Por: Sofía
Poco sabía yo en lo que me estaba metiendo cuando este sujeto, encantador pero con la sonrisa más grande que la de Julia Roberts, lanzó sus encantos sobre mí.
Llamémoslo Alejandro para hacer las cosas más fáciles, dado que con él no lo fueron en lo absoluto, pero tampoco exageremos. No hubo enamoramiento intenso, chispas por todos lados, pero sí sus complicaciones. Estos tipos son raros, es como si fueran de otra raza y pura. Nada de sangre azul, es una cosa dorada.
Aunque estaba bastante cómoda con mi sueldo promedio, no me podía sentir más pobre y quiltra con Alejandro, quien siempre me llevaba a los restaurants más caros y menos mal que insistía en pagar, porque mi banca rota habría llegado mucho antes que fin de mes, como suele pasar.
Miembro de todos los clubs de Santiago, casa en todas las playas por haber, pasaba por todos lados. Y siempre me mandaba fotos, pero poco podía ver del lugar, ya que todas eran de él. Siempre-de-él, podía estar con cien amigos pero, ¿para qué existen si te puedes autorretratar constantemente?
Su popularidad era un tema. Todo el mundo lo conocía y si yo me encontrabas con alguien para presentarle, llegaba a ser emocionante. Podía ser mi amigo más taquilla, pero él se encontraba con la Carola de Moras, taco alto y maquillada como reina, y listo, estábamos. Además, si modelos te saludan como si fueran tus mejores amigas, te das cuenta que te codeas con un mundo completamente diferente… dejando de lado el sentirte una alpargata.
Alejandro nunca tuvo pudor. Me confesó haber sido infiel sus cuantas veces, haberse metido con aquella y esta otra famosa – todas con unos cueros impactantes – y no pude evitar preguntarme por qué se fijo en mí. Así que pensaba; bueno, seré algo de bonita, inteligente, se ríe conmigo, fome no soy. Todo lo que fuera para subirme el autoestima, incluso pensando que mi busto plano era muchísimo más sexy que las siliconas que él había experimentado. Pero al muy perra le daba con agarrarme el rollo y decirme que podía ir al gimnasio.
He aquí un consejo: lo que encanta a una mujer es el respeto y no solo en el ámbito sexual, sino que haya un interés de por medio. Quizás lo que te esté contando no te mata, pero escuchas por respeto, como muchas veces nosotras también lo hacemos. Créanme que no somos fans de todas las historias de nuestras parejas, pero Alejandro era seco para interrumpirme porque lo que él tenía que decir era más cool o simplemente no ponía atención, miraba la tele y me daba palmadas en la cabeza. Sí, palmadas en la cabeza junto a un “ahá”, “obvio”, “ya”.
Pero al final del día lo que nos separó fueron sus constantes intentos de violación. No alcanzábamos a estar solos y ya me bajaba los pantalones, mientras yo me los subía a la fuerza, porque después de las palmadas en la cabeza me daban ganas de azotarle lo que más le duele. Me ponía de guata y poom, me atacaba. De lado, y ahí estaba, no podía ni estar sentada sin que intentara indagar qué calzones estaba usando… y eso comenzó desde la primera cita.
Lo siento, Alejandro, no me pude abrir de piernas contigo, ni siquiera por diversión. Hubiese preferido ponerme un cinturón de castidad con las piernas bien cruzadas, para luego sacármelo y tirarme al primer tipo que encontrara en la calle. Ale, no creas que se trato de romanticismo, pero la idea de ser “hecha” por ti mientras veías un partido de fútbol me hacía frígida de solo pensarlo.
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