En el día de la piscola, una breve y completa historia de cómo ese dulce y potente combinado se transformó en el trago nacional y sobre cómo y por qué debemos conservarla como patrimonio de todxs lxs chilenxs.
Una historia de afecto real
Antes de que empiecen a llorar sobre lo poco y nada que sé sobre pisco y nuestro combinado nacional favorito, déjenme contarles como fue parte de mi infancia. ¿Saben realmente a qué huele el pisco cuando se está destilando? Es un olor fuerte y penetrante, algo así como vomito de vino. Ahora, trata de imaginar 12 años viviendo con el mismo olor.
Después de esa impresentable introducción, el haber crecido cerca de una planta de Pisco Control hizo que tomara una distancia considerable durante mi adolescencia por el “platino de la uva” (o así le digo ahora). Todo eso hasta que conocí la piscola en un carrete de Tercero Medio.
El nombre viene de la mezcla de pisco con Coca-Cola (o en su defecto, cualquier bebida carbonatada de color negro si la economía anda mala) y su consumo se remontaría a más de 70 años atrás, cuando a Chile comenzó a llegar la bebida favorita de los gringos. Por años tuvo que convivir con la competencia del Cuba libre (la pésima mezcla de coca con ron) y la Whiscola (el trago que tomas cuando se te acabó todo lo demás y le echas mano al whisky que venía en la caja de fin de año de tu empresa) y empezó a ganar supremacía en los 70 cuando el bloqueo económico a la UP cortó los suministros de otras bebidas alcohólicas importadas.
Las décadas siguientes, la piscola inició un viaje a la cima de nuestra dieta etílica hasta coronarse como la reina de todas nuestras reuniones sociales. ¿Quién no se acuerda de la primera vez que se curó con el elixir de la IV Región? Cada vez que se me pasa la mano con las piscolas, me prometo a mi misma que nunca más voy a tomar. Pero vuelvo, siempre vuelvo, cosa que no pasó de la misma manera con el ron, el vodka o el tequila. Muchos hemos llegado a trabajar curados un viernes después de un jueves de piscolas a luca o con cañas de duran fines de semanas completos. Aunque nos duela en el higado, la seguimos amando.
Es por eso que su asociación con el ABC1 de la población chilena es una conclusión injusta ¿En serio vamos a seguir con la mala broma del zorrón piscolero? La piscola no conoce clase social ni géneros. Es tan transversal como nuestro amor por las sopaipillas y/o la palta. Somos un país de pisco añejado en madera, de piscola con sabor a roble.
Mala fama también se las dan las marcas que creen que por poner a Benjamín Vicuña tomando en una azotea o minos con buena facha que probablemente estudiaron Ingeniería Comercial (perpetuando por siempre el estereotipo) el pisco es un copete reservado para la gente con plata y los hombres de entre 20 y 30 años. Te hablo a ti, hombre, mujer, joven universitario que te curaste con Capel, Pisco La Serena, Tres R o el Cochiguaz en un carrete de miércoles. A ustedes, que siguen prefiriendo el combinado nacional de 700 pesos que ofrecen los bares de provincia. Incluso a los otros que les gusta la piscola con bebida light. Todos somos uno, unidos por el cariño incondicional al que debería ser el trago nacional.
En este día de la piscola, tan comercial como el 14 de febrero o el Día del Niño, aprovecha esa oferta de promo que están tirando las botis y los supermercados del país para tomarte una piscola bien helada, ya sea 50/50, 1/4 de pisco o de esas que venden en las discos de Bellavista. Salud.