Empresas de buses que especulan libremente con los precios de los pasajes y una infraestructura en estado terminal conforman una de las postales más horribles de Santiago.

Sabemos que la televisión es repetitiva pero existe una materia que al parecer no nos indigna lo suficiente como para alzarnos contra el problema.

En esta oportunidad, me referiré al Terminal Sur por presentar una síntesis de todos los inconvenientes que se nos presentan a la hora de viajar y que se ven aumentados durante los fines de semana largos. Y probablemente este no será la excepción.

En primer lugar, el terminal está mal ubicado. Por alguna razón, las autoridades  hacen de Estación Central una comuna de aglomeración urbana monstruosa. Los buses tienen que competir con los autos por un espacio en la calle ya atiborrada de taxis, micros y vehículos particulares. No olvidar que el terminal proporciona una incalculable –y digo incalculable porque nunca sabemos cuánto nos costará el próximo pasaje- fuente de ingresos y sigue siendo incómodo tanto para sus trabajadores como para quienes viajamos.

Respecto a los precios de los pasajes, estos se disparan de forma abusiva. En un país de ingresos medios como Chile gastar 60 mil pesos para pasar un rato con la familia en ciudades como Temuco simplemente es un exceso. Paulina, del centro de operaciones del terminal San Borja, nos explicó que “los precios suben por la simple razón de que las empresas son libres para especular con los precios de sus pasajes como quieran”.

Los reclamos caen sobre los conductores, que aunque nada tienen que ver con el precio de los pasajes, tienen que recibir malos tratos por parte de la gente cansada de los abusos, pero hacen su trabajo de la mejor forma posible manejando horas en tacos interminables y teniendo que responder ante un jefe como todos.

Uno de ellos nos comentó bajo anonimato –las empresas son recelosas ante la información que puedan dar sus empleados- que “los precios subirán el día de hoy porque de esta forma funciona la economía de oferta y demanda. También hay que considerar que los tacos generan más gastos en bencina por los tacos que se arman en la carretera”

“Al parecer la gente tiene la idea de salir de Santiago al mismo tiempo sin tomar en cuenta que las carreteras durante la hora peak son peligrosas. También hay que convivir con aquellos que insisten en ir tomando dentro del vehículo” agregó.

Por último, pero no por eso menos importante: la primera impresión que tienen los extranjeros al llegar por tierra a Chile es pésima porque el terminal es desagradable a la vista y no hay ornamentación que arregle su techo a punto de caer, su piso lleno de aserrín y barro para proteger a los transeúntes de caídas cuando lo único que consiguen es ensuciar más. El inconfundible olor a salchichas en agua que se siente desde antes de bajar del bus tampoco aporta.

Tomando en cuenta que existen 52 alcaldes en Santiago –un exceso para cualquier ciudad del mundo- que nos golpean con la palabra “progreso” durante todas las campañas municipales, lo mínimo es que se acerquen a conocer la realidad de aquellos que viajan incómodos a sus casas con los bolsillos completamente vacíos solo para intentar llegar a descansar.

Lamentablemente y confirmando nuestros temores, no existe ningún plan para construir un terminal más moderno y que se ajuste a las necesidades viales de una ciudad como Santiago.

Desde el Centro de documentación del ministerio de Transportes, Eugenio Avilés  nos comentó que “el tema del terminal de Santiago es algo visto por la municipalidad de Estación Central y aunque el gobierno tiene otra concepción de lo que debería ser no existen planes para cambiarlo”.

También agregó que no existe ni un solo proyecto piloto o alguna mejor idea que poner decenas de buses en una de las calles más concurridas de la ciudad.

“En el ministerio de Obras Públicas tampoco existen proyectos futuros para construir otro terminal de buses más moderno. Es un tema que hay que estudiar pero no existen soluciones concretas. No está dentro del plan de gobierno ni tampoco en la cuenta pública”.

Para quienes no tenemos auto, no quedará otra que seguir respirando hondo y enfrentarnos a la realidad de los buses viejos con precios inflados y los sándwich con jugo que cuestan tres mil pesos, donde los precios suben pero el servicio no mejora.