Esta es la cruda historia de Lamia Aji Bashar y su vida como esclava sexual del Estado Islámico

El mundo vive otro genocidio racial frente a nuestras narices y los testimonios de sus supervivientes intentan concientizarnos sobre la importancia de abrir nuestras fronteras a la inmigración.

Lamia Aji Bashar tenía 16 años cuando ISIS irrumpió en su aldea en la zona Kurda de Irak. Tanto ella como sus hermanos, amigos y vecinos, pertenecen a la etnia Yazidí, acusada injustamente por los fundamentalistas islámicos de ser infieles por rendir culto a las ánimas, castigándoles bajo la estricta Ley Sharia que predican de forma extrema.

La comunidad Yazidí ya había sufrido una persecución de características similares por el imperio otomano hace un siglo, pero estar en una época donde la globalización y la conectividad con otras personas alrededor del mundo es una realidad, no evitó que llevasen a la población del pueblo a una escuela y eliminaran a aquellos que no podían comercializar en el mercado sexual de ciudades más grandes de Irak.  

Según cuenta Aji Bashar, la vida que conoció pasó a ser escombros, violencia y fosas comunes desde el primer día en el que entró el grupo terrorista, conocido por utilizar la trata de personas para financiar sus actividades.

“A los hombres y a las mujeres con más edad les mataron y enterraron en una fosa común. A nosotras nos trasladaron en autobuses a Mosul y luego a la zona de Alepo bajo control del ISIS. Allí había muchos hombres, de países distintos”, cuenta en una entrevista publicada por el diario El País de España.

Tras ser separada de su familia y bajo control de su “dueño”, Aji Bashar y su hermana fueron violadas en grupo tras negarse a convertirse al Islam.

“Cuando dije que no, me agarró por el cuello y me levantó del suelo. Mi hermana le imploró que me soltara, le besó los pies hasta que lo hizo. Entonces gritó: ‘¡Así que no os queréis convertir!’, y nos violaron a las dos”, dijo.

“Cinco veces me compraron y una más me regalaron a otro hombre”, agrega sobre el calvario que duró 20 meses y del que pudo escapar gracias a familiares que pagaron a contrabandistas para ayudarla a cruzar la frontera, pero las secuelas durarán para toda su vida.

Mientras atravesaba un campo de minas, Aji Bashar  fue alcanzada por las esquirlas de una explosión que hirió su cara y la dejó parcialmente ciega como recordatorio de los horrores que vivió  y del  cual cientos de niñas, algunas menores de ocho años, todavía no pueden escapar.

“Me sentía feliz de estar viva, aunque en mi cabeza estaba fatal pensando en el sufrimiento del resto de mujeres y niños cautivos”, lamenta.

El Parlamento Europeo reconoció la lucha de Aji Bashar con el último premio Sájarov de los derechos humanos, informó El País. Desde Alemania, su nuevo hogar, la superviviente lucha por las siguientes causas: “Que ISIS sea juzgado por la justicia penal internacional, que las víctimas reciban tratamiento psicológico tras su liberación y que el mundo ayude a los refugiados”.

Si bien el Estado Islámico se ha ido retirando de los territorios que controlaba en Irak y Siria, los yazidíes no cuentan con ninguna protección internacional y lamentablemente no hay luces de que este genocidio se detenga en un futuro cercano.

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