Uno.
Es difícil encontrarse con una reedición póstuma de un entrevistado con el que terminaste haciéndote amigo.
Y más aún si el tema central es la cesantía y la reinvención. Sobre lo primero, a veces pasa que los periodistas o “críticos culturales” tenemos contactos que creemos —o nos hacen creer— que existe algún grado de amistad.
Como esos escritores que te saludan de abrazo en las Ferias del Libro (¿terminarán volviéndose online como las de Buenos Aires?) o viejas estrellas tipo Paul McCartney que llama directo al celular como estrategia promocional digna de Imaginacción.
Pero a veces congenias con un autor como Andrés Gallardo Ballacey (1941-2016) por ciertas obsesiones en común (en este caso la vida en provincia, la academia y la lingüística, incluyendo los garabatos).
Y terminas haciéndole la última entrevista (aunque haya pasado relativamente piola), atesorando algunos archivos mp3 con conversaciones y leyendo una “novelita” como las llamaba él.
Sobre lo segundo, es obvio que es el tema que más está desesperando a las personas este año que parece ser un 1985 —año donde se publicó originalmente la obra— pero con COVID-19.
Dos.
Cátedras Paralelas es la historia de Rojitas, un lingüista que domina desde el Renacimiento hasta las teorías de Kurt Frenzen y Julia Kristeva o los conceptos del “quiebre interno del significante” (página 63) pero que fue despido por razones que no quedan del todo claras.
De hecho el libro dedica varias páginas a describir como el profesor le hace el quite al sobre azul, en un caso de ansiedad anticipatoria plenamente justificado por una Dictadura que se metía en el sistema educacional y universitario.
Odioso, resentido, con una nana experta en mecánica y con un asunto amoroso no resuelto, Gallardo hace que pasemos las primeras 39 páginas sin saber si odiarlo o aguantarle cierto humor a la antigua o boomer, como se diría ahora.
Como cuando un amigo le dice que exija una explicación por el despido y él responda seco: “No soy Condorito” (página 18) o un poco antes, pelando al resto de los académicos diga cosas como “Es imposible confiar en un profesor de literatura inglesa que se llame Simbad” (pp. 16).
Tres.
Pero algo pasa cuando, en un desesperado intento por reinventarse decide fundar un taller de “Integración de medios”. Un artefacto lingüístico que fue un boom gracias a periodistas con falta de pauta, el chamuyo académico y los invitados que iban desde artistas hasta señoras con tiempo libre, dispuesta a profundizar en los secretos del lenguaje, el deconstructivismo y la semiótica dura.
Si bien no está situado en una época concreta, la descripción huele a años ochenta, revista Apsi, Marco Antonio de la Parra, Tironi. De hecho hay un paper bien interesante sobre el uso del lenguaje, usando la misma estructura parodiada —con cariño eso si— por Gallardo.
Cuatro.
Pero Gallardo es astuto y detrás de la parodia —que arranca carcajadas— se esconde algo más profundo: el retorno al campo, a la raíz, a la “agricultura no tradicional” en la chacra familiar de una zona llamada Rinconada de Trumén que, evidentemente es una parábola de ese Chile que se secó, terremoteó, quedó ahí en suspenso donde él intenta enseñarle literatura chilena a chuchada limpia al cuidador don Venancio, una especie de figura paterna que mantiene la memoria de cómo eran las cosas antes.
Y le dice cosas como “Yo respondo por mis pisadas y tengo cuidado con mis callos” (pp. 82). Entre más fracasos y alucinaciones dignas de Nocturno de Chile de Bolaño, suceden cosas que, para no arruinarles la lectura no contaré pero le darían un extraño —y algo depresivo— giro a la historia.
Es ahí donde el autor exhibe su destreza en el viejo lenguaje y sabiduría rural chilena, con muchos chistes, dichos y ocurrencias que en la ciudad simplemente no funcionan como cuando regaña a Venancio por lo lento que se demoran los paltos, limones y nogales en dar fruto (pp.69):
—¿Y no hay ni un puto árbol que crezca rápido por la cresta?
—Los sauces
—¿Y qué producen los sauces?
—Sombrita.
—Don Venancio, ¿por qué siempre que abre la boca me tiene que cagar?
Cinco.
Aunque tuvo una cobertura mediática aceptable, creo que Cátedras Paralelas posiblemente se convierta en un libro de culto.
Siempre he pensado que muchos libros son más citados que leídos, lo cual no debe ser ninguna novedad. También creo que la literatura más interesante sigue teniendo poca visibilidad, quizá porque hay que hacer algo muy fundamental: sentarse y leer.
Es una obviedad, lo sé, pero el efecto que se logra tras varias horas de lecturas es, a diferencia de una canción o el entusiasmo por una serie, muy difícil de transmitir. Pero ya estoy divagando como Rojitas. Volviendo al principio, creo que lo más complejo de una reedición póstuma de un amigo es que obviamente no tienes cómo llamarlo autor para decirle que te gustó y te reíste y quedaste con algunas dudas sobre el protagonista. Por eso escribí esto.
Cátedras Paraleas
Andrés Gallardo
Editorial Overol, 2018
125 páginas.
El libro puedo adquirirse acá