Mike Wilson escribe sobre “Cómo darle sentido a una vida que no tiene sentido” de Megan Boyle

El escritor Mike Wilson nos envió un bello-y-existencialista ensayo sobre el bello-y-existencialista libro “Cómo darle sentido a una vida que no tiene sentido” de Megan Boyle, editado por Los Libros de la Mujer Rota. ¡Tenemos una copia de regalo!

por Mike Wilson *

Cómo darle sentido a una vida que no tiene sentido es un título que capta exactamente lo que el libro propone.

Para ser claro, no diría que es un libro de autoayuda, aunque quizás sí, en el más amplio sentido, ni es un tratado sobre la condición humana y el existencialismo, pero quizá sí también es eso.

Megan (1985) escribe sobre lo que es ser, no lo que significa ser, sino lo que es ser.

Creo que el acierto de esta colección de textos está ahí, en entender que la vida no es algo que se explica y no es algo a lo que se le asigna sentido, por lo menos no de la manera en que solemos pensar. Encontrar sentido no es algo que podamos hacer en retrospectiva ni articular en forma de respuestas. Es probable que muchos, sino todos, nos hemos imaginado ese momento que aún no llega, ese momento en que estemos próximos a la muerte, pero claro ese momento imaginario es una ficción. Porque es posible, incluso probable, que todo se acabe sin aviso, muerte por atropello, infarto súbito, derrame cerebral, electrocución, una gripe satánica u ojalá algo bacán como un pequeñísimo meteorito cuya trayectoria termina en mi cabeza.

Aún así es fácil hacer el ejercicio de pensarse en el lecho de muerte y preguntarse el sentido de todo.

Obvio que no hay respuestas ahí, es el peor momento y la peor forma de preguntarse eso. Esa pregunta planteada así siempre devuelve silencio, nada, es susurrarle a una habitación vacía. Suena nihilista pero no lo es. Es más bien un malentendido. El sentido es algo que ocurre en la vida, no es algo que se tiene ni se sabe. Es aquí donde esta colección de textos nos expone a la inmediatez de la experiencia, a las maneras de ser, a las formas de vida.

La narradora es motivada por una inquietud constante y también en parte por una soledad de la que inevitablemente sufrimos todos al estar confinados por nuestros cráneos, aquel solipsismo ineludible, estar solos así como lo entiende Marlowe en El corazón de las tinieblas cuando dice, “vivimos como soñamos: solos”.

Se deja entender esto en el libro, que aún cuando enumera las personas que ha amado, las personas con quien ha culiado, sus relaciones vagas, una lista de personas que conoció en un curso de camioneros, prima la certeza que uno nace, vive y morirá solo, que nuestras interacciones son ficciones, que la vida nos guste o no ocurre en nuestra cabeza, lo que sentimos que compartimos con otros, nuestras empatías son cosas que fabricamos en nuestras mentes porque nunca NUNCA realmente tenemos acceso al otro y ellos también viven la soledad en sus cabezas.

Megan Boyle junto a Matias Fleischmann, que tradujo su libro.

 

Quizá por esto el libro parte con un set de instrucciones para estar solos. Esta es la parte quizá más pesimista del libro, pero no diría nihilista, me resisto a esa idea porque es un facilísmo y creo que no entendemos bien lo que implica y tendemos a usarlo sin reflexionar. Quizá es otra falacia sobre el concepto de sentido cuando hablamos del sentido de la vida, queremos equiparar el sentido de la vida con algo positivo. El sentido no tiene porque ser positivo, además el sentido es indiferente a nuestra opinión de él.

Incluso las cosas tristes que aparecen en los textos de Megan son el relieve, son la fuerza opositora que permite la tracción. En el libro también hay humor, mucho humor, observaciones, especulaciones y confesiones. La voz es la de una mente activa que busca explorar las posibilidades del mundo, posibilidades a veces en miniatura, como la exploración minuciosa del departamento de su ex, deteniéndose a observar y especular sobre el más mínimo objeto, hacer ejercicios mentales sobre qué ocurre en la cabeza de Werner Herzog, especulando qué frase jamás le ha dicho su madre, y decirlo con certeza, dejarse perturbar por los mensajes automáticos que le lanza el navegador de Safari o delirar con teorías conspirativas como la posibilidad de que Pie Grande sea el doppelganger pequeño de Hitler que se escapó a los bosques, o que la película Titanic resultó de un complot subliminal fraguado por una secta que venera la película Rambo II. Cierra ese ensayo con una entrada sobre el sentido en la cual dice, “estás leyendo y entendiendo esta oración por un deseo de querer entender cosas, no porque las cosas sean entendibles”.

Quiero pensar que todo lo que quiso decir Megan se encierra en esa oración. Que en nuestra desesperación por querer entender las cosas, por querer descifrarlas y subyugarlas, y por querer asignarle sentido a la vida, perdemos de vista lo obvio, que las cosas no son entendibles, no de la manera que queremos que lo sean.

El sentido así es una distracción, un espejismo, una arena movediza en la que es fácil quedarnos pegados en vez de dejar que el sentido sea y dejar que el mundo munde. Es ahí en lo inmediato de la experiencia que el libro de Megan hace manifiesto el sentido de las cosas, habita en sus listas, instrucciones, obsesiones y confesiones sobre la experiencia. Es un libro sobre el propósito de la vida y a la vez sabe dejar el significado tranquilo, porque quizá el sentido en sí es lo más fácil que hay si tan solo dejáramos de huevearlo tanto.

*Mike Wilson (1974) es escritor. Autor de El Púgil, Leñador, y Zombie, entre otras obras.

CONCURSO: Tenemos una copia de “Cómo darle sentido a una vida que no tiene sentido” de Megan Boyle y la sortearemos entre quienes compartan publicamente este post con el #meganboylexpousta y dejen su correo en los comentarios.

GANADOR: 

Nicolás Alvarez Salinas
Total
0
Shares
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *