Lo que pasa, es que un día cualquiera, aparece un susodicho que dice lo que hay y lo que no hay qué hacer, lo que se debe y no se debe consumir y la gente somos los que caemos en el juego. Es súper simple, si lo dice Fulano significa que es una orden, incluso, ad verecundiam se llama este fenómeno.

¿Cuál es el problema en todo esto? Es que se entrometen en mi vida personal y me cambian todo el panorama.

Resulta que hay cosas que no entiendo por qué están ni de dónde vienen, y aun así, debo asumirlas como propias, como un hecho de que estar al tanto de todo lo nuevo (o lo viejo) es de mi propia responsabilidad.

El año pasado, en un examen de Romano fui vestida lo más formal que pude con la combinación café-negro, llegué atrasada al aula y un compañero fuera de ella me dijo: “Mmh, pero la prueba es formal”, necesito acaso un asistente de imagen? luego de eso, me tiré en mi cama para dormir un poco y seguir estudiando después, cuando llegan mis primas y me dicen que esa combinación no viene, no se usa, está prohibida… por qué en el colegio no me enseñaron eso? Aprovechando también, por ejemplo Javiera dice que en cuanto a la ropa se pueden “tener uno que otro desliz: rojo, blanco, y el color que sea (nunca burdeo)”. Yo me pregunto: ¿y por qué el burdeo no se usa?

Hay otras cosas que tampoco entiendo, como los cosméticos.

En una ocasión, tuve que tomarme una fotografía familiar justo cuando tenia un ojo morado (graaau, es cierto, si visitan la casa de mi abuelita la podrán ver), y por qué en mi botiquín no habían de esas cosas para cubrir las manchas indeseadas y que más encima, son de color de cada tono y matiz de piel? Nunca en el colegio me pidieron en la lista de materiales unas cosas de esas para luego de educación física, o algo así como los elementos necesarios para la limpieza personal.

Una vez de intrusa, saqué del cosmetiquero de mi hermana un lápiz labial, me lo esparcí por los labios y al cabo de unos segundos comencé a sentir algo extraño, un estilo medio raro de pulsación en ellos, gualá! el producto aquel. aparte de darte color, ¡trataba de hincharte los labios para que se volvieran más gruesos!… cuático. Otra cuestión que quede realmente impresionada fue con un respingador de nariz, te lo juro. Con esto me percaté de que estoy totalmente ajena a los adelantos “minísticos”. Yo pensando que tengo que juntar un millón de monedas de $500 para rehacerme la nariz, para luego enterarme de que los chinos ya tenían algo con qué sorprendernos. (Yo que a veces utilizaba la técnica de la hermana del medio de la serie “La Casa de la Pradera”, en que cada noche dormía con un perro de ropa presionándole la punta de la nariz).

En la media, un día una compañera en el recreo sacó de su mochila un aparato desconocido para mí con ciertas características, como ser del tamaño de una mano extendida, grueso, con botones y un motorcito que andaba según las teclas que se presionaran. Pensé lo peor y dije: pero cóomo, no te creo que trajeras ESA cosa para el cole. Y claro, como me pasé películas…en verdad se trataba de una maquinita para hacerse la manicure tan indefensa, como las uñitas de bebé.

En por último, el climax de todo, vino cuando una amiga, comentando sobre los regalos de navidad, dijo que había pedido una plancha.

¿O sea, una plancha? dije… ¿Estái loca, te vas a casar, te vas de la casa de tus viejos?. Creo que la respuesta que me dio, me dejó aún más perturbada (Y aún no entiendo qué es el Frizz)

Por eso que yo no me meto con las mujeres, prefiero a los hombres, porque pucha que somos complejas. Esas soluciones a problemas tan inferiores, esa preocupación por asuntos tan básicos, como la estética, la vanguardia, lo in, lo out, lo lolo, lo viejo, lo guarrior, lo trolo, lo chano y lo pijo. Yo prefiero – y entiendo – lo propio, lo que me mole, lo sencillo y allá el resto.