La puedes ver en Netflix si es que quieres perder toda la fe en la humanidad.


El primer acercamiento que tuve con esta película fue a los 6 años cuando mis padres la estaban viendo un fin de semana por la tarde. Solo vi una escena, que correspondía al desalojo del gueto de Varsovia en el que los judíos debían abandonar todas su pertenencias para viajar hasta los campos de exterminio como parte de la “solución final”.

Nunca olvidé la escena en que las mujeres de una familia se tragaban las joyas con migas de pan para evitar que fusen robadas por los nazis, o pensándolo mejor, nunca olvidé la respuesta de mi mamá cuando pregunté por qué lo hacían. Saber que estaba frente a una historia real hizo que la lista de Schindler fuese el primer acercamiento que tuve con el racismo, el antisemitismo, y entender que bajo ciertos ojos sí existen diferencias.

La película tiene ese efecto sobre las personas: poder concientizar sobre la tolerancia mediante una forma cruda que refleja de manera demasiado real gran parte de lo ocurrido en el Holocausto. Hasta ese entonces, las atrocidades cometidas por los nazis no habían sido reproducidas de forma tan precisa, y el discurso de redención de sus víctimas, visibilizado y escuchado.


El desarrollo de la película tuvo muchos problemas y Steven Spielberg rechazó dirigirla durante años. Incluso le ofreció el proyecto a Roman Polanski, que estuvo en Auschwitz durante su infancia y perdió a su madre en el lugar, pero declinó la oferta al igual que Martin Scorsese (Polanski rodaría El Pianista casi una década más tarde).

Spielberg decidió poner en marcha el proyecto luego del auge del neonazismo tras la caída del muro de Berlín, pero incluso con la idea determinada de dar un vamos a la película tuvo problemas con el financiamiento: los productores solo le dieron 22 millones de dólares al considerar que las películas sobre el holocausto eran “veneno para la taquilla”.

Sin embargo, la producción se llevó a cabo de forma rápida en marzo de 1993 -teniendo una duración de 92 días de rodaje-. Se necesitaron cientos de extras y el trabajo fue tan agotador para Spielberg (que también es judío) que llamaba a Robin Williams lo más seguido posible para animarse. Spielberg agregó para una entrevista que “se sentía más como un reportero que un director de cine” durante el tiempo que pasó tras la cámaras.