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Hasta el 26 de Febrero en el Centro Cultural Palacio La Moneda se exhibirá la colección Peggy Guggenheim Venecia, con obras de Kansinsky, Dalí, Vasarely y Picasso, entre otros.Se trata de algunas de las obras de los más grandes artistas del siglo XX, que están disponibles en este museo subterráneo a los pies de la Moneda. Pero antes de hablar de la exposición en sí, repasemos un poco la extrema vida de la dueña de esta colección:
Peggy Guggenheim siempre llevó el gusto en la sangre. Bueno, su tío Solomon Guggenheim fundó una de las fundaciones más importantes en la conservación del arte en la actualidad. Peggy, que viene de una gran dinastía de importantes negociantes judíos, no sólo heredó un buen ojo para la apreciación artística, sino que también un buen instinto para los negocios. Como su padre que murió en el Titanic, le dejó una pequeña fortuna. Con la plata partió a vivir al loco París de los años 20. Ahí no solo conoció a varios artistas vanguardistas, como Duchamp o Tzara, sino que también a su primer marido, Laurence Vail, con quien tuvo dos hijos, un montón de viajes por Europa y Egipto y miles de fiestas que terminaban con gente teniendo sexo en la cama matrimonial.
Este primer matrimonio terminó en fracaso (acusaciones de violencia incluidas). Su madre muere y después de su divorcio Peggy decide instalar su primera galería de arte en Londres, en 1938. Abrió con una exposición de Jean Cocteau, pero económicamente, la galería apenas se sustentaba pues las obras no eran bien recibidas por el tradicional público londinense. Para disimular el fracaso y ayudar a sus amigos artistas, tan generosa como millonaria, comenzó a comprar ella misma las obras, dando inicio así a una de las colecciones de arte vanguardista más importante de Europa.
Nuestra alocada Peggy estaba obsesionada con el arte. Poco antes de la II Guerra Mundial, se instala nuevamente en París, con la intención de abrir un museo para el que necesitaba comprar la mayor cantidad de obras posibles. Al estallar la guerra, en vez de regresar a su natal ciudad por su propia seguridad, decide mantenerse en París comprando obras de arte de manera compulsiva. Las tropas alemanas se acercaban y la mantención de esas valiosas piezas era lo único que importaba a la coleccionista, quien llegó a gastar hasta 40.000 dólares en eso. Pocos días antes de la llegada de los nazis a París, escapa a una ciudad al sur de Francia. Intenta que su colección sea guardada en el Louvre, pero el museo más importante de Francia se negó, argumentando que se trataba de piezas demasiado modernas. En su huida, las esconde en un granero. Finalmente, en 1942, Peggy, su colección de obras y algunos artistas amigos que arrancaban de la guerra viajaron a Nueva York.
En esa ciudad, la curadora de arte abrió una nueva galería dedicada al surrealismo, cubismo y otras vanguardias del siglo XX. Un año después conocería a quien sería uno de los artistas más importantes de Estados Unidos, pero que hasta ese momento era un don nadie: Jackson Pollock. Después de exponer en la galería de Peggy, el trabajo de Pollock comenzó a ser reconocido. En la galería, aparte de presentar a importantes artistas se realizaban enormes y excesivas fiestas que terminaban con todo el mundo ebrio y con Pollock orinando en la chimenea.
Pero en 1947, Peggy se cansó, y decidió cerrar y volver a Europa con una meta clara entre ceja y ceja: pasar a la historia.
Instalada en Venecia, realizó una gira con sus obras por toda Italia. Se compró un enorme palacio en la ciudad y lo decoró con sus obras conservadas durante tanto tiempo. Tres veces a la semana abría su propio hogar para que los visitantes no sólo vieran su colección de arte sino que también su excéntrico estilo de vida. También hacía enormes fiestas a las que asistían celebridades como Yoko Ono o Capote, aunque bastante más tranquilas que sus alocadas aventuras de París o New York.
Murió en 1963 y fue enterrada en su mansión.
Su extensa e invaluable colección de arte quedó en manos de la fundación Guggenheim para que se mantengan expuestas en Venecia, de donde sale cada cierto tiempo para ser admiradas alrededor del mundo. Así es como llegaron a Chile.
La exposición del CCPLM no sólo recoge importantes piezas de arte moderno, sino que son un reflejo del esfuerzo y la dedicación de esta mujer por preservar y atesorar estas obras durante toda su vida, un imperdible en nuestra ciudad.