Pese a que se invierten miles de millones en “fomentar la lectura”, si los niños no reciben una buena educación, los libros, aunque suene duro, solo van a juntar polvo.

por Meribel González

“Les ofrecimos el Parque Bustamante gratis y toda nuestra colaboración, pero nos pedían $120 millones adicionales. Si ellos no tienen la capacidad de conseguir auspicio en otro lado, no es problema nuestro”. Así tal cual, la alcaldesa de Providencia Evelyn Matthei (que además es profesora) le ponía la lápida a la Feria del Libro Infantil de Providencia 2017, después de treinta años de existencia.

Sus dichos sacaron ronchas en todos los sectores. Pero que a la UDI no le gusta nada que huela a cultura no es algo nuevo.

Es políticamente correcto indignarse cuando cierran los escasos espacios de difusión de libros o por los bajos índices de lectura en Chile. Si en este caso se trata de presupuestos, entonces llegó el momento incómodo de hablar de platas.

El Consejo de la Cultura y las Artes ha presentado la Política Nacional de la Lectura y el Libro en dos oportunidades, ambas durante los mandatos de Michelle Bachelet y con una inversión que supera los treinta mil millones de pesos. Ambas, con resultados dudosos, que no permiten evaluar su real impacto.

En cuanto a la Feria del Libro de Santiago, entre los años 2010 y 2015 el sector público asignó más de mil setecientos millones de pesos para su realización. En cuanto a ferias extranjeras, ProChile asignó más de trescientos millones para la implementación de stands, pasajes aéreos, hotel y viáticos, entre los años 2013 y 2015.

Estas cifras no consideran parte importante del presupuesto público para fondos concursables, compras públicas y otras inversiones vinculadas al libro y la lectura en Chile.

Si bien los montos no son comparables a lo que se invierte en países con políticas fuertes en materia de libro y lectura, permiten deducir que el problema no está en la plata, sino en cómo se administra y bajo qué propósito.

Desde el Gobierno a los municipios, pasando por diputados, senadores, partidos políticos de derecha y Nueva Mayoría, la pelota es lanzada al momento de asumir responsabilidades. El gremio editorial ha intentado hacer lo suyo, aunque siempre mediado por la relación incestuosa entre la pequeña empresa y el apoyo estatal.

No basta con dejar el libro sobre la mesa para que nuestras niñas y niños lean. Se trata de un ejercicio mucho más complejo, que involucra a la sociedad en su conjunto, que requiere hacer frente a las nefastas consecuencias de las políticas neoliberales que terminaron por socavar la educación desde sus primeros cimientos y hasta considerar el tiempo real que dispone una persona para entregarse a la lectura.

El escenario está claro, no existe voluntad política para levantar acciones concretas que mitiguen el triste escenario del libro chileno. Y no existe porque ninguna política pública seria puede desarrollarse a ciegas, sin diagnosticar el escenario en que se desarrolla. No contar con una política para fomento lector también es una decisión de Estado, no seamos ciegos, a ningún partido le importa que los niños lean en Chile.

Foto portada: Agencia Uno.