Me incomoda que llamen “madres” a lxs de la Chile. Me vulnera demasiado que me llamen “zorra”. Cada vez que escucho esos apelativos, esas muletillas en las canciones de la barra, algo en mí se quiebra, se desmorona.

Por Cindy García Aros, mujer, feminista y colocolina

En semana del -mal llamado- Superclásico, saco de mí esta reflexión. Llevo varios años yendo a la cancha. Activamente, más de una década siguiendo a Colo Colo por las latitudes de este terruño. Cada vez con más pasión, con más entrega, con más convicción. Y es así como siempre he vivido el fútbol con absoluta entrega, con una devoción a toda prueba. Casi como una religión. Casi como algo imprescindible en mi existir.

En todo este tiempo he experimentado desde dentro este mundo de “hombres”. Me introduje en él, testaruda, obstinada. ¿Quién dijo que no podía amar, seguir y alentar a un equipo de fútbol? ¡Qué va! ¡Qué importa que mi papá, en reiteradas ocasiones, me dijera que la cancha no era lugar para una mujer! ¡Pico! Yo amo a Colo Colo y quiero estar ahí para dejar el alma cada vez que salta a los pastos a jugar.

Sin embargo, toda esta idealización del pasar de una mujer en este mundo está teñida de los más feos colores, que no distinguen barra ni equipo. El machismo.

Es ultra sabido que la pelotita es uno de los espacios machistas por excelencia, donde se ensalzan todos los valores patriarcales tan cuestionados (afortunadamente) en el último tiempo. Y una, cabra chica y llena de ilusiones, se mete a la barra, entra en esta lógica destructiva y trata con apodos femeninos a lxs otrxs barritas, adopta esa cultura de la violencia como propia, se cree un hombre más.

Sin siquiera darnos cuentas, nos volvemos unas enajenadas, en el más puro sentido de la palabra, sin dimensionar el desprecio que profesamos por nosotras mismas. Porque en el fondo, en este submundo, ser mujer es ser débil, cobarde, una carga, algo que se vuelve motivo de burla, algo de lo cual hay que sentirse avergonzadx. Porque claro, “vamos a reventar a las madres, zorras, monjas y un muuuuuy largo etcétera, donde para humillar al rival, se le mujerea”.

Porque obvio, qué peor que ser mujer.

¡Oh, wait! Yo soy mujer. Yo me siento y me vivo como mujer. Entonces, ¿qué mierda hago aquí? Es por eso que hace tiempo me incomoda cada vez más ir a la cancha. Cada estancia en el estadio significa un profundo sentimiento de no pertenecer, ya que me di cuenta del profundo error que cometía y ahora, con la amplitud que me dan los años, puedo discernir que este tipo de ambiente no es el que quiero para mí, ni para mis compañeras, ni para las hinchas del futuro. Porque cada vez que voy al estadio me ilusiono con un fútbol respetuoso, consciente, con menos violencia y con más pasión. Que nuestra razón sea amar y alentar a nuestro equipo y no pretender “eliminar” al resto dentro de una lógica machista e intimidatoria.

Me incomoda que llamen madres a lxs de la Chile. Me vulnera demasiado que me llamen zorra. Cada vez que escucho esos apelativos, esas muletillas en las canciones de la barra, algo en mí se quiebra, se desmorona. Tal vez la ilusión de hacer espacios más pulentos y respetuosos, no lo sé. Y me deprimo, me siento insegura. La cancha ya no es un lugar donde me sienta plena y me duele.

Me seca el corazón porque no quiero dejar a Colo Colo, uno de los motores de mi vida, pero es tanto el machismo que se vuelve insoportable. Tener que dejar de cantar las canciones, ya que su contenido es machista, duele. Dejar de sentirme en casa, duele. Entender que la mayoría se siente cómodo con esto y no tienen siquiera la voluntad de cuestionarlo, porque obvio, somos nosotras las exageradas, duele.

Por lo mismo, cuando Colo Colo salta a la cancha, mi corazón rebosa de alegría, pero también de dudas. Aunque no pierdo la esperanza. Sé que en varias barras se están levantando espacios que buscan cuestionar estas lógicas y creo firmemente que sólo NOSOTRAS, desde la lucha, la convicción, el respeto y el amor, vamos a lograr hacer del fútbol un lugar de fiesta, pasión y entrega, donde la violencia y el machismo queden en un segundo plano, con miras a su extinción.

Mi abrazo sororo a todas las hinchas que estamos ahí, donde las papas queman, dando cara por construir hinchadas con respeto y amor.