Actualmente reutilización, sustentabilidad, hecho a mano, trato personalizado y por supuesto, vida de barrio, parecen ser oro puro para el sistema que absorbió estos conceptos y los convirtió en algo más de forma que de fondo.

barrio

Por Viviana Hormazábal

Pareciera que hay un Santiago que avanza hacia un lado, y uno que avanza hacia el otro. Crece la ciudad, y la gente quiere un ritmo de vida más lento. Construyen más edificios y la gente quiere vida de barrio.

Adentremonos un poquito en esta dicotomía.

Me da la impresión de que Chile en los 90 abrazó tan fuerte el capitalismo gringo del “Lo estamos pasando muy bien”, que generó su contraparte en los dosmil: la cultura hipster de lo exclusivo, lo personalizado, lo íntimo. Esto también incorporado desde afuera, pero esta vez inspirado en una aparente contracultura del capitalismo.

En esto debo reconocer que yo también me inscribo con Manodegato, cuyo valor justamente está en el servicio personalizado y en representar una peluquería de barrio como las de antes. Lo digo con pudor, porque en realidad es una imitación bastante mula de una de verdad. Las de antes fueron antes y las que quedan desde entonces. Todos los que nos subimos a ese carro después de los 80 pensamos alguna vez estar siendo originales, pero nos volvimos demasiados y la idea de rescate ya es chiste repetido hace rato.

Dicho esto, voy al punto de este escrito: La gente quiere vida de barrio. ¿Y quienes son los verdaderos poseedores de ésta? ¡La gente que efectivamente vive en barrios! La gente de sectores más populares, que viven en barrios que aún no tienen la plusvalía suficiente para ser demolidos por las inmobiliarias. Esa es la gente que realmente conoce a sus vecinos, que va a comprar a pequeños locales el pan, las cosas para tomar once, el cloro. Hasta de eso los quieren despojar ahora, del tremendo valor de sus barrios, para vendérselo a los que tienen mayor poder adquisitivo.

Yendo un poco más allá y a modo de crudo experimento, si extrapolamos al máximo las aspiraciones del millenial acomodado de hoy, su camino lo acerca bastante a la pobreza. El pobre posee lo que el rico desea. Esto es cuento viejo, de partida pensando en el tiempo (a veces). Pero actualmente cobra más fuerza con las ideas de sustentabilidad y minimalismo que hoy se venden como de vanguardia. El sueño de consumo da la vuelta completa y se convierte en deseo de desconsumo.

Sobre este punto escribió Ignacio Ramonet hace algún tiempo en una editorial del Le Monde Diplomatique titulado “La era Detox”, donde plantea la obsolescencia del consumo y el surgimiento de su contraparte. Esto que él plantea como una liberación, la han realizado con éxito varios casos alrededor del mundo, donde personas han decidido vivir con lo mínimo (como en el documental Minimalism) y hoy tienen miles de seguidores que pretenden hacer lo mismo. O eso dicen.

Yo lo encuentro bastante más simple: El verdadero ecológico es el que compra menos. Los que gastan menos y aprovechan al máximo los escasos recursos que poseen, son -valga la redundancia- las personas de escasos recursos. Me estoy imaginando a gente humilde de sectores rurales. Ese es el norte. Quizás lo fue tu abuelo o bisabuelo antes de la migración campo-ciudad.

¿Y cuántos están realmente dispuestos a entregarse a ese estilo de vida?

El imaginario actual está muy lejos del mío. Nadie está pensando en el viejo de campo detrás de las tendencias de reutilización del Lollapalooza, ni en que la bolsa de tela la usaron las abuelas hace rato.

El mismo sistema nos está vendiendo ese ideario como cool y nosotros lo estamos comprando felices, porque nos están haciendo creer que somos más conscientes. Lo que en todo caso me parece bien, pero me da risa.

Como siempre, las empresas se apropian de nuestros deseos y nos venden esos conceptos como novedosos. Hace algunos años fue Cultura un término que se prostituyó hasta decir basta. Actualmente: reutilización, sustentabilidad, hecho a mano, trato personalizado y por supuesto, vida de barrio, parecen ser oro puro.

Eso tan atractivo que para nosotros huele a rescate, a conciencia, a volver a las raíces, resulta que siempre ha estado ahí, pero no en las comunas que ahora lo venden como una novedad. No en nuestros círculos probablemente. Viene directamente de la precariedad a reírse de nosotros, entusiastas consumidores de las tendencias que ellos viven desde siempre. Sin subir fotos. Sin nuestras contradicciones. Sin aparentar.