La cantante cuenta que en su carrera recibe negativas constantes y que se siente una outsider la mayoría del tiempo. Y no por ser una artista migrante, sino porque bajo la cultura del filtro y el like, cree estar lejos de dar la talla. Y ya no le importa, dice. Hoy, habiendo lanzado un single del nuevo disco que está por salir, con casi 3 millones de escuchas mensuales en Spotify y tras ser reconocida como una de las voces más importantes dentro del nuevo pop en español, Elsa reflexiona sobre el éxito, la identidad y la salud mental.
A la artista Elsa Carvajal (28) le hacía eco en su cabeza algo que sus compañeritos de curso le decían desde que ella era una niña: “Cuando Elsa se opere las tetas va a quedar buena “. Así que a sus 25, ya metida en la industria haciendo una carrera en el pop latino, juntó la plata, agendó la hora y se alistó para una cirugía y conseguir implantes de silicona.
La noche anterior al procedimiento su intuición le dijo que estaba tomando una decisión equivocada. Con ojos de huevo frito y la ansiedad previa a una cirugía, agarró el teléfono y a horas de enfrentarse a la anestesia, lo canceló todo. Se imaginó su cuerpo con las cicatrices y eso la horrorizó. “Era algo que yo estaba haciendo para el resto, no para un goce personal. Era el error más grande que iba hacer en mi vida”, sentencia.
Muchos no saben, incluso dentro de sus propios seguidores, que Elsa es colombiana y no mexicana, país donde ha logrado reconocimiento y donde vive. “Yo desistí de ser conocida en Colombia, porque no tengo tetas, ni el abdomen planito. Yo no soy colombiana físicamente, mi propio abuelo me decía que me movía como un gusanito en el escenario y que fuera más sexy. ¡Mi propio abuelo!”.
Y la cantante continúa: “Decir que eres colombiana y no cumplir con eso no hace sentido en el mercado. No minimizo los logros de mis compatriotas afuera, pero cuando naciste en Colombia, la tarjeta que te piden para entrar al mundo del entretenimiento es distinta”, afirma la intérprete de Ojos noche, una canción que en YouTube supera los 10 millones de reproducciones.
Hace unas semanas su cara estaba desplegada en Times Square y le preguntamos por el éxito. “Lo agradezco, pero (…)”, Elsa hace una pausa y no sabe cómo seguir: “¿Cómo decirlo? No son señales de éxito de las que me agarro, ni de eso, ni de un Grammy. Yo quiero que la gente me escuche. Si me ganara treinta Grammys, pero me escucharan diez personas me daría vergüenza”, dice.
Si tu vida fuera una serie, ¿En qué capítulo y en cuál temporada estarías?
“La pandemia me apagó un motor y me prendió otro. Se me fue a off el de pensar la música como una carrera, como una especie de persecución activa, un sufrir, algo por lo que luchaba mucho hasta finales del 2019. Hoy tengo más preguntas que respuestas eso sí: Me siento una alienígena, ni sé y ni entiendo en qué lugar del mercado deba ir mi música, pero me quedó claro que tengo que ser fiel a mí, aunque eso me cueste algunas cosas”.
¿Qué consecuencias trae ser auténtica en la industria?
“Que te dicen que no. Busco personas para hacer featurings y me dicen que no. Recibo muchos rechazos. Es fácil que una mujer que hace música y hable de sus sentimientos sea considerada cantante de pop aburrido. Hoy todo tiene que ser conceptual, cool, yo debería tener tatuajes en la cara y hacer letras complejas, que nadie entienda, con nombres llenos de signos de interrogación. Pero no soy cool. Me han dicho directamente ‘Yo voy de Becky G, para arriba. Me gusta tu canción, pero no me das nada’. Es una industria que pocas veces funciona para compartir arte, que es lo que yo creía”.
¿Y has buscado ser cool?
“Hay una batalla continua de búsqueda de validación, una terquedad ‘¿Por qué no me puedo sentar con los populares?’, me pregunto. Pero después pienso que no me quiero sentar ahí tampoco, no quiero hablar sobre el Gucci que llevo puesto”.
¿De qué va tu música entonces?
“Yo encuentro que lo obvio es poético, pero es duro luchar por eso. La vida es obvia. Súper obvia. Y eso trato de cantarlo, las verdades son mi mayor inspiración, y esa obviedad es lo más difícil. Nos enfrentamos a cosas cotidianas y tratamos de complejizarlas. Claro que me encantaría que se me acercara C. Tangana y me dijera que se muere por trabajar conmigo, porque estoy de moda, pero me pueden más las ganas de mostrar la simpleza de las relaciones humanas. Por eso cuando hay gente que me dice que soy famosa, siento que se están burlando de mí, y por supuesto que a veces me encantaría ser Kim Kardashian, pero me doy cuenta que yo quiero reconocimiento. Eso me mueve. Y es un camino diferente”.
Hablas del reconocimiento versus la fama en un momento donde todos quieren ser famosos. ¿Cómo separar esos caminos que parecen ir juntos?
“La fama es un camino que exige otras cosas distintas al reconocimiento, exige darse a la gente, abrir una puerta que uno no quiere guardar, regalar la intimidad. Yo ya no tengo redes sociales porque me afectaba muchísimo, por ejemplo. Yo soy una tirana conmigo misma, muy castigadora, y en ese lugar encontraba cosas para reafirmarme. ‘Que no sé quién la está rompiendo en Billboard hace semanas’ y yo aquí. Entonces se me venía a la cabeza que era una loser”.
¿Crees que la gente cool se siente cool?
“Yo creo que todos somos losers o nos sentimos así. Pero hay algunos que se camuflan mejor en la perfomance de los bacanos”.
Hablamos de redes sociales y el impacto en tu salud mental. ¿Cómo describirías eso?
“Mi relación con las redes es muy difícil. Soy una persona ansiosa, insegura, y me comparo todo el día y a todas horas con otras personas. Entonces tengo la tendencia a estar viendo lo que no tengo, a lo que tengo. Las redes sociales son una olla perfecta para alimentar y confirmar esos pensamientos.
Ya no tengo redes sociales en mi celular. No las veo. Se convierte en un lugar tóxico. ‘Ya pudiste comprobar que eres eso que tanto has pensado de ti’, canté en Qué culpa tengo, porque eso es lo que a mí me pasa, en las redes sociales buscas cosas que quieres confirmar. Están construidas para que la vida sea un reality y para que la gente te vea y se involucre contigo. Pero ahora no me importa, porque al final, aunque no estoy tan presente en las redes, ni compartiendo todo, mi música se escucha, mi Spotify no bajó desde que no uso las redes. Lo que sí es que ahora no tengo ese feedback que te manda la gente todo el rato diciéndome si les gustó o no la canción nueva”
La cantante cuenta que dentro de ella convive esta personalidad auto castigadora, una especie de alter ego maligno al que ella cómicamente llama “Elvirita”. Y justamente, cuando se siente más vulnerable, levanta la bandera y les avisa a sus amigos si Elvirita se tomó la torre de control. “En la pandemia aprendí a reírme mucho de mi autocrítica. De esa parte tirana. Hoy soy capaz de reírme de mí misma”, dice.
Elsa tiene casi 3 millones de escuchas mensuales en Spotify y ella misma cuenta que en esta carrera por ser cool, ya se rindió. Su próximo disco, que sale en el primer semestre de este año, ha sido un desafío para ella, y no por los típicos clichés que dicen los artistas en todas las entrevistas, sino porque en este dio un salto de fe.
“Es como la típica historia, porque insisto, la vida es obvia (se ríe). Pero terminé una relación con el que era mi productor, entonces hasta aquí, yo sentía que él era el responsable de mis logros y sentí mucho miedo. Pensaba que él me hacía interesante, que él hacía la música buena, y resulta que este disco ya está listo y lo pude hacer. Y es mi disco favorito hasta ahora”, afirma.
“Entiendo el valor de la colaboración, no hago todo sola como el man de Tame Impala, pero tampoco tengo por qué hacerlo y con este álbum entendí eso: Que no tengo que hacer todo yo, que no voy a ser esa persona y cuando Elvirita aparece para decirme ‘En este track tú no tocaste la guitarra ¡Uy!’, ahora logro ponerla en mute, porque al final, lo que resultó de todo esto la silencia”, remata feliz.