La gente está muy calila.
Para algunos, la idea de ir a un motel empieza a rondar en la cabeza desde que somos adolescentes. Cabros chicos calientes que sueñan con poder tirar con el o la pololita sin tener que esconderse de los indiscretos padres y/o herman@s. Los más capos lo lograron, pero para muchos de nosotros la fantasía de las sabanas de colores, las paredes decoradas, piezas temáticas, el jacuzzi y el espejo en el techo, llegó muchos después.
Desde historias de terror con sábanas sucias a selfies en los espejos, los que han estado en esos nobles recintos comparten la camaradería de tirar tranquilos por un par de horas y por una módica suma de dinero. Pero no hay que ser ilusos, porque hay de todo: puedes optar por habitaciones de cinco mil pesos por tres horas en Santiago Centro, o si quieres ser fino a cabañas ecológicas en el sector oriente por 40 mil.
Si la presión de la vida moderna te tiene aburrid@ y el motel es tu escapatoria para tirar tranquil@, hoy puede ser tu día. Aquí te dejamos varias historias, para motivarte:
El amor que nació en piezas temáticas
“Con mi último pololo nos enamoramos por ir a moteles. Él estaba haciendo una investigación sobre éstos y después de que follamos por primera vez en una de las tantas piezas que vimos, me pidió que lo acompañara a cada motel que tuviera que ir. No nos conocíamos casi nada y quedamos en ir a moteles todas las semanas. Después de ir a muchos no podíamos parar. Era muy divertido porque los dos no queríamos nada serio, pero caímos igual hasta que nos pusimos a pololear”.
Los sin carnet
“Con mi ex pololo nos queríamos pegar un remember calentón. Teníamos demasiadas ganas de tirar, pero obvio que no queríamos hacerlo en una plaza o lugar público. Yo no vivía en Santiago, estaba sólo de paso, y él vivía con sus papás, y tampoco teníamos mucha plata, así es que no podías regodear con el lugar. Íbamos a ir al típico Marín 014, pero a mi ex se le había quedado el carnet y no nos dejaron pasar. Terminamos yendo a un motel en Universidad Chile, por San Diego. El lugar era oscuro y estaba rayadísimo, pero igual no más. Nos volvieron a pedir el carnet para entrar, así que mostré el mío y el pésimo de mi ex no lo llevaba. Estábamos tan calientes que rogamos por que le aceptaran entrar con el pase, y menos mal así fue. Costaba como 7 lucas por tres horas y media, y la habitación era enorme pero asquerosa, con una cama con mosquitero y un jacuzzi rojo en forma de corazón. Si bien follamos, fue arriba de la cama porque nos dio mucho asco y los dos nos miramos con cara de ni cagando me meto al jacuzzi, que además de ser rojo era como un hoyo con agua más que una tina teñida de ese color”.
La marca del tigre
“Hace mucho tiempo conocí una mesera de un restorán que era bien rica y me tiraba los cortes, así que le dimos. Fuimos a un motel que está por Suecia, muy indigno. Casi como un motel en Perú que con una sábana te tapaban el lugar. Estábamos ahí empezando a darle y abrimos la cama. En la mitad había una chantada de camión; una mezcla de caca y sangre, cosa que nos hizo retirarnos asqueados y pedir la devolución del dinero. Terminamos fornicando en un parque cercano al Mapocho”.
De amor adolescente en sábanas prestadas y prostitución
“Comencé a ir a moteles en la adolescencia. Con el pololo que tenía en ese entonces, que era del Nacional, no nos alcanzaba para nada. Teníamos que juntar las mesadas para pagar una pieza rancia, en donde las viejas que atendían los moteles ni nos miraban. Nunca nos pidieron el carnet, y a mi ni a algunas discos me dejaban entrar. Las pieza eran insufriblemente ordinarias. Sucias y feas. Nosotros entrábamos y no tocábamos nada, si entrábamos a eso para no darnos como perros callejeros. Tu cama casi chocaba con la de la pieza de al lado, muro a muro y todo el mundo hacía tanto ruido. Escuchabas los gritos y todo de todos lados. Además, en ese tiempo yo no cachaba que existía la prostitución de verdad. Entonces para mí que era pendeja y súper incrédula era un mito urbano. Y ahora que lo pienso siempre estaban abarrotados por mujeres muy guapas y producidas que entraban de la mano de tipos que eran ancianos y guatones; allí me cruzaba con puras mujeres así con tipo horribles y que yo siempre pensaba ‘debe estar terrible de curá esa mina'”.
Escapando de la rutina en una cabaña Ensueño
“A los 25 años fue la primera vez que pisé un motel. En nuestra casa ya no están las condiciones para tirar tranquilos, entonces fue de extrema necesidad ir. Era como ser quinceañeros viendo una porno, no teníamos idea de nada. Fuimos el día en que cumplimos 11 años juntos y para llegar a las cabañas, que eran las ensueño, tomamos nuestras bicicletas para llegar. Muerta de vergüenza me di cuenta que llegando es que nadie sabe quien eres y que también a nadie le importa. Dentro de la pieza te llaman para preguntarte cuánto te vas a quedar y también había una ventanita por dónde te pasaban los copetes, que venían dentro de la promoción. Teníamos seis horas dentro, lo que es caleta de tiempo y nosotros empezamos a follar altiro. ¿Pero cuántas veces lo puedes hacer en seis horas? Ahí nos dimos cuenta que el copete y el kit de cosas que te entregan al principio es para amenizar el show. Además cuando entras a la habitación tienen puesto una porno demasiado rancia, así que como recomendación para los Ensueño que las cambien por una porno con más historia o yo soy muy exquisita para mis gustos. Pero aprovechamos el tiempo, lo pasamos la raja, nos sacamos unas selfies y una fotos con las bicis dentro de la cabaña. Lo pasé excelente, salí media copetiada y media invalida, pero esa era la idea”.