Alguien que tomó consciencia de que dormirse viendo el celular y mirarlo apenas uno despierta no está tan bien.

Por Rodrigo Wells

Pongámonos íntimos y apocalípticos: es terrible hacer una retrospectiva y darse cuenta que has elegido invertir buena parte de tu vida navegando solo en Internet, consumiendo series y/o películas, vagando por redes sociales de noche como Avril Lavigne en el video de Im with you, leyendo noticias irrelevantes y quizá falsas, creándonos cuentas en páginas que ahora no te acuerdas que existen (ni menos el nombre de usuario, mucho menos de la contraseña), llenando todos los horarios posibles de tus días libres sentado frente al computador, o haciendo tap en la pantalla de un teléfono.

Es algo normal, lo naturalizamos gracias a la imparable evolución tecnológica de nuestra era. Y la adicción ha ido in crescendo. Nací en la época del “buen Internet” (rápido, más seguro, infinitamente divertido y propenso a que te pierdas en un mar de gifs). Esto se remonta a un buen tiempo atrás, cuando era escolar y el reloj estaba a mi favor. Podía controlar a mi gusto lo que quería hacer cuando estaba aburrido en casa. La escena siempre terminaba igual: yo, un joven estudiante, husmeando en Internet.

Estar conectado se volvió elemental en mi adolescencia. Estar frente a una pantalla parecía una buena idea, sobre todo para estar en contacto más tiempo (MÁS TIEMPO, ¿acaso el colegio no era suficiente?) con tus amigos. Crecí en la generación de MSN Messenger, Fotolog y descargar música en Ares, que por si solo ocupaba tiempo importante de mis tardes. Si tenías una cuenta en algunas de estas plataformas, te hacías esclavo de la actualización: sacarte proto selfies (o fotos con el lente de la Cyber-shot), subirlas, cambiar tu estado o poner que estabas escuchando una canción y postearle a tus amigos en sus fotologs.

Con el tiempo todo se salió de control, sin que me diera cuenta. Fui testigo presencial de la evolución que cambió la vida de muchos en el planeta: pasé del computador de escritorio al notebook, del DSL al wifi, de los teléfonos con teclado a las Blackberrys y, después, al iPhone y los iPad. Brutal. Algunas redes fueron desapareciendo, otras nuevas venían llegando para permanecer en nuestra vida por un período corto y otras llegaron para no irse nunca. Vendí mi alma al diablo. Ya no puedo dejarlo. Acaba de vibrar mi celular. Espérenme. Ah no, era una notificación de Aliexpress con descuentos. Quizás me meta a la app más tarde. Y un mensaje también, pero no lo puedo responder ahora.

Abstracción total, eso es lo que me pasa cada vez que abro mi computador o se prende la pantalla de mi teléfono inteligente. Siento como que si de un momento a otro cerré y abrí los ojos, un poco como dormir y despertar a la mañana siguiente con algo de caña, y me di cuenta que pasó el tiempo y tengo que automáticamente meterme a actualizar el inicio de Instagram apenas apagué la alarma.

Durante las vacaciones de verano que recién pasaron no quise salir a ninguna parte; me quedé en mi casa y estuve todo el tiempo en Internet, muchas veces sabiendo que estaba aburrido de vagar sin final, pero sin la voluntad de salirme de Netflix o cerrar la pestaña de ese artículo que tengo abierto hace una semana.

Hice un detox de prueba para desconectarme un poco y dejar de sentir la necesidad, la compulsión de estar pegado todo el día a mis artículos tecnológicos. Es difícil asumir que Internet nos hizo adictos a sus lugares imposibles de medir y que a veces nos seduce para llegar, incluso, a los rincones negros de ella. Nos consume y absorbe nuestro tiempo, sin que siquiera darnos un respiro para tomar consciencia. Peor aún, ni siquiera tenemos la oportunidad de superar una adicción incurable.

Si nos ponemos positivos, gracias a todo ese tiempo que pasé en el computador cuando era más chico, me desarrollaré como individuo.

Llegué a lo que soy ahora. Incluidos todos los gustos y preferencias que tengo. Internet fue el espejo donde me probé diferentes estilos y miré a través de su reflejo lo que me quedaba bien, lo que estaba escuchando por posero o lo que realmente me gustaba.

Pero perdí un montón de horas esperando una descarga que se terminó cancelando. Dejé de caminar, de conversar con mis amigos cara a cara, de disfrutar una juventud idílica, esa misma que mis papás tuvieron, pero que ya se fueron y nunca volverán.

Al final, entré a Internet para descargar cosas, pero Internet terminó por descargar mi vida.

u.u