El Músico y pintor Alejandro Palacios hace poco estrenó su nuevo video dirigido por @asma_brath y @RATISTS. Así que Francisco Braithwaite nos envió el siguiente texto

“Voy manejando mi camioneta a toda velocidad, aproximándome lentamente al horizonte, donde finalmente me encuentro con un portón cerrado. Apenas termino de abrirlo para volver a la camioneta y seguir mi camino, un trío de desalmados se me acerca pidiéndome un aventón. Uno de ellos empuña una escopeta, lo que a mi pesar termina por convencerme de aceptar su petición. Ya en el auto, y en cierta medida aliviado, reenciendo el motor, y en cuanto empezamos a atravesar el portón la escopeta se dispara accidentalmente, volándome la tapa de los sesos”

Eso fue lo último que oí salir de la boca de Palacios.

La primera vez fue hace años, durante una embarrada noche de junio. Me vi sumido en un tumulto etílico que giraba incesante por las calles de nuestra ciudad. Sin más, fui a dar a un apretado encuentro musical de una estrambótica banda llamada Grumos, conformada por una decena de enardecidos entusiastas que tocaban al vaivén del azar en una disfonía ingenuamente infernal. Entre las variadas capas sonoras que componían el sonido de aquellas composiciones, me sedujo el tímido vagabundeo de una trompeta.

Esa noche pregunté por el nombre del trompetista, que me quedó dando vueltas como un trompo en mi cabeza, aunque nunca más pude dar con aquella banda ni mucho menos con aquel sonido. Hasta que un buen día, en mis deambuleos por esta ciudad en búsqueda de personas con quienes reflexionar, fui a parar al hogar de un viejo amigo. Inmerso en un sinfín de artilugios electrónicos, sosteniendo como siempre una taza de café, lo hallé frente al delirio óptico de una computadora escuchando una lúgubre pero sabrosa canción. La brisa de una trompeta vagabunda y el cantar afónico de un joven, recitando palabras en un idioma ininteligible, me dieron la esperanza de escuchar lo que quería oír en ese momento. Hay, entre toda la basura que nos rodea, pequeños destellos de cierta humanidad olvidada.

Quiero creer que Palacios es uno de esos destellos. Por eso me adentré en investigar más a fondo su discografía. Fue así como descubrí que el tema que mi amigo estaba editando era tan sólo la punta de una flecha torcida apuntándome a la manzana que llevo sobre mi cabeza.
Me decidí a volver donde mi amigo y apreciar los avances del videoclip. Para mi sorpresa, había otra persona con él. Supuse con esperanzas de que se trataba del mismísimo Palacios, cuya música había hecho que me adentrara en terrenos recónditos de la melancolía. Pero cuando de su boca salieron sus palabras, supe que él no podía ser. Era otro entusiasta, también seducido por la música, que estaba obsesionado con hacer un videoclip para Palacios. Él y mi amigo escuchaban incansablemente, una y otra vez, uno de los temas del músico.

Me fui caminando, pensando en la letra de la canción. Antes de llegar a mi casa, sorpresivamente, me llamaron por teléfono. Al notar mi desorbitada exaltación, muy amablemente mi amigo me citó a ver el corte final del video.

El día señalado me aparecí donde él y, en cuanto entré a la casa, en medio del espeso humo de un cigarrillo yacía Palacios relatando una historia. Sin apenas saludarnos, Alejandro continúo con su relato: “La balsa avanza lentamente por el río, no hay nadie conmigo. Miro a mi alrededor y sólo me acompaña el denso espesor del silencio. Tengo miedo, uno inimaginable. La balsa avanza, inminentemente, hacia un desalentador futuro”. Ese sueño me desvela desde que tengo memoria, contó Palacios.
Supongo que Palacios le teme al reino de Hades como cualquiera de nosotros lo haría, pero se atreve a ofrecerse como un guía de las almas hacia el inframundo.