La escritora argentina Samanta Schweblin pasó por Chile presentando “Pájaros en la boca y otros cuentos” y aprovechamos de preguntarle muchas cosas.

Desde el momento en que nacemos, hasta que dejamos de existir, el primer contacto que tenemos con otros seres humanos es con nuestra familia. Es el primer amor que conocemos, lo más cercano a lo que podemos aferrarnos, y con el paso del tiempo, también es nuestra herida más grande.

Los personajes de Samanta Schweblin, escritora argentina, hoy radicada en Berlín, en su gran mayoría comparten un lazo de sangre que los hace candidatos a los peores horrores posibles. Son padres e hijos, hermanos, familias enteras, puestos en escenarios tan cotidianos como el campo, una casa, un lugar costero, embestidos por elementos fantásticos y terroríficos que los sacan de su ensimismamiento aletargado.

“Es algo tan natural. Las relaciones familiares ocupan la mitad de nuestra vida, desde que abrimos los ojos hasta que los cerramos. Incluso por su ausencia la ocupan, aunque no estén. Creo que en los primeros años de vida, en la niñez yen la adolescencia, ahí   están ancladas todas nuestras primeras tragedias y ellas nos marcan, por más pequeñas que sean son horrores gigantes para ese momento. El amor que un padre o una madre puede sentir por un hijo debe ser el amor más auténtico que existe sobre la faz de la tierra, más genero y leal, y sin embargo no deja de ser un amor peligroso. Cuando nosotros formamos al otro, también lo estamos deformando. Cuando lo cuidamos, lo estamos limitando, estamos bajándole líneas, diciéndole lo que tiene que pensar, ocultándole o intentándolo apartar de todos los mundos que nos parecen peligrosos. Eso me parece que es amoroso y a la vez muy doloroso al mismo tiempo”, explica Samanta.

La autora oriunda de Buenos Aires está de paso por Chile presentando la re edición de su premiado libro de cuentos “Pájaros en la noche y otros cuentos”, que incluye dos relatos inéditos. Es una escritora que publicación tras publicación recibe galardones, desde el premio Casa de las Américas hasta una nominación al Man Booker 2017 por “Distancia de rescate”. Su única novela hasta el momento fue adaptada por ella misma para el cine, proyecto en el que está desde el 2017 y que se filmará este año con Claudia Llosa (“La teta asustada”) como directora. Samanta además se encuentra trabajando en una nueva novela aunque todavía “está muy verde. Es una niña y no sé en que tipo de monstruo se va a convertir. No me gusta mucho hablar de ella porque siento que le quito libertades”, se excusa.

Me parece que la tensión, que tiene tanto de inminencia, de miedo, un poco de terror del suspenso, también tiene algo de divino que te lleva a un estado de máxima atención. Para mi, llevar a un lector a ese lugar es oro puro y yo como lectora, cuando estoy en ese lugar, es un estado de entrega máxima para con la historia. Siempre estoy tratando de empujarlos a ese lugar.

Se habla de ella en su natal Argentina, en el país que reside hoy, Alemania, y en Estados Unidos. El mérito es aplastante, porque tan sólo basta leer un par de páginas de algún cuento suyo o devorarse la novela corta Distancia de rescate (2014, Penguin Random House) para entender la maestría de Samanta: la tensión, un recurso usado por coétaneos suyos como Julio Cortázar y Antonio Di Benedetto: “Yo creo que en eso influyeron mucho mis lectura adolescentes con ese tipo de género. A mi me gustaba mucho leer a Cortázar, a Antonio Dibenedetto y Adolfo Bioy Casares. Esos escritores, de los que llamamos ahora el cuento rioplatense, que se escribe de las dos orillas del río de la Plata, entre Argentina y Uruguay. Es un cuento muy en la línea de lo fantástico, porque nunca termina de concretarse, y si se concreta es en la cabeza del lector. Con “Pájaros en la boca” casi todas las historias son factibles de suceder y sin embargo se cataloga como literatura fantástica y eso eso augura que es un libro en algún punto es amenazante”.

¿Por qué decir lo fantástico y no quedarse con el título tan latinoamericano del realismo mágico?

Es una pregunta que hasta los propios argentinos nos hemos hecho, que es nuestra manera de pensar. Mi visión es que quizá hay algo geográfico y social que hace que, por ejemplo, la mitad de nuestros abuelos, no reales de sangre sino que literarios, la generación de la que estamos hablando, sean extranjeros. Eran españoles, eran italianos. Esa migración llegó a una ciudad y a un mundo que desconocía, pero viniendo de sociedades muy acentadas, ya muy realistas, no como un país centroamericano que se está todavía repensando desde un lugar onírico, lugar del realismo mágico, en contacto con los mitos y la tierra. Esta fue una sociedad, por un lado más urbana, pero por otro lado sin raíces, en una ciudad que le era extraña. Esta palabra es la que caracteriza a esta literatura. Muy cerca del campo, un escenario de muchas escenas de terror en nuestra literatura, de la pampa, del río, de las zonas del delta, creo que ahí hay una distancia con lo natural que lo vuelve extra natural, extraño. Pero es una hipótesis personal.

¿Es por eso que la tensión es el elemento característico de tu escritura?

Es algo que me gusta mucho como lectora. Para entregarme a un cuento necesito que lo que el narrador sea por un lado muy autoritario en el buen sentido, de que merece respeto, él sea quién me domina a mi y no yo a él. Ese tipo de narrador que te deja enseguida claro de que es lo que está haciendo y que no te va a hacer perder el tiempo. Al momento de sentarme a escribir, escribo también como lector, de trasladar esa sensación a mi propia escritura, o sino no valdría la pena escribir. Necesito sentir como lectora que va detrás de sus propios pasos como escritora que una historia mía tiene esa promesa, si no, me aburro. Me parece que la tensión, que tiene tanto de inminencia, de miedo, un poco de terror del suspenso, también tiene algo de divino que te lleva a un estado de máxima atención. Para mi, llevar a un lector a ese lugar es oro puro y yo como lectora, cuando estoy en ese lugar, es un estado de entrega máxima para con la historia. Siempre estoy tratando de empujarlos a ese lugar.

Dos mil dieciciete fue un año extraño, sobre con respecto al rol de la mujer en la sociedad. Salimos a marchar, gritamos por lo femicidios que recorren nuestro continente y el mundo entero, develámos quienes fueron nuestros abusadores del pasado.

El cambio de poder se siente y algo que venía pavimentado desde la literatura y los círculos culturales. “Creo que ha sido un año de una gran revelación social, está más claro que nunca el nivel de desigualdad que hay en el mundo. En los ámbitos más intelectuales yo lo vengo escuchando desde hace muchos años, pero cuando llegas a tu casa y tu suegra empieza hablar de estas cosas, o la mujer que limpia o la que te encuentras en el tren, te das cuenta que de verdad se trazó una nueva línea y que una vez trazada ya no se vuelve atrás. Eso no significa que esa línea se haya trazado en todos los ámbitos, creo que hay ámbitos en que ni siquiera está. La literatura va muchos pasos adelante, ahí está clarísimo eso, porque es la herramienta que tenemos como sociedad para pensarnos y estudiarnos, entonces es lógico que en la literatura termine siendo un boom”, dice.

Pero como todo movimiento, siempre existe la sobreexplotación de los recursos y eso a Samanta le parece peligroso: “Ahora más que nunca, que tenemos el espacio, la literatura tiene que ser buena y la hay. Creo que incluso, de todos los países latinoamericanos, Chile es el que más se está luciendo. Mi generación tiene muchas autoras: Lina Meruane, Alejandra Costamagna, Andrea Jeftanovik, Isabel Mellado. Son todas buenísimas. Ahora hay que pensar en la calidad”.