Su nombre ha dado la vuelta al mundo luego del estreno de 42 días en la oscuridad, serie en Netflix que ella co-dirige. Antes de eso, había ganado múltiples premios por Mala Junta (2016) y Mis hermanos sueñan despiertos (2021). Lo suyo es contar las historias desde la otra vereda, una subjetiva dice ella, y por la que pocos transitan: las infancias marginadas y la vida de las personas indígenas. Ahora, tras haber probado el éxito internacionalmente: ¿cuál es el próximo sueño de Claudia Huaiquimilla?
Cuando la cineasta Claudia Huaiquimilla (34) era pequeña, su padre le enseñó a nadar, pero no en la piscina, sino que en el río. Junto a su hermano menor los lanzaba al agua y les decía una frase que quedó grabada para siempre en la mente de la directora: “Cuando estás con conflictos y riesgos en la vida, tú tienes que flotar y pensar las cosas detenidamente”.
Esa perspectiva estratégica sobre la vida que le enseñó su padre mapuche, dice que fue para ella una herramienta de resistencia para enfrentar lo rápido que va el mundo. Pero no fue lo único que la marcó en su forma de ver las cosas y hacer cine. También aprendió a contar historias escuchando, como cuando pasaba horas en el negocio de su abuela, en La Florida, oyendo a los compradores hablar de sus vidas. Se acercaban para comprar un cigarro suelto o una bebida express y daban lengua suelta a sus historias durante horas, mientras su abuela les ponía atención.
“Eso es algo que heredé de mi abuela porque también muchas personas me cuentan cosas. Genero un espacio en donde la gente me cuenta sus historias. Como un refugio”, cuenta Claudia. También admite que jamás se imaginó dirigiendo, no se veía en el estereotipo de director gritando luz, cámara acción. Ella era esa persona que siempre estaba detrás de todo. Pero luego comenzó a preguntarse a sí misma qué pasaría si la historia fuera contada desde otra vereda, desde la no oficial. O qué pasaría si contara las cosas desde la empatía y la sensibilidad.
Y en ese tránsito es que debutó como directora con Mala Junta (2016). Años después, vino Mis hermanos sueñan despiertos (2021). Esos dos relatos que construyó Huaiquimilla hablan de unas vivencias que no se suelen mostrar demasiado en el cine chileno: por un lado, contar relatos desde la niñez y adolescencia; y por otro, mostrar los estigmas hacia las personas indígenas en Chile.
Hoy ella dice que es madre, mapuche y que se dedica al cine. Y sobre ser parte de un pueblo originario, pone el énfasis: “Creo que a mí me toca un momento en el que es importante hacer un reconocimiento político a quién soy para las personas que vienen” y admite que se identifica como mapurbe, porque nació en Santiago pero gran parte de su corazón está en Mariquina y Lanco.
¿Qué significado tiene para ti ser mapurbe?
“No hablo por mí, también hablo por otros mapurbes. Muchos somos diáspora, se nos intentó borrar y que tuviéramos vergüenza de nuestro pasado, sin embargo, hoy nos sentimos orgullosos y estamos rescatando nuestra cultura porque no somos personajes de museo, no somos esa estatua fija que la intentan exponer y que toque el kultrún. Somos cultura viva y en resistencia. Por eso es súper importante reconocerme así, decir ‘soy mapuche, estoy aquí, estoy orgullosa de mi origen y sí puedo ocupar este espacio’. Y es algo que trasciende, porque a la hora de conformar los equipos y en la forma de trabajar hay una manera distinta de enfrentarse al mundo. Eso va más allá de cómo yo me esté vistiendo, no tiene que ver con que hoy esté con mi kultrún o con mi trapelacucha puesta”.
Has dicho que lo que te mueve en tus películas es la ausencia de emotividad y sensibilidad en cómo se abordan algunos temas en el cine chileno. ¿Cómo construiste tu sensibilidad?
“En todas las películas el punto de partida ha sido preguntarme qué me pasaría a mí estando en esa circunstancia, tratar de ser lo más empática y no hacer juicios de valor de espacios que a lo mejor no conozco. En Mala Junta era mucho más cercano a mí, esa latencia y esa necesidad de un retrato distinto lo tenía mucho más efervescente en mi corazón.
En Mis hermanos fue directamente el enterarme de un caso real de dos hermanos que tenían 14 y 16 años que murieron en este incidente, y esa es la misma diferencia de edad que tengo con mi hermano Daniel, yo a él lo defiendo a muerte donde sea. Entonces dije ‘¿Qué pasaría si a mí me hubiese tocado criar a mi hermano en esas circunstancias? ¿Qué pasaría si lo quiero defender y nos separan de casa?’”.
Con Mala Junta pensaste -y todo el equipo- que iba a ser la primera y única película que iban a hacer. ¿Por qué tan poca fe?
“Sí (ríe). Cuando entré a estudiar se habían cerrado las escuelas de cine durante mucho tiempo acá en Chile, entonces las primeras generaciones que salieron fueron Dominga Sotomayor, Maite Alberdi, Cristopher Murray, con grandes relatos pero después no empezaron a salir tantos relatos más. Y no era porque no hubieran ideas, sino que los proyectos se truncaban y no veían la luz. Por lo mismo yo dije ‘esta es una aventura en la que muchas mujeres tenemos como LA oportunidad, no es como que podemos equivocarnos y que haya una segunda opción’. En Mala Junta yo ocupé todos mis ahorros de la vida, toda mi energía y cuando ya hicimos el montaje, hubo mucho tiempo en que no teníamos cómo terminarla. Por suerte, tanto Rebeca Gutiérrez como Pablo Greene fueron fundamentales en decirme que no, que el proyecto estaba bien, que teníamos que seguir buscando. Ya en Guadalajara la película vio la luz. De ahí empezó un proceso muy virtuoso con Mala Junta, pero estuvimos mucho tiempo estancados.
Fue tan doloroso, porque la primera vez que fuimos a un festival fue en Valdivia y ganamos, me acordé mucho que Raúl Ruiz cuando ganó en el Festival de Locarno dijo ‘ay, qué bueno, porque no tenía un peso para devolverme a mi casa’. Y yo tampoco tenía un peso, estaba en la ruina cuando estrenamos Mala Junta. Como que viene una cosa gigante del supuesto éxito, pero yo estaba absolutamente en la ruina y muy cansada”.
Son pocas las películas chilenas que muestran la perspectiva de la niñez y la adolescencia vulnerable. ¿Por qué crees que sucede eso?
“Pasa un poco por no tomarle el peso a la mirada de la infancia y la adolescencia. También pasa por no mirarlos como sujetos potentes activos y generadores de cambio. Esto es una reflexión que he tenido mucho después y es que muchos de los adolescentes que entran a las funciones de Mala Junta o de Mis hermanos agradecen verse retratados como personajes en distintos ámbitos, y no como un estereotipo para cumplir una función secundaria o infantilizada”.
Una pesadilla que me despertó
En 2017, el equipo de Mala Junta se encontraba presentando la película en liceos públicos de todo el país a través del programa Escuela al Cine de la Cineteca Nacional. En un momento, un profesor de un centro del Sename se acercó a Claudia y le dijo “nosotros también tenemos estudiantes ¿por qué no estamos dentro del programa?”. Tras ese momento, el equipo decidió ir a un centro del Sename de Talca a mostrar Mala Junta.
“Eso fue un shock, me rompió la mente y me rompió el corazón entrar a Sename. La primera vez que fui me angustié, porque uno pierde la noción del tiempo y del espacio. No pude quitarme la cara de las niñas y niños que conocí, y lo cariñosos que fueron. Fue una de las mejores funciones de Mala Junta que hemos tenido”, recuerda.
Ese día, cuando Claudia llegó a su casa después de la función, no podía dejar de pensar en los niños de ese centro. “Me dije a mí misma ‘Bueno, al menos puedo contar desde mi lugar esta historia, para que desde el cine podamos mostrar estos recintos y no dejarlos desvinculados porque ya sufren un exilio’. Y para eso había que preguntarse qué les gusta, qué sueñan y qué esconden los sueños de los niños que están ahí encerrados. Ese fue mi vínculo, sentir mucho en común con los niños y adolescentes que están en ese espacio”, dice la directora.
Ese sería el puntapié inicial para crear y dirigir Mis hermanos sueñan despiertos (2021), cinta que relata la vida de dos hermanos, Ángel y Franco, al interior de un centro de detención del Sename. Allí luchan por mantener vivos sus sueños y aspiraciones pese a tener todo en contra. La cinta ya ha recibido premios nacionales e internacionales, como Mejor Película Iberoamericana de Ficción en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y Mejor Película en el Festival Internacional de Cine de Valdivia.
¿Qué sentido tiene para ti el “soñar despierto”?
“Al estar sumamente medicados en esos espacios se pierde un poco la noción de si los recuerdos son recuerdos, si hay una ensoñación o una proyección, y finalmente lo único que te queda cuando te quitan todo es que no te pueden coartar tu mente. El único escape al estar en ese espacio tiene que ver con no dejar de soñar, entonces tú tienes a chicos que lo único que les queda es arraigarse en eso, en un estar pausado porque se vive un exilio en donde no hay una reinserción.
También era una forma de cerrar esta historia de una manera un poco más digna porque a pesar de contar la realidad de lo que ocurrió, había que tratar de darle un espacio de una escritura un poco más digna. Y eso significaba darles un lugar que sí los acogiera y que tiene que ver con el espacio del sueño, del inconsciente y de la mente, más que el lugar que les dio la sociedad”.
¿Y con qué sueña Claudia a futuro?
“Hartas cosas (ríe). Siento que me encantaría que pudieran venir más voces femeninas de distintas resistencias a este mundo del cine, porque creo que hace mucha falta todavía. A veces con la búsqueda de la paridad se está haciendo algo, pero no sacamos nada si siguen siendo mujeres solamente de espacios de privilegio. Tiene que haber un cambio real de participación y eso tiene que ver con un tema de clases sociales”.
La memoria afectiva en 42 días en la oscuridad
¿Cómo se dirige un relato como el de 42 días en la oscuridad sin que sea bajo una perspectiva estrictamente santiaguina?
“Fue importante entender que el sur de Chile es hermoso, pero no solamente por lo aparente que es la naturaleza y que es la postal que se vende al exterior, sino que también tiene una belleza por su gente y por las cosas cotidianas. Con el codirector Gaspar Antillo partimos explorando desde una postal idílica donde se supone que nada pasa, que está tranquilita, pero que parecía que había una olla a presión que estaba a punto de destaparse. Fue de a poco ir viendo esas fisuras por donde el agua podía escapar.
En esta historia también fue importante dar cuenta que hay dos Chile, y que esta historia no se trata como dicen de que hay una justicia para pobres y otra para ricos, sino que también cuando hay mujeres detrás hay algo que trasciende a la clase. Hay ciertos prejuicios y estereotipos que vienen desde lo policial, lo judicial y lo mediático, que tiene que ver cuando una mujer es la que está desapareciendo y eso cruza a las clases. Por lo mismo, tratamos de generar reconocimiento”.
¿Qué importancia tienen las mujeres en esta historia?
“Para mí era todo la historia de estas mujeres. Cuando entré al proyecto sentí que la energía movilizadora estaba en las mujeres de esta historia y no desde lo aparente. Desde lo aparente obviamente esta historia se trata de seguir a un policía o un abogado y yo decía ‘pero si no están resolviendo nada, por qué vamos a seguir a esos personajes’.
También era muy potente que una familia que además era muy matriarcal fuera bien representada: una madre con su potencia y verdad; una hermana que le toca algo inesperado y que es emprender una búsqueda cuando la policía o los medios de comunicación dejan de atender; unas hijas que tienen que afrontar a muy temprana edad el acoso, la violencia mediática, el estereotipo de la sociedad y el criarse entre ellas solitas, una vez que queda de algún modo un abandono.
Finalmente estamos todos sometidas a una misma violencia, de que no nos escuchen nuestros jefes, de que somos invisibilizadas, de que si desaparecemos lo primero que van a analizar en nuestra biografía es qué error cometimos”.
¿Cómo pudieron darle dignidad a la historia de una mujer que, tal como ha sucedido en otros casos, al estar desaparecida queda reducida a un cuerpo y no a lo que ella fue en vida?
“Tuve el privilegio de contar con un codirector con el cual nos alineamos muy bien en ese sentido, de preguntarnos y de sufrir un dolor. Yo admito que así como se me fue parte de mi vida con Mala Junta, a mí se me fue parte de mi vida con esta serie, no pude quedar inmune a todo el dolor que implicaba esta historia. Al igual que con Sename, toda la información que veía me generaba mucho dolor, pero incluso rabia de cómo era comunicado. Sentí nuevamente esa necesidad de intentar reescribir esta historia desde un lugar más empático y tratando de vivir ese duelo pendiente: había que sentirlo y conectar con que había una madre y una vida. Por eso era tan importante construir una memoria afectiva, y que de algún modo podamos hacer esa reflexión también con quienes vivieron esa tragedia alrededor”.