Dejé el alcohol y estoy empezando a recordar algunas historias que me aseguran que fue una buena decisión.

Me enfermé de úlcera hace un mes, así que dejé los destilados y la borrachera desapareció de mi vida. Por eso, ahora recuerdo con cariño algunas anécdotas de borracheras con mis amigos. Para cerrar un ciclo en mi vida.

Todo partió en una fiesta con barra abierta a la que fui solo. Era un jueves cualquiera. Cuando decidí volver a casa, tuve la genial idea de compartir un taxi con unas chicas que conocí en la pista de baile. Súper bien. Muy ebrios, nos reíamos mucho y disfrutábamos distraídos de nuestra lozanía. El chofer las dejó en la dirección que indicaron. Después partimos en dirección hacia la mía.

Siempre me fijo en quien conduce, porque, sin pelos en la lengua, me atrevo a decir que siento una imparable atracción por los mayores.

Me gusta pensar que el amor no tiene edad ni lugar. Estábamos llegando a Bilbao, tipo 3 am, cuando me dice “¿dónde queda su casa? ¿vamos para allá?”, y yo luego de las 7 piscolas que me había tomado le dije “vamos donde quieras”.

Ahí partió todo. Yo, ebrio como iba, lo veía mino. No me hice atados.

Frenamos afuera de mi casa. “Estamos aquí”, dije. No obtuve ninguna respuesta. Yo, curado como estaba, trataba de tirarle unos palos para ver si salía algo.

Cuando le estiré la plata para pagarle el viaje y él la recibió, nos dimos la mano. Me miró. En un movimiento samurai, me saqué el cinturón de seguridad y me subí arriba suyo. Empezamos a besarnos.

¿En qué momento mi laguna mental etílica dejó entrar a otra persona que se apoderó de mi cuerpo y me está haciendo agarrar con un taxista, un completo desconocido?

Era la primera vez que me pasaba algo así. Ahora entendí a Arjona (por atroz que se lea) cuando cantaba la historia del taxista y la chiquilla que cruzaba la pierna en la parte de atrás del auto. Hasta me sentí como si estuviera en el Titanic, viviendo un amor prohibido y al límite.

Después de un rato de besos, me dijo que fuéramos a alguna parte. Le dije que no, que no podía ir a un motel con él. En la realidad, no tenía ningún motivo para negarme a su sugerencia, solo que no me sentía preparado para eso. Sugerí que se estacionara en la calle que seguía. Me preguntó si quería ir a Fausto con él. Me decía qué fuéramos a una disco, porque “quería hueviar”.

Para terminar la discusión, porque simplemente no quería seguir la fiesta en otro lado y estaba caliente, le saqué el cinturón, le bajé los pantalones y el resto es historia. Aun así, no pude sacarle la idea de seguir jaraneando en una disco. En pleno felatio, ya me estaba cansando su parada de viejo califa que quiere exhibir un trofeo joven en la pista de baile.

Entre que él seguía insistiendo y yo seguía en la mía, me tomó del cuello y me movió al asiento del copiloto. Ahí capté que justo había pasado caminando por la vereda una pareja joven. Quedé negro, me asusté y tuve un segundo de lucidez. Me entró el miedo de que alguien nos pillara.

“Si no vay a ir conmigo, entonces…”. No sé en que momento me puse a grabar todo lo que me decía en el celular y que le mandé la grabación en un audio de Whatsapp a uno de mis mejores amigos. Claramente no hubo forma de bajarme del columpio a la mañana siguiente, pero me ayudó a reconstruir lo que había pasado. En la grabación se escuchaba que el taxista se enojó conmigo porque no quise ir, que me bajó del taxi y me pagó 50 lucas por mi performance.

Ah, el alcohol, elixir de tantos mortales. Me alegra haberme alejado de los destilados, porque todo tiene un límite y lo pasé. Adiós buenas fiestas y pésimas cañas, las recuerdo con cariño.

También te extrañaré a ti, taxista amigo, que me terminaste pagando cuando debí haber sido yo el que ponía la plata por una carrera.

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