Hablamos con Joaquín y Mari de paracaidistas sobre la alienación en el trabajo, Los Prisioneros, y su forma punk de hacer pop.
Joaquín Saavedra (25) se sentía un fracaso como músico. Después de tener varias bandas ninguna había funcionado: no tocaban, no pegaban y todas terminaban muriendo. Pero habían canciones. Y algo había que hacer con ellas.
Le dijo a Mariela Llovet (23), la Mari, compañera de colegio y pareja, que hicieran unas maquetas para subirlas a Soundcloud sin mucha esperanza, pero sí con una idea: hacerlo pop para que se moviera.
En el colegio al que iban Joaquín y Mari habían muchos “músicos de verdad” como dicen ellos, por lo que ninguno iba a aceptar tocar canciones simples en una banda en donde Joaquín usa una guitarra casi en las rodillas llena de stickers, que recuerda a Billie Joe Armstrong, y en donde la bajista no sabía ni tocar el bajo. Para el primer ensayo de la banda eran ellos dos y un baterista que ya no toca. El resultado fue un desastre. “En ese minuto sentí que éramos pésimos, pero que lográbamos el objetivo: transmitir algo”, dice Joaquín.
Pero el pop fue más fuerte que el punk, y así, antes de tocar en vivo, ya se encontraban grabando su primer EP con Tomás Preuss de Prehistöricos gracias al contacto de un amigo.
Así, mientras el disco se terminaba y representaba una urgencia inicial de la banda, Paracaidistas empezaba a tocar en vivo como les gustaba: rápido. Como un combo en el hocico. “No conocíamos los espacios que habían, o que hemos ayudado a formar, ni a otras bandas y que podían hacer las cosas de otra manera”, dice Joaquín.
“Un cuchillo clavado en mi pupila
Ian Curtis se mató, ahora es un parche en tu mochila
Mi vida la cúspide del arte
Una mancha amarilla Jackson Pollock dibujó”
Entrada la pubertad Joaquín se aprendió todo lo habido y por haber de Los Prisioneros. Le llamó la atención como un grupo tan masivo nunca dejó de hacer lo que querían, se pararon en todos los escenarios, hasta en la Teletón, y lo hicieron a su manera.
La revelación, y el recuerdo de Los Prisioneros, vino en una tocata en el clausurado CFT, sala de conciertos que funcionaba de manera clandestina, en donde tocaron con otras bandas como Niños del Cerro, Velódromo y Dolorio & Los Tunantes. Después a las otras tocatas empezaría a llegar más gente. “Ahí dijimos: mierda, se puede hacer una hueá de buena manera. Como siempre quisimos”, dice Joaquín.
Los dos estudian Estética, lo que les ha servido para estar constantemente cuestionándose: “Usamos ese discurso de ser medios irónicos, de reírnos y burlarnos desde eso”, dice Mari. Joaquín dice que no quiere ser el artista que se emociona los domingos al atardecer.
Los dos se sienten ajenos a ciertas cosas: el mundo adulto, lo serio, alienarse en un trabajo. Al preguntarles por “la escena” dicen que ha sido una reunión de cosas que va más allá de la música. Hay fan zines, ilustraciones, cine, etc. Es un grupo de personas con gustos en común que van desde algo generacional como haber visto Cartoon Network y La Vida Moderna de Roco, el movimiento estudiantil, hasta el enojo de no poder entrar a una tocata de la generación anterior sin ser aforrado en el bolsillo.
“No estamos en Loreto u Onaciú, no nos separamos del público. Estamos las bandas ahí: hablando, vendiendo, cobrando la entrada”, dice Joaquín. Es una mezcla entre contracultura y pop.
Hace dos semanas fueron a los Estudios Del Sur y grabaron todos los temas para lo que será su próximo disco que idealmente saldrá en noviembre. Sería un punto medio entre lo que son en vivo y lo grabado (de hecho habrán temas del EP incluidos). Al preguntarles por el sonido dicen que será algo más parecido a The Pains Of Being Pure at Heart y las letras más oscuras y depresivas, cosa que el EP no tiene.
Al preguntarles por esa sensación de angustia juvenil que tiene la banda, Mari dice: “Se trata de no querer vivir la seriedad. Esos son los momentos: emborracharse, enamorarse, etc. Va con nuestro discurso y como queremos vivir. Aunque inevitablemente uno va creciendo”.