Antonia 29, Viña del Mar
Nunca te enamores de un artista. Menos si es músico. Con esto no quiero generar un movimiento musicofóbico o algo por el estilo. Pero mi historia es más o menos así: hace unos años atrás fui a un concierto en un difunto local de Recoleta. Se supone que esa noche yo iba a estar en mi casa, viendo Stranger Things y comiendo pie de limón, pero mi grupo de amigos insistió en salir y me convencieron.
No soy muy creyente en nada, pero recuerdo que cuando estaba en el baño, frente al espejo, arreglándome para ir sentí un cosquilleo raro en la guata, un escalofrío que me recorrió el cuerpo entero, y después alegría. Y pensé, o más bien sentí, que conocería a alguien importante en la fiesta.
No le conté a nadie. Me daba vergüenza. Incluso conmigo misma. Pero apenas entramos al bar, después de media hora, un hombre de unos ojos maravillosos se subió al escenario a cantar, al mirarlo sentí que lo conocía de toda la vida (y resulta que era bien conocido, sólo que no por mí) y me sentía como la elegida, porque entre la multitud: me miró.
Lo hablamos después, me dijo que fue raro para él también, pero que en ese momento tuvo la necesidad de mirar hacia el lugar en el que yo me estaba tomando un trago. La misma sensación volvió a sacudirme.
Track 01: cuando la noche estaba terminando y salí a esperar el taxi, él también salió y me sonrió. Me pidió fuego. Yo no tenía, porque no fumo. Y riéndose me dijo que era una excusa, que tampoco fumaba, pero que quería muchísimo hablar conmigo. Mis amigos entendieron la señal y desaparecieron y después de unos buenos chistes de su parte, un par de cervezas y una conversación en la que nos mirábamos embobados, terminamos en mi casa. En mi cama. ¿El sexo? Como una coreografía; como si lo hubiéramos practicado miles de veces. Increíble. Nada se le compara, ni antes, ni después.
Al otro día no nos despegamos, fuimos a almorzar, volvimos a la casa, vimos un partido de Chile y no queríamos decir adiós. Empezó una cosa muy linda. Una primavera. Un romance que, me atrevería a decir, no vivía desde muy muy joven. Paseábamos por el centro de la mano, íbamos a bailar, yo lo escuchaba ensayar, me conocían sus amigos, y mis amigos lo empezaron a conocer a él. Me recomendaba canciones. Me mandaba flores. Me escuchaba por horas todos mis dramas y problemas de pega. Y volvíamos a la cama, donde todo era increíble.
Pasé unos meses de un amor intenso, de desayunos que se extendían hasta las 3 de la tarde. De verlo a él tocando, componiendo, felizmente inspirado. ¿Qué pasó entonces?
Track 02: Me engañó. No una vez, sino que varias. Me enteré gracias a la amiga de una amiga, de una amiga. Yo no tenía cómo saberlo, porque además, vive en otra ciudad. Pero sí pasó. Él, llorando, además de reconocerlo y confesarme que no había usado protección, me dijo que me quería a mí, que se había equivocado. Y yo le creí. Dijo muchas cosas. Me prometió que iría a terapia incluso. Estaba errático por la desesperación, me imagino, porque incluso me dijo que “jamás aclaramos que esto era una relación cerrada”. Pero nada de eso arregló mi confianza, que por mucho cariño, ya estaba tan fragmentada.
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Soy una persona de mente abierta (creo), pero me sentí tonta. Lo recuerdo y me vuelve a dar un poco de vergüenza conmigo misma. No pude seguir y lo dejé hasta ahí. Algunos amigos me critican y me encuentran radical (quizá por que soy escorpiona), pero preferí dejarlo hasta ahí. El hecho de que no se cuidara cuando me puso el gorro, me dolió más que otra cosa, porque me puso a mí en riesgo también. Lo encontré egoísta y yo no voy a perder tiempo en esta vida.
Track 03: ya han pasado años, en un par de meses me caso, y obvio ha pasado harta agua bajo el puente, pero lo extraño. Porque aunque estoy agradecida del hombre con el que estoy ahora, y lo amo, y siento que seremos felices, con él siempre será ese recuerdo de sexo frenético, esa espontaneidad juvenil, la amistad, esa chispa que pocos tienen, pero por otro lado la incertidumbre, el sobresalto, la desconfianza.
Después del término, meses después, sacó un disco. Todavía lo escucho y se me revuelve la guata. Pero llegó la hora de sentar cabeza.