En la era de la sobreinformación, la inestabilidad de la economía y la crisis climática nos preguntamos: ¿Cómo impacta en las relaciones afectivas interpersonales? ¿Qué tiene que ver el capitalismo y la sociedad del consumo con la liquidez del amor contemporáneo? Hablamos con Edgar Velásquez, autor y licenciado en Filosofía y letras de la Universidad Pontificia Bolivariana de Colombia, para encontrar respuestas de por qué el amor hoy en día se escurre entre los dedos.

El filósofo colombiano millennial Edgar Velásquez (28) es un investigador del amor con una historia fascinante. Antes de convertirse en sacerdote de la congregación de los Salesianos de Don Bosco, Velásquez se dedicó a intrusear en cómo la promesa del amor eterno fue reemplazada por la fugacidad de un mensaje. 

En su texto El amor líquido en las relaciones de pareja: hacia la utopía viable de la alegría del amor, publicado en 2021, aborda el tema en profundidad que ya antecedió hace unas década atrás el filósofo polaco Zygmunt Bauman, cuando definió la modernidad sólida y profetizó cómo cambiarían los vínculos afectivos, los que se caracterizarían por la huida al compromiso, por estar enraizada en la cultura del descarte cuando hay obstáculos o cuando simplemente la otra persona ya no cumple la función que necesitabas en tu vida. 

Pero no podemos decir que todos estamos en ese caudal sin sentido de aprovechamiento o de descarte, pero sí hay un gran número de personas que sí están bajo esta lógica que opera inconscientemente en la persona”, explica hoy el licenciado en Filosofía y letras de la Universidad Pontificia Bolivariana de Colombia.

“El ‘largo plazo’, al que aún nos referimos por costumbre, es un envase vacío que carece de significado”, cuenta Velasquez, “si el infinito, como el tiempo, es instantáneo, ‘tener más tiempo’ puede agregar muy poco a lo que el momento ya nos ha ofrecido”. Pero afirma que esta fugacidad infinita derivada del relacionamiento virtual contemporáneo no sucede necesariamente de forma voluntaria. “Las personas no se dan cuenta porque desde el punto de vista ideológico ha permeado todo nuestro ser”, dice en una videollamada desde Colombia. 

Así se crean lo que él denomina relaciones de bolsillo. “¿Qué lleva uno en el bolsillo cuando sale de casa? Solo lo que quiero tener a mano: lo saco solo cuando lo necesito y después queda guardado hasta cuando quiera” , o las relaciones descartables donde mutuamente se descargan.

Y con la caída progresiva del amor romántico como una forma de relacionarse válida para los Millennials y Gen Z, dice que también llegó una de las características que destacan al amor líquido: la evasión del compromiso a largo plazo. “Es más fácil estar conectado que comprometido”, afirma. Eso sí, cuando le preguntamos si cree que esto es algo negativo comenta que la liquidez también es adaptabilidad y que con la sobreestimulación de redes aún estamos “en un péndulo que se mueve en extremos”.

¿Es posible el amor eterno en el siglo XXI?

“Las estructuras de parentesco de antaño tenían como base la producción y el trabajo; por eso tener muchos hijos, en otros tiempos, no era una bendición, sino garantía de prosperidad y sostenibilidad económica. Las relaciones de parentesco en la actualidad son licuadas por la dinámica económica del capitalismo, (…) no se puede hablar de relaciones durables debido a la inestabilidad del mismo sistema económico: hoy se puede tener grandes beneficios financieros y mañana estar a la voluntad del precio del dólar”, escribió en su artículo.

Sumado a la crisis climática como factor para no formar una numerosa familia, el concepto de amor eterno ya no es el objetivo final a la hora de salir con alguien. En ese sentido, Velásquez enfatiza que pese a la inconsciencia colectiva que plantea Bauman en la modernidad líquida, “hoy los jóvenes tienen el deseo de transformar su realidad personal, son personas más conscientes de su existencia y no son simplemente consumidores de valores impuestos”. 

Así, estas generaciones son quienes finalmente definirán los límites de sus propias relaciones. “Aún así creo que podemos hablar del amor a largo plazo actualmente porque hay experiencias que desde lo virtual se gestan con ese deseo, pero cuando  un compromiso es para siempre, se da en un proceso de constante transformación de ambas partes. Y, pese a que la tecnología avanza rápido, estos procesos humanos son mucho más lentos”. 

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Velásquez también habla de una teoría que leyó y que asegura que la posibilidad del largo plazo está dentro de estas transformaciones de las relaciones. “Cuando encuentres a una pareja no le preguntes cuántos años llevan unidos, sino cuántas etapas han experimentado”, recalca. Así la fugacidad o eternidad del tiempo pasaría a segundo plano para que los momentos de cambios sean la medición del cariño: desde conocerse, pasando por salir con los amigos de su pareja y hasta las conversaciones  sobre el futuro donde todo parece perdido. 

Antes de finalizar la videollamada le preguntamos cuál es el papel que el amor propio y la salud mental, ambos banderas de lucha de las nuevas generaciones, en esta liquidez. “Uno es consciente de que no todas las relaciones son para siempre. Pero con estos factores presentes también hay que ser sensatos y prudentes para admitir que una relación ha llegado al fracaso y que ya no es saludable”. 

La fluidez del péndulo de las relaciones interpersonales actuales está en tus manos y quizás por cuánto tiempo más, “pero hay que ser responsables con cómo nos relacionamos porque se nos olvida que hay humanos detrás del descarte y dentro de tu bolsillo”, finaliza.