“No es que nos craneemos el hacer música extraña. Nos sale así porque es lo que nos pasa”, nos explicó Maxi Cat, uno de los fundadores del grupo que tendrá su estreno en grande en el próximo Primavera Fauna. Sobre robos, punk, Motown, dance, y ponerse de nombre el personaje de un comercial de desodorante, versa esta completa crónica.

por Nicoli Manzzo

Con sus tres pisos, el sushi de Blas Cañas, cerca del Metro Santa Lucía y cerca del centro de reclusión nocturna, parece más una locación para una película sobre la Yakuza que el lugar idóneo para una fiesta electrónica.

Pero es sábado y nadie piensa en eso.

El lugar está abarrotado de gente que esperaba el comienzo del show electro latino de una banda que se ha convertido en el secreto a voces de la escena dance santiaguina: Los Bárbara Blade, que estarán presentes en el próximo festival Primavera Fauna junto a artistas como Primal Scream y Air.

Lo increíble es que pese al entusiasmo del público que bailaba al ritmo de los DJs, y a que el lugar estaba completamente transformado en un club, el show, que buscaba reunir fondos para la grabación del primer clip del grupo, estuvo a punto de no poder hacerse. Solo un par de días atrás al trio compuesto por Maxi Cat en las máquinas, Lorena Álvarez en los teclados y Felipe Castro en bajo y guitarra, les habían robado los instrumentos desde su auto estacionado en San Joaquín.

“Volvimos y no había nada”, cuentan en el tercer piso del sushi a un grupo de amigos. Pero al igual que en su carrera como banda, que lleva solo un año, las cosas calzaron extraña y perfectamente. Solo minutos después del susto, La PDI encontró a los culpables y el mismo día pudieron recuperar sus equipos e incluso registrar la aventura con una handycam.

“No es que nos craneemos el hacer música extraña. Nos sale así porque es lo que nos pasa”, dice Maxi Cat, el hombre que reunió por primera vez a Los Bárbara Blade y el encargado de relatar a Pousta su historia.

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El complejo minimalismo de Los Bárbara Blade

Maxi Cat fue punky, iba con Fanny Leona de Playa Gótica y con DJ Vivi a fiestas en casas Okupa desde el colegio, y estudió en la Escuela de Cine. Conoció a Lorena Álvarez a través de un amigo común en una plaza, y engancharon de inmediato por su gusto por el funk. A Felipe Castro lo conoció en el colegio y compartían la afición por el rock progresivo y el avant garde.

Fue hace más de dos años que Maxi hizo un cortometraje mudo en la universidad e invitó a Lore y Felipe a trabajar juntos para hacer la música. En ese entonces no lo sabían, pero ese fue el inicio de Los Bárbara Blade.

“Así se conocieron los cabros. Pero el inicio más formal fue en 2015 cuando me empecé a juntar con Felipe a hacer música para Djs (…) El gran sueño era hacer un mini Motown del house latino, usar seudónimos, contratar vocalistas bacanes y vender los temas”, cuenta.

“La Lore supo que nos estábamos juntando y nos preguntó si nos podíamos juntar los tres. Fuimos a su casa e hicimos un tema africano, que es Zulú. Y la huevá enganchó al tiro”.

El sonido de Los Bárbara Blade es difícil de comparar pero no imposible de explicar. La rítmica a cargo de las máquinas toma generalmente elementos africanos y latinos, que van desde el afrobeat y el dancehall hasta el funk brazuca y la champeta colombiana; las programaciones y secuencias le dan el toque de house análogo y de minimalismo tribal; la guitarra de Felipe Castro hace recordar los conciertos más tripeados de Carlos Santana; y Lorena Álvarez le da el toque jazz, afrobeat y sofisticado a las canciones.

¿Qué hace entonces que LBB no sea una banda aburrida e intelectual cuyo único afán sea mezclar influencias raras? Varias cosas. Algunas de ellas son el humor, el baile y las referencias sin complejos que introducen en sus canciones: “Vitamina C” podría ser un éxito de El General; “Sherazade” evoca a las bandas sonoras de las teleseries turcas, y “Ay BB” es la calentura latina hecha canción. “Tenemos esa huevá entre los tres de que nos gustan las cosas más sofisticadas y las más chulas por igual”, dice Maxi.

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“Yo trato de hacer temas sencillos porque soy más punk y tengo una volada más minimal, pero los cabros no y ahí vamos negociando. Pero siempre he creído que en general la música está bien en lo más simple, casi no hay que hacerle nada. Y que si no puedes ver esa belleza estás sesgado por toda una industria cultural de prensa que te dicen ‘el pop rock la lleva’, ‘escuchemos todos shoegaze’, ‘puta que mundo más triste’”, profundiza.

Pero el ingrediente estrella de la fórmula que ha llevado en solo algunos meses a la banda a conseguir más seguidores con el boca a boca, al punto de llegar a tocar en Primavera Fauna, empieza incluso antes de la música: en el nombre.

El peor nombre del mundo

Los Bárbara Blade ya están tocando en el sushi bar y más que un concierto parece un ritual. La banda son solo los maestros de ceremonia que ponen la música, pero la protagonista es la gente que baila en trance, sola o acompañada, incluso a veces dando la espalda al escenario.

Tal es la libertad, que el rapero Jonas Sanche, uno de los más reconocidos MC del hip hop under nacional, está entre el público, aprovecha las canciones para inspirarse e improvisar para sí mismo rimas arriba de los beats. Se ve a cineastas grabando videos, a performistas disfrazados, y a heteros y homosexuales disfrutando por igual.

Lorena permanece sobria y concentrada tocando su instrumento a un costado, Felipe da brincos con su guitarra en la esquina opuesta, y Maxi en el centro controla la situación moviendo perillas.

Entre canción y canción lanzan chistes y bromas entre ellos y hacia el público, que también responde con bromas. Se trata de una relación totalmente horizontal donde lo que prima es la experiencia colectiva. Las bandas, en este caso Sri Lanka 100, el proyecto electrónico de Ricardo y Luis Herrera de Medio Hermano, y Los Bárbara Blade, solo contribuyen a este delirio grupal.

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“Esa idea del artista como un hueón romántico que tiene inspiración no existe en el dance. Es importante vivir el momento. Para mi es súper interesante ser una banda con ese paradigma, que no tenemos a la Lore adelante con un bikini y que no estoy yo creyéndome huachito rico ni tirando mierda. La idea es que nosotros nos bajamos del escenario y somos otro más. No somos hueones especiales. Solo somos hueones aplicados”, explica Maxi Cat.

Entre el público que llegó sin conocer a la banda hay un comentario recurrente: “Nunca los había escuchado, pero me gustaban de antes por el nombre”.

No hay tocata donde alguien no comente esa idea con las mismas u otras palabras. ¿Cómo se llegó a elegir al recordado personaje de una marca de desodorantes para bautizar al grupo?

Maxi Cat responde: “Yo lo propuse como broma, así como el peor nombre. Pero resultó gracioso, la gente lo recordaba, y quedó”.

Pero más allá de lo gracioso, el nombre es una verdadera declaración política que permea la música y la actitud de la banda. Es como lo que “Rage Against The Machine” significa para las canciones de ese grupo. Los Bárbara Blade no serían ni representarían lo mismo si se llamaran de otra forma.

“El nombre tiene el gran drama de los músicos de nuestra generación. Como la autogestión está tan a la baja, el sistema es tan precario, aparece esta cuestión de chupársela a las marcas. Entonces por un lado está eso de apropiarse de las marcas, que es lo que hace FIFA 2000 en sus obras gráficas. Ponerle ‘Los Bárbara Blade’ a una banda es un poco lo mismo. Es como ‘si nos demandan, mejor. Sería buena publicidad’”, asegura Max.

“Y lo otro es que hay muchas bandas que tienen nombres como ‘Estratósfera’ o nombres largos y pretenciosos, está todo ese rollo de las bandas como de ‘post rock’. Chile tiene esa cuestión como depresiva y tener un nombre ahueonado es una buena opción para salvarse de eso”, dice.

No solo se han salvado: sino que están en la vereda opuesta.

El “otro estilo de baile”

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Mientras la escena del “nuevo pop de guitarras” se ha tomado la prensa musical especializada con sus voces etéreas, letras tristes e invernales, referencias shoegaze y arreglos a lo Mac DeMarco, llamado incluso la atención del productor Cristián Heyne que produjo un compilado con varios de sus exponentes, Los Bárbara Blade son parte de un movimiento subterráneo que representa completamente lo contrario.

Basta con escuchar la letra del hit underground Vitamina C, que sus seguidores corean en los conciertos e incluso en otras tocatas, y que es cantada por Felipe Castro imitando estilo ragamuffin, para darse cuenta que con LBB nadie va a sufrir: “Suavecito, redondito, tu culo es mi perdición, cómo te lo explico. Tiene la vitamina que necesito. Vitamina C, vitamina C”.

Maxi cuenta: “Me ha pasado mucho como DJ investigar ritmos que son populares o de ghettos, como el house de Chicago, que dicen ‘i wanna fuck you in your ass’, ‘give me your pussy’, o cosas así. Y la gente dice ‘como ponis eso, qué machista’. Y nadie se enoja cuando lo dicen en el hip hop, donde ese lenguaje está validado. En el fondo es súper necesario decir que hay gente que siente esto en verdad, que es válido. Que no es una mentira, que no es algo contrarevolucionario. Que es lo que es”.

Junto a Los Bárbara Blade hay otras bandas que también toman elementos electrónicos y se alejan diametralmente del pop de guitarras. Algunas de ellas son Sri Lanka 100, Atacama, Pasaje, Nabucodonosor y otros grupos que han tomado la posta electrónica y de a poco han ido calzando en algunos eventos. “Ese movimiento de oposición a la cultura de la guitarra existe como hace 35 años y es la música dance”, dice Maxi, que no desconoce en absoluto la tradición y la contribución hecha por generaciones anteriores de músicos electrónicos.

“La diferencia generacional es que estos locos (de antes) tuvieron que armarse todo por Fotolog y nosotros por Facebook. En los 2000 estaban los DJ Pareja, Adrianigual, los Fredi Michel, los MKRNI que estaban partiendo, era una onda súper excitante. Y es bueno que a ellos les esté yendo bien y que todavía no se les pase la vieja. Si no existieran ellos, o si no existieran huevones más viejos del punk y del hardcore que nos arriendan los equipos, que nos invitan a tocar a lugares, ni cagando podríamos levantar ni una huevá”.

Los Bárbara Blade terminan de tocar en el sushi y de inmediato empiezan los DJs Lucas Walsh y Anna Cook. La banda se va a la pista de baile y se convierte en parte del público. Todos siguen bailando. Sin la atención de la prensa, el boca a boca hace el trabajo de difusión y un rústico fanzine anónimo llamado “El Otro estilo de baile”, que se entrega en distintas tocatas, recopila reseñas y entrevistas de estas bandas.

“Los cabros tienen que quererse. Si te gusta una banda, apañarla. No ser de cartón y decir me ‘gustan porque los vi en la casa de un amigo tocando pero ahora que tocan en una hueá más grande se vendieron’. Si te gusta la banda te gusta la banda. Les pagan una miseria y vuelven a sus casas a comer porotos igual que tú. Cada uno trata de hacerla como puede. Por el capital cultural que tiene esta generación se puede tirar para arriba una industria, pero la cosa es que dejemos de tirarnos mierda. Ese es el gran vicio. No creo que tengamos que ser todos millonarios. Creo que tenemos que ser todos amigos”, dice Maxi Cat.