Daniel lleva casi dos décadas siendo el Buda de Plaza de Armas, un personaje que todos reconocemos, pero que no hemos escuchado hablar. Durante todo este tiempo, mientras encarna a este ser espiritual, él ha sido testigo del cambio climático, el flujo migratorio, el aumento del trabajo sexual y, en primera persona, ha sufrido el castigo a los artistas callejeros por parte de las autoridades. Esta es parte de su historia y su propia filosofía.

fotos por nuestra Valentina Pérez / @valentinabird en Instagram

Daniel San Martín (45) no tiene un trabajo tradicional: es famoso, pero no le piden autógrafos en la calle. Ha recibido premios internacionales, pero nunca ha ganado una medalla en Chile. Dice que no cree en Dios, ni en dogmas o religiones, sin embargo, encarna al Buda de Plaza de Armas hace 14 años.

Durante cuatro horas al día mantiene el silencio y la concentración en una ciudad que lo observa a él, pero que él también mira de vuelta. Y en este tiempo, ha sido testigo de manifestaciones y problemáticas sociales, del flujo migrante, el aumento del trabajo sexual y -bajo sus propias palabras- la baja fiscalización policial. 

Y aunque durante su carrera ha creado cerca de 12 personajes, Buda es el más popular. El 20 de marzo de este año se posicionó en el primer lugar de la Categoría Clásica del Noveno Festival Internacional de Estatuas Vivientes del municipio de Olavarría, Argentina. “Un hecho nunca antes visto, ya que esa medalla no había salido del país trasandino”, comenta Daniel. Este reconocimiento a su arte lo pone contento, pero espera también que sea un gesto que abra la puerta para el arte callejero en Chile.

En nuestro país, este tipo de arte se ve limitado y es penalizado. Según el Artículo 495 número 8 del Código Penal serán multados por la suma de 1 UTM, aproximadamente $56.762 chilenos, quienes dieran “espectáculo público” sin licencia de la autoridad. “El arte callejero no es delito, es derecho de todos y todas ver arte, no es tan solo para la elite”, agrega Daniel.

Daniel dice que comenzó actuando en Providencia con Lyon, pero ahí fue multado en varias ocasiones. Incluso estando de dorado terminó toda una noche en un calabozo de Carabineros. Decidió cambiarse a Plaza de Armas y aunque los partes siguieron, dice que si él está ahí es porque la gente así lo desea. “Por medio de este personaje, pretendo entregar paz en un lugar tan caótico y quiero que las personas se detengan aunque sea por un segundo sólo a observar”. Cuando llega a la plaza toma su botella de pintura y se comienza a maquillar: primero sus manos, luego sus brazos, su barriga, su espalda y finalmente su rostro. Así aparece Buda y Daniel se queda atrás.

“Transformarse no es fácil, mi primer personaje fue un gladiador, entero charcha. Me quedé con Buda porque era pelao y llegué a pesar 115 kilos”, cuenta.

Si bien durante las cuatro horas que está actuando no se comunica verbalmente, la gente sí lo hace con él. Cerca de donde está sentado tiene un cuaderno, en el que las personas dejan sus mensajes. “Pasé a ver si eres real“, “Eres un canal brillante“, “Gracias por la fantasía”, se leen en las hojas. “Que la gente exprese lo que el personaje les produce o simplemente lo que viene a su mente, es algo que no tiene precio, tiene un valor espiritual muy grande para mí”.

“Considero a Buda como un primer revolucionario”, agrega el artista, “ya que se despoja de lo material para seguir su camino espiritual, revelándose contra la autoridad y renunciando a su cargo de príncipe”.  Daniel se define como contestatario, rebelde y antisistema. “¿Quieres conocer a Daniel?”, hace la pregunta él. “Daniel no cree en Dios, no está ni ahí con el sistema, de aquí viajo para el mundo, no me interesa tener fortunas (…) Daniel quiere cambiar el mundo y su pala es el Buda”, dice.

Desde donde se sienta a actuar, afuera del metro, logra ver desde bichos minúsculos que vuelan por el aire, hasta situaciones más duras; el trabajo sexual, la delincuencia, el abuso de sustancias y la explotación infantil son solo algunas de estas. “Cuando alguien tiene la capacidad de ver la realidad de este gran ‘oasis‘, repitiendo las palabras de aquel monstruo, (hace alusión al ex presidente Piñera) no comprendes cómo teniendo una fuerza pública que restringe tanto el comercio ambulante, a los artistas y a la gente, sean los únicos que pasen con los ojos cerrados y no se den cuenta que esto existe”, menciona.

Daniel dice que en Plaza de Armas existe un nivel de violencia a destajo y que ha visto cómo menores de edad son víctimas discretas de la explotación infantil. “El otro día conversaba con una paca (mujer policía) y le decía: ‘¿Ustedes no se dan cuenta?’ y ella me respondió que mientras no tuvieran una orden de investigar, no podían hacer nada y eso es porque prefieren no meterse y asumir que esa persona tiene 18 años”. 

Daniel reveló un secreto. A diferencia de lo que la mayoría cree, sí se mueve. La idea de que se mantiene siempre en la misma posición es una ilusión que crea a través del arte. “La gente pasa y me ve, después de media hora vuelve a pasar y me encuentra en la misma posición. Ahí sus mentes dicen ‘¡Wow! Este loco estuvo media hora así’, eso es lo que buscamos en el fondo, crear una ilusión”.
“Creo que al momento de actuar me bloqueo, porque debo dar lo mejor.  Yo sé lo que estoy buscando, busco que la gente se pare, que tenga la capacidad de pensar, tomarse un tiempo. Es de las primeras cosas que no tiene que ver conmigo, sino con lo que yo quiero que el público sienta”.

El calor, el frío y la lluvia son aspectos muy importantes para un artista de calle, aún más si se trabaja a torso descubierto. Sin embargo, este Buda es latinoamericano y describe su firmeza con una frase de Residente: “mi piel es de cuero por eso aguanta cualquier clima”.

Considera que el arte callejero es importante porque “es la expresión artística más cercana que tienen niños y niñas en sus poblaciones. El actuar, bailar o cantar en un espacio público sin previa autorización no debe ser un delito”, dice.

Daniel se ha dado cuenta que la gente quiere y respeta a Buda, así lo evidenció en dos momentos importantes en su vida. El primero ocurrió en contexto de estallido social cuando en medio de su actuación fue reprimido por Fuerzas Especiales de Carabineros. “Fue un momento complejo, me sentí pasado a llevar, pero la gente me defendió e hizo suyo el personaje “.  El segundo momento no fue hace mucho. Fue previo a su viaje a Argentina para concursar en el  Festival Internacional de Estatuas Vivientes en Olavarría. Dice que tocó puertas, mandó mail al Ministerio de Culturas y a la Alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, pero no tuvo respuestas. “Logré ir al encuentro, gané el primer lugar, representé a Chile, todo esto gracias al público y a los comerciantes del sector que me ayudaron”.

Sobre este triunfo, él dice que “es abrir una puerta gigante porque Chile es el único país entre los que nos rodean que no tiene encuentro de estatuas vivientes. Argentina, Uruguay y Brasil los tienen”.  

Si bien su trabajo es una satisfacción personal, Daniel cuenta que hacer arte es un acto político que tiene como objetivo poner a la gente a pensar. “He sido un revolucionario toda la vida. Tengo la convicción de que los artistas callejeros tenemos la necesidad y la responsabilidad de poder crear conciencia en nuestro pueblo, el arte callejero no es delito”, repite.