Conseguir una chinchilla y llevársela para la casa es más fácil de lo que uno cree. Una abogada animalista, un propietario de un criadero  y una mujer dueña de dos de estos roedores enfrentan sus opiniones sobre la tenencia de chinchillas y la normativa que supone proteger a estos animales en nuestro país. Eso sí, están todos de acuerdo en una cosa: la Ley es bastante irregular y superficial.

  • “¿Puedo tomar en brazos a uno?” – preguntó ella.
  • “Nadie ha querido comprar al macho, porque es el más chico de la camada”

Esa conversación que tuvo Cristina (34, diseñadora) con el vendedor de Bigos, una tienda de animales exóticos en Ñuñoa, le hizo sentir que las coincidencias no existían: debía llevarse a esa tierna chinchilla gris y peluda que se había quedado dormida en sus brazos. 

Era una tarde de octubre del 2018, y después de pasar un rato con el animal, entre dos conejos, un hámster, y Walter Andrés, otra chinchilla, Waldo Eugenio conoció a su nueva familia.

Los papeles legales de Waldo van siempre en la billetera de Cristina, quien también tiene guardada la boleta de la compra, por si acaso, y comenta que le da profunda tristeza verla, pues asegura que “él no vale cincuenta mil pesos, él no tiene precio”.

Existen dos tipos de chinchillas: la de cola corta y la de cola larga. Actualmente, la primera especie se encuentra en peligro crítico de extinción, por lo que sería ilegal poseer una. Sin embargo, en nuestro país está permitido tener una chinchilla de cola larga en la casa, dado que no se encuentran en peligro y la legalidad de su tenencia, como también la de otros animales exóticos, está regulada principalmente por dos instituciones que trabajan en conjunto: por una parte, la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), y por otra el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG).

La primera se basa en un tratado ratificado por nuestro país en 1973 y que tiene como misión regular a nivel internacional el comercio de especies de flora y fauna silvestres. Además, cada año se encarga de actualizar el estado de conservación de las diversas especies, indicando aquellas que se encuentran en peligro y que, por tanto, su tenencia y tráfico es ilegal. Y el SAG, en base a la CITES, se encarga de fiscalizar la entrada, salida y tenencia de animales exóticos. 

Hoy las dos chinchillas de Cristina se encuentran jugando y saltando en el living de su departamento. Ella cuenta que si bien compró a Walter, Waldo fue adoptado. Su primera chinchilla, un pequeño roedor color beige, se la regaló una mujer en Rancagua que tenía como mascota dos chinchillas que se reprodujeron y que no podía conservar a las crías en su casa. Ninguna estaba inscrita legalmente. 

Al comienzo, a Cristina le preocupaba el tema, pues temía tener problemas legales al no tener los papeles de Waldo. Sin embargo, su veterinaria de cabecera le aseguró que era casi imposible que esto ocurriera, pues la chinchilla se encontraba en perfecto estado gracias a su cuidado, por lo que no tendrían razones para quitársela. Y en caso de que hubiese algún tipo de problema, la veterinaria especialista en animales exóticos y ex funcionaria del SAG, se comprometió a interceder por ella.

ilustración de @pictomono

La amenaza de extinción bajo la que se encuentran las chinchillas de cola corta se debe a su indiscriminada caza para la venta de sus pieles, las cuales poseen alto valor debido a su densidad. Es por eso que desde 1983 existe la Reserva Nacional de Chinchillas, ubicada en Illapel, en la región de Coquimbo y que se encuentra a cargo de la CONAF. De acuerdo a datos entregados por sus funcionarios, actualmente el recinto cuenta aproximadamente con once mil ejemplares y es el único sitio que protege a esta especie.

La abogada animalista Celeste Jiménez (45) por su parte, es bastante crítica y asegura que a pesar de estas iniciativas, hay un problema grave con el SAG, pues posee pocos recursos y no tiene el personal necesario para cubrir todas sus labores. Ellos se encargan de fiscalizar tanto temas cotidianos de ganados de animales, como aquellos que involucran delitos de tráfico, por lo que la abogada ve el rol del Estado de manera precaria en estas temáticas.

“No hay empleados especialistas para cada caso. Entonces, ¿qué tenemos? una institución colapsada”, dice la especialista. 

Un triste mercado que se regula solo 

Solo los dueños de criaderos tienen el permiso legal para reproducir chinchillas, quienes compran a estos animales quedan registrados como poseedores de fauna silvestre, lo que les restringe la posibilidad de reproducir a sus mascotas, pero no es algo que se regule con mucha frecuencia.

Leandro (36), profesor de química y dueño de un criadero de chinchillas en Curicó, comenzó con su local hace 10 años, sin embargo, tan solo hace siete lo inscribió legalmente. Él partió con una pareja de chinchillas que compró legalmente en Colina, pero los animales comenzaron a reproducirse y Leandro decidió no inscribir a las crías, porque eso podría traerle problemas. 

Estuvo tres años vendiendo chinchillas sin papeles: partió su criadero con 35 chinchillas, pero hoy, luego de haber regulado legalmente el asunto dice, cuenta con 60  ejemplares, 20 machos y 40 hembras. Cuenta que, al momento de inscribir su criadero no se le exigió nada en específico, solo declarar superficialmente las condiciones en las cuales tenía a los animales. “Si está permitido el tema de la peletería  (fabricar ropa con piel animal), entonces no sé si las regulaciones del SAG tengan mucho sentido”, comenta. 

Leandro cuenta que los precios varían principalmente por el color y sexo de la chinchilla, además de si está inscrita o no. Los machos son mucho más baratos debido a que las hembras son las que pueden reproducirse, lo cual eleva su valor. 

La chinchilla gris es la más común y se puede encontrar por 50 mil pesos por lo bajo, él dice que la vende a 80 mil pesos dado que están inscritas, también vende una de las especies más codiciadas: la chinchilla blanca, por 150 mil pesos en su criadero, sin embargo, puede llegar a costar hasta 250 mil pesos. Leandro asegura que otros criaderos cuentan con mutaciones exclusivas que alcanzan valores de hasta medio millón de pesos.

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La falta de regulación aumenta el riesgo a que este tipo de animales sufran maltrato, sobre todo porque suelen tener características acordes a ambientes muy distintos a los que poseen en una vida doméstica. Las chinchillas, originarias de la cordillera de Los Andes, poseen un denso pelaje compuesto por más de 50 pelos por folículo piloso, lo cual significa un gran riesgo si se llegan a enfrentar a temperaturas sobre los 28ºC. Y bien lo sabe Leandro, quien confiesa haber tenido pérdidas a causa del calor y asegura que “a veces es inevitable”. 

Durante un viaje en auto desde Santiago rumbo al sur, Leandro se encontró con mucho tráfico. La fila no avanzaba y el calor ya era insoportable. No encontró manera de enfriar el ambiente, a pesar de poner el aire acondicionado, y el hombre llegó a su destino con la chinchilla sin vida.

Y como ella, deben haber muchísimas otras que pasan este y otros abusos.

Cristina defiende la tenencia de sus chinchillas: “los animalitos que más sufren son los que quedan olvidados en jaulas”. Para ella, Walter y Waldo no son simples mascotas, los siente como sus compañeros y cree que, debido a la carente regulación y a la falta de interés general por la conservación de esta especie, tenerlos en su casa según ella es darles una mejor vida de la que tendrían en un refugio o en un criadero de chinchillas.

Pero en la discusión, la abogada Celeste Jiménez agrega que “nosotros somos crueles con los animales cuando los cambiamos de su hábitat natural”, e insiste en la necesidad urgente de aumentar y mejorar la fiscalización. Además, recalca la importancia de reconocerlos como sujetos de derecho con sus propios intereses y necesidades, las que deben respetarse al igual que los derechos de los humanos.