Demerol, gases y el Sultán de fondo: crónica de una circuncisión adulta

Un texto para leer con una mano en la boca y la otra en la entrepierna.

Por Nicolás Marín

Después de una tarde comiendo y paseando por Santiago, fui con el que era mi pololo de ese entonces a ver una película en su casa y las cosas no se dieron como esperaba. Todo iba bien, hasta que en un momento íntimo de contacto sexual me mira y me dice, comprensivamente, que tengo fimosis y que debía confiar en su criterio porque estudiaba medicina. Gracias a esta revelación que nadie se espera, consulté con un especialista y afirmó que era cierto, algo que me sorprendió porque nunca sentí que existiera problema alguno.

Para ponernos científicos, la fimosis se define como la estrechez de la abertura del prepucio que impide descubrir el glande (cabeza del pene), ya sea parcial o totalmente. O en palabras más coloquiales: tener el pene como oso hormiguero.

La solución se presenta como algo aparentemente simple: una circuncisión básica que no requiere de hospitalización y de la que aseguran, se tiene una recuperación rápida e indolora. Leí testimonios online de gente que la recomendaba y decidí no postergar más el momento, todo gracias a los consejos de mi urólogo.

La fecha fue en febrero de 2015 y tuve que operarme en una clínica de mala reputación por falta de horas disponibles en un establecimiento mejor. La fecha influyó también en que me atendieran unos aparentes practicantes, que poca empatía sintieron al momento de cortar la piel de un pene. De mi pene.

Cuando recosté mi cuerpo en la camilla, con medias en las piernas y una malla en la cabeza para que mis pelos no interfirieran en el proceso, preso de la humillación, me enteré de que la anestesia no era general y sólo de la cadera hacia abajo. Estuve despierto y consciente durante todo el proceso con las piernas dormidas, literalmente paralítico durante horas.

Pero más allá de la vergüenza que implica tener mallas en las piernas y varias enfermeras con bisturí cerca de mi verga con exceso de piel lo peor fue esto: en el primer corte la anestesia no tuvo el efecto esperado y sentí todo. Agarré a putiadas instintivamente al personal “profesional” que comentaba “El Sultán”, esa teleserie turca que duró casi un año en el aire, como si fuese un día cualquiera y la enfermera me inyectó demerol, diciendo: “Ya, ahí te va a hacer efecto la anestesia, no le pongai tanto color”.

Entendí por qué Michael Jackson se hizo adicto a este fármaco. El demerol, opioide también conocido como petidina, te relaja de una forma inexplicable y estuve todo la media hora siguiente invitando al mismo personal a tomar micheladas. Después, y como no podía caminar por culpa de la anestesia, me llevaron hasta una pieza donde mi roommate del momento, un señor de unos 50 años, se tiraba peos y me pedía que no cambiara las noticias que mostraban argentinas con colalés en Reñaca.

Otro factor importante que contribuyó a mi incomodidad y que por poco olvido comentar, es que debido al tipo de anestesia, la operación debe ser practicada en ayunas. No había comido nada desde el día anterior y me moría de hambre. Esperé de 11 de la mañana hasta las cinco de la tarde y nada. Llamé a una enfermera y nadie vino. Finalmente, una de las especialistas partícipe en mi operación llegó y me dijo con toda la dulzura del mundo, mientras yo seguía cagado de hambre: “Si no vas al baño a a orinar, te vamos a tener que meter una sonda por la uretra”.

Apenas cerró la boca, del puro miedo me paré con todas mis fuerzas al baño, arrastrando el suero, determinado a vaciar mi vejiga. Por suerte lo logré. De “premio” me llevaron una carbonada asquerosa que contribuyó a que mi compañero de pieza quirúrgica se siguiera pedorreando con determinada pasión.

Al día siguiente, y habiendo recuperado la movilidad total de las piernas, fui hasta informaciones y los evalué con nota mínima en todo: atención, empatía, comodidad, procedimiento. Todo. La famosa operación tampoco es barata. Me fui con el orgullo herido y un cucurucho en el pene, una especie de cono de la vergüenza para falos, pero determinado a no volver jamás. De esta forma, mi urólogo también perdió un paciente.

La recuperación es molesta. Existen indicaciones explícitas de no excitarse, porque los puntos se pueden abrir.  También, hay que tener cuidado con el lavado, porque al estar reforzado “ya-sabemos-que” con vendas, los riesgos de una infección son posibles. A  la semana todo estuvo en orden y tenía que guardar un reposo relativamente liviano: levantándome,pero sin hacer deporte o movimientos bruscos. Los puntos sanaron y el cambio fue inmediato.

Pese a mi mala experiencia con la gente de esa clínica a quienes odio y no perdonaré jamás, pude sacar ciertas conclusiones respecto a la circuncisión en la edad adulta:

Lo bueno

Al estar más liberado del exceso de piel, oh, sorpresa: el pene crece. El prepucio acumula bacterias y al liberarse de parte de él mediante una circuncisión, hace que la limpieza y la prevención de infecciones sea significativa. Finalmente, es una liberación, porque la fimosis provoca dolor mientras se tiene sexo y claramente no es la idea.

Lo malo

Se pierde sensibilidad. De hecho, se recomienda la circuncisión a muchos pacientes con eyaculación precoz para aumentar su rendimiento en la cama. Otro punto es la recuperación, que puede ser molesta, dependiendo de la calidad del procedimiento y los cuidados

Conclusión

Padres, por favor, circunciden a sus hijos cuando son chicos cuando detecten un problema, y solo si es necesario. La cicatrización es rápida  y su memoria corta. No esperen a que sean mayores y los atienda un personal que comenta una teleserie turca, que les ponen mal la anestesia y los mata de hambre en el proceso.

Total
0
Shares
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *