Lee un extracto de “El amor de los salmones” de Francisco Molina, publicado por la editorial Los Libros de la Mujer Rota.
Por Francisco Molina*.
Tenía un lunar en el iris pero también era un eclipse y la posibilidad latente de quedarme sin luz si él cerraba los ojos. Pude cruzar esa anomalía completa con un solo brazo, envolverla con el otro para abrazarme a mí mismo también. Es un chico flaco
medio triste. Soy un simio de brazos largos con pelos detrás de las orejas. En realidad, era un simio que le reclamaba a una persona que por qué tenía parte del universo mientras culiábamos. Entonces hacía ruidos simiescos, no del tipo uh uh uh uuuh, sino del tipo ukikii kiii, un gemir pidiendo Por favor no perdamos el contacto visual mientras estoy encima de ti porque le temo a la oscuridad.
Estaba en la cima del cosmos, como si en esa dimensión existiera arriba y abajo, jalando un plátano sideral para llevármelo a la boca, pero no de esos árboles largos, ni tampoco una fruta pálida rica en potasio, sino de anomalías con piernas, brazos, una suma de extremidades que podía degustar. Si tenía los ojos abiertos podía encontrar un poco de sentido en este plano de la existencia. Fuera de aquí era un simio que se rascaba en público, sin pudor a cagarme en la calle.
Pude sentir con todos mis dedos todas sus costillas expuestas.
Quiero dejar mis colmillos marcados en los huesos del cosmos. Estoy mordiendo una parte. El cosmos prende y apaga las luces, gime, está creando nuevas leyes del orden desplazando lunas entre un sol y yo mientras parpadea. Hay una tercera entidad que observa todo y sostiene una cámara en la mano. Más mono, más mono, que se mueva la cama hasta rebotar en la pared, dice. Estoy oscilando mientras ukikii kiii. Suena un ukiiiikiiiiiiii más largo, acelerando. El cosmos dice Me voy a venir. Ukikii kiii hasta el fondo. El cosmos abre los ojos de forma definitiva, dejando salir chorros de luces, una luz líquida, por algo así como cuatro segundos ininterrumpidos. Yo me vengo también, mancho la pared, mancho parte de su cara que no es su cara sino un cúmulo de galaxias, el cosmos reclama. Me entró semen en el ojo.
La tercera entidad es un sujeto, un hombre con nombre propio, casi treinta, alopecia incipiente, y le gusta grabar a personas culiando con su celular. Tiene la mala costumbre de interrumpir pidiendo cosas que me parecen ridículas. Más mono, dice. Yo pienso que no puedo aumentar el número de revoluciones por minuto que permiten mis caderas porque ya están al máximo de su capacidad y eso es todo lo mono que puedo ser.
El cosmos se fue a limpiar al baño. Podría dejar las cosas como están, el semen se seca rápido y así habría luz para siempre. Con el ojo tieso. En realidad, para que eso pase tendríamos que culiar ad infinitum, pero para mí eso estaría perfecto.
No lo pasabas así de bien hace rato, dice. Soy un mono perdido en el cosmos, no me hables: uh uh uuuh. Podríamos hacer esto más seguido, dice.
Yo le muestro los dientes.
Cuando la cosa se pone media kinky, al cosmos se le abre una pequeña cicatriz que tiene en el frenillo. Es el peligro de estar con un chico circuncidado y tener más filo del habitual dentro de la boca. Siempre supimos ese riesgo, pasó la primera vez que nos conocimos, mientras le chupaba el pico en una escalera de emergencia, así como una advertencia de algo que iba a suceder siempre. El cosmos presionaba un pedazo de algodón contra esa parte de su frenillo y esperaba a que cicatrizara para volver a la pieza.
Esa herida es la razón infame de que no podamos culiar ad infinitum. Mientras él no está soy un chico con mucho pelo, con un amigo degenerado con el que no puedo comunicarme con sinceridad.
Uh uh uuuh
Uh uh uuuh
Uh uh uuuh
(no puedo parar)
(no puedo hablar)
Se está demorando, dice. Voy a ver si le pasó algo, dice.
Cuando arrendé esta pieza nunca pensé en la poca luz que tenía. La ventana es demasiado pequeña, o es suficiente para el lugar y el lugar es demasiado pequeño. Estoy pagando más de lo que debería, pero queda cerca del metro. Ahora los dos se están demorando pero me da demasiada paja moverme. Me dejo descansar, me acabo de venir. Quizás él le está sosteniendo el algodón. Quizás al otro se le volvió a parar (por eso lo quiero demasiado). Quizás podría hacer que esos dos se amen y yo tirarme por la ventana (pero seguiría siendo demasiado pequeña).
Aún no lo entiendo. Pensé que lo entendería después de convertirme en persona, pero aun así, no sé nada.
Has venido, como un héroe de las películas.
Porque esto es todo lo que puedo hacer.
Quedarme aquí para ser grabado.
Algo cayó del cielo, con un fuerte impacto. Las galaxias a punto de estallar entraron a la pieza en una sola erección.
*Francisco Molina (Santiago, 1992) es D.T. del taller La Secta. Junto al poeta y traductor Matías Fleischmann publicarán Un pez con mi cara, besándome / a fish with my face, kissing me, publicación autogestionada de reescritura en cadena. El amor de los salmones es su primer libro, y no podría haberlo cerrado sin el apañe de sus amigas y colaboradores.