Quizás era mejor cuando la moda era más elitista, no para todo el mundo” es la frase que mejor resume las razones de la salida de Raf Simons de Dior hace algunas semanas atrás, y no lo culpamos.

Raf se siente desmoralizado, derrotado y así nos queda claro al momento de leer la entrevista. El modelo capitalista necesita reinventar los sueños que “nos vende” a un ritmo cada vez más vertiginoso. Ese modelo lleva a que la moda construya tendencias y subculturas, las estandarice, estruje hasta agotar para luego dejarnos a la espera de algo nuevo. Lo peor es que estamos diseñados para necesitar algo.

Actualmente compramos más de 80 mil millones de prendas de ropa nueva cada año. Eso es 400% más que la cantidad que comprábamos hace dos décadas.

La industria textil no le es indiferente a nadie. Nos importa qué ponernos porque nos sentimos identificados con un determinado estilo, con un sueño al que creemos pertenecer.

Cuesta “estar a la moda“; más que por dinero, porque la ropa no se renueva cada dos temporadas como solía haerlo. Hoy en día todas las semanas varía la mercadería, inventando colecciones nuevas y consiguiendo así llenarse los bolsillos. Este modelo es el que ha llevago a Amancio Ortega abrazar la segunda fortuna más grande del mundo gracias a su grupo textil Inditex, dueños de marcas insignes como Zara, Pull & Bear, Bershka o Massimo Dutti.

El sector mundial de la moda es una industria de casi tres billones de dólares anuales y el “fast fashion” es quien se lleva el trozo más grande de la torta. El concepto nació gracias a Zara y su estrategia que ofrecía a los consumidores colecciones de ropa de rápida fabricación a un precio muy reducido, obviamente siguiendo siempre las últimas tendencias.

En mayo de este año, se estrenó un documental dirigido por Andrew Morgan llamado “The True Cost” y que pude ver recientemente en el Fashion Film Festival. Éste trata sobre el mundo de la moda sí; pero se enfoca en las personas que las hacen la ropa que consumimos y también, sobre el impacto medioambiental que tiene la fabricación de ésta. Nos presenta lo paradójico que es que mientras el precio de la ropa baja, los costos humanos y ambientales crecen dramáticamente.

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El estadounidense promedio tira 37 kilos de desechos textiles cada año, sumando más de 11 millones de toneladas de desechos (y para peor, la mayoría no son biodegradables). El mensaje del documental es claro: “la moda nunca debe y nunca puede ser considerada como un producto desechable”.

A ver, estamos claros que nuestro presupuesto se adecúa más a la ropa de tiendas como H&M, Forever 21 y Zara. (Asumiendo que puedan ser prendas con dos B´s y no las tres). Quizás no podemos darnos el lujo de vestirnos de ropa de algodón orgánico o comprarnos los mejores zapatos de cuero pero de lo que sí podemos -y debemos- es tomar conciencia y hacernos responsables de no comprar por comprar. No comprar porque está en oferta o porque a la del comercial le queda maravillosamente la chaqueta esa.

Existen más opciones que ir a perderse a un mall. Hay muchísimas ferias de ropa usada en las que puedes encontrar todo tipo de ropa y a un precio ridículamente barato. Las tiendas de ropa usada seleccionada e intervenida también son una buena opción. O quizás ir a vitrinear tiendas de diseñadores locales. O tu mism@ reinventar y “customizar” prendas que van a ser únicas.

De que hay más opciones, las hay. No nos hagamos los lesos con la realidad que existe detrás de la ropa que compramos.

Puedes ver el documental en Netflix aquí.