificado por millones como el mejor futbolista de todos los tiempos no era buena, al mismo tiempo parecía que a su azotado por los excesos cuerpo, no le entraban balas.
Pero finalmente le entraron, en forma de un paro cardiorespiratorio.
La muerte de Maradona cayó el mismo día que se conmemoraba El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer y la ironía no tardó en salir a flote.
En paralelo a las muestras de dolor, impacto, emoción, agradecimiento e idolatría desbordada de sus fans, muchas, muchas personas también marcaban el punto de que cómo era posible idolatrar tanto a un tipo que, si bien era un deportista fuera de serie, también era autor de varios actos de abuso completamente deleznables y totalmente injustificables, sobre todo en el ámbito de la violencia de género llegando incluso al abuso de menores.
La reflexión más evidente es que Diego Maradona es la representación más fiel de todo lo que está muy mal con la cultura de la idolatría.
Quizá, junto a él eso debiese morir también. No le hace bien a nadie.
Se entiende. La gente, desde el inicio de la cultura ha requerido de ídolos. De personas a quienes admirar y agradecer por las alegrías que por ejemplo artistas o deportistas entregan a sus pueblos.
Pero de ahí a elevar a una persona a ser casi una deidad hay bastante diferencia. El caso de Pelé es un buen ejemplo, argumentos para arriba y para abajo está al mismo nivel de destreza futbolística que Maradona, pero los brasileros nunca lo han elevado a la categoría de semi Dios.
¡Sin ir más lejos a Maradona lo llamaban DIOS y lo trataban como tal!
Esto no lo justifica en su actuar, pero al mismo tiempo es bastante difícil que una persona elevada a ese nivel de idolatría, de luces, de falta absoluta de límites salvo en cuanto a excesos y lujos, no se vuelva un monstruo abusivo y delirantemente mesiánico que termine dañando, destruyendo y dejando gente herida y víctimas inocentes a su paso. Y de paso auto-destruyéndose.
Los ejemplos son incontables y contra esa historia no hay nada que hacer más que aprender de ella y no repetirla. Quizá hacia allá debiese ir la discusión y es probable, y sospechamos con optimismo, que las próximas generaciones ya nos llevan varios pasos de ventaja en entenderlo.
*En caso de que no sepas quien fue Diego Maradona está nota de Filo News está bastante completa.