En este día del padre, quizá es momento de parar de sufrir y empezar a despegarte de esa herencia maldita.

Foto: Ian Espinoza

La palabra papá no sale de mi boca de forma natural. De hecho, recuerdo un poco a Jhonny Deep en Willy Wonka cuando hacía varias muecas antes de -sin éxito- pronunciar la palabra padre. Ni siquiera puedo escribirlo sin sentirme incómodo o pensar en ello sin evadirlo de inmediato.

Decir papá significa entregarle cierto grado de jerarquía a la persona en cuestión y tengo nulos vínculos emocionales con él. Además, tampoco se comportó como uno pese a las reiteradas oportunidades que tuvo para hacerlo (tuvo tanta chances como el número de personas que viven con la frustración de tener un padre inepto e incapaz, o sea muchas).

Mi papá no fue el peor del mundo -hay casos de abandono y abuso que superan con creces mi experiencia- pero tampoco fue uno bueno, provocando parte de las frustraciones que me aquejaron hasta hace poco. La forma en que logré deshacerme de la culpa, tristeza y rabia responden a técnicas deducibles luego de un largo camino en que por fin pude agradecer por no crecer cerca de su área de influencia.

Pero antes, necesito contextualizar: mis papás se casaron jóvenes y sin tener una carrera universitaria o algo por el estilo, se fueron a vivir solos auspiciados por sus padres (después dicen que nuestra generación lo tiene todo fácil pero eso es otro tema). Claramente, las cosas no salieron como esperaban y desde que tengo memoria estuvieron separados llevando siempre una buena relación.

El tiempo compartido que pasé con mi papá siempre estuvo marcado por la presencia de tíos, primos y una abuela cariñosa. Pero nunca con la suya. Desde que tengo uso de razón mi papá intuyó que había algo raro en mí siendo bastante humillante al intentar plasmar su percepción de lo que era bueno y lo que era malo y sobre todo, lo que significaba ser hombre y lo que no lo era.

Cuando tenía 6 años viví una experiencia violenta con una de las parejas de mi mamá.

El tipo me golpeaba y obligaba a comer cebolla cruda cuando estábamos solos. También me encerraba horas en el baño pateando y golpeando las puertas hasta que me dormía en el suelo de pura desesperación. Cuando se lo comenté a mi papá de vacaciones en Pichilemu, me gritó por no decirle antes y culpó a mi mamá de la situación amenazándola con quitarle mi custodia. Después de eso fue indiferente y nunca más habló del tema.

De forma paralela, se burlaba de mi enfrente de sus amigos por mi timidez. También tenía prohibido cualquier tipo de entretención que él calificara como femenina, gritándome en el rincón de una pieza durante varios minutos cuando encontró un libro de cuentos Disney en mi mochila antes de ir a clases.

Las humillaciones eran constantes y por diversos motivos. Siempre comparándome con los hijos de sus parejas (que nunca duraban) y ante la menor expresión de sus defectos culpaba a mi mamá por jugar incluso con su salud mental, según dijo en reiteradas oportunidades.

En ninguno de estos casos supuse que su forma de ver las cosas estaba mal, sino que la culpa era mía y debía cambiar. Lo peor de todo es lo que hice, solo para intentar ganar una aceptación y cariño que nunca llegó.

El punto de quiebre fue cuando días después de la muerte de mi abuelo, supe que se había casado e incluso tenía otro hijo de esa relación. Cuando lo llamé para pedirle explicaciones respecto al tema me gritó diciendo que había sido un error en su vida y que por favor no lo llamara más (claramente con otro lenguaje). Cuando tienes 14 años, una situación de este tipo marca bastante tu adolescencia y la forma en que te comportas para evadir el dolor de la situación.

Sin embargo con el tiempo entendí que ser consciente de los errores y tratos que tuvo mi papá conmigo era un claro ejemplo de todo lo que no debía hacer en mi vida y empecé poco a poco a desechar cualquier rango característico que tuviese en común con él.

Comprendí también, que no es fundamental para la vida tener esa figura paterna idílica que nos presentan. Lo anterior nos presiona con una búsqueda sin sentido sin poder avanzar en nuestra independencia emocional.

¿Pero cómo se puede perdonar y avanzar teniendo esta figura tan cerca?

Despersonalización

Hablamos de separarte de la figura paterna de forma psíquica cuestionando los discursos que este hace alrededor tuyo. No eres el discurso de tus padres después de todo.

“La separación es un proceso de individuación, desde entender que los saberes del padre no son una verdad absoluta y distinguir entre lo que es el discurso paterno y el propio discurso”, afirma la psicóloga Daniela Charad.

Para esto hay que ver qué rasgos vienen del discurso del padre y cuáles son propios

Hay que intentar perdonar mirándolo como una persona enferma que sufre. Perder el miedo al verlo como una persona enferma y no mala. No es que no te quiera, es que es su forma de vincularse al otro y lamentablemente esta es patológica.

Según la profesional, es recomendable apoyarse con una terapia y sino encontrar una persona de confianza con la que puedas hablar de los recuerdos dolorosos y pensamientos que no te dejan tranquilo. Cuando uno los saca de la mente y los verbaliza se genera un alivio instantáneo pero es importante ser selectivo porque muchas opiniones pueden confundir más y generar angustia.

Tómate tu tiempo (porque te demorarás)

Es un proceso largo y tiene que estar guiado por una asistencia psicoterapéutica, sin embargo el psiquiatra es importante pero no fundamental. Es útil si existe algún tipo de sintomatología depresiva para poder apoyar con fármacos los cuadros de ansiedad o depresión.

He tenido pacientes de 20 o 25 años que tienen padres abusivos que constantemente generan malos tratos y denigran al individuo. Lo que hacemos en este caso es fortalecer al aludido para mostrarle las características que tiene y hacerle ver cómo revive esta dinámica abusiva en función de sus otras relaciones interpersonales” nos cuenta el psiquiatra Claudio Melo.

Efectivamente, existe un círculo vicioso donde las personas víctimas de abusos tienen a replicar estas conductas de forma inherente. Por esta razón despersonalizarse de la figura parental con conductas violentas ayuda tanto al círculo del aludido como a la persona en cuestión.

“Se necesita que la persona haga una diferenciación completa de sus propios proyectos de vida y de la construcción de su propia personalidad para no enganchar con la dinámica abusiva (aunque incluso vivan bajo el mismo techo)”, agrega.

Finalmente desligarse de las expectativas que generan los cánones que nos inculcan sobre la paternidad es liberador. No importa la estrategia o forma, siempre es posible independizarse emocionalmente y no repetir los cánones abusivos con los que nos criaron. Citando a Selena Gómez: Killem with kindness.