Por María José Valenzuela.

El sábado estaba en twitter y decidí comentar sobre el “Día mundial del orgullo gay” cuando de repente apareció un tal Jorge David Parra (@JorgeParraA) aka algo así como “católico, conservador valórico, UDI, juego golf y esquío. No tramito divorcios” (no me acuerdo bien de cuál era su bio en ese momento porque después de lo de ayer, la cambió), para venir a decirme en pocas palabras que era una rara, anormal y que mi felicidad era falsa, sin ni si quiera conocerme. La conversación fue la siguiente:

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Quiero aclarar que estoy escribiendo esto porque me parece que la discriminación a las personas homosexuales es un tema importante en nuestra sociedad que creo que no debiese ser parte de nuestras vidas. Varias cosas se me pasaron por la mente cuando pasó esto:

Inicialmente me dio mucha rabia (si, acepto que la parte de rica y no te la puedes con una mujer como yo estuvo de más) y me sentí transgredida de que alguien que yo no conociera viniera a juzgarme y a decir, sin ninguna propiedad, que mi felicidad era falsa. Yo respeto a quienes piensan que los homosexuales no son algo bueno, que no es genético y varios argumentos más, pero la falta de respeto es algo que nunca voy a tolerar. Las descalificaciones gratuitas, MENOS.

Después pasé por pensar que mis papás (que los amo con la vida) cuando era chica decidieron meterme a un colegio mega católico y la verdad es que no recuerdo que jamás me hayan  enseñado a discriminar, a tratar mal al resto y a ofender, todo lo contrario, aprendí que a pesar de que el de al lado pueda opinar distinto a ti hay que respetarlo. Se supone que amar al prójimo como a ti mismo es parte importante de esta religión. Que si bien no entiendes algunas cosas, hablar con gente diferente a ti es muy enriquecedor si se es capaz de darle los matices y perspectivas necesarias. Qué pena me dio saber que todavía existe gente que se hace llamar católico y que actúe de esta forma. Provocando daño, porque la verdad es que no sé cuál podría ser otro fin de generar esta conversación.

La verdad es que si me preguntan a mí, particularmente he llegado a un punto en mi vida en el que lo que opine de mi gente que no me conoce, no me afecta mucho (por no decir en lo más mínimo) pero creo que es necesario poner este tema en la palestra porque sé que hay gente a la que sí puede afectarle y mucho. Sólo imagínense a un chico(a) que está a punto de salir del clóset. Que se pregunta todos los días si este es el día. Que tiene miedo. Que trata de darse la fuerza a sí mismo para ser capaz de decir: Soy gay. Y que le dicen este tipo de cosas en cualquier red social o  por cualquier medio. Creo que ya es suficiente con la guerra interna y la posición en que nuestra sociedad nos deja. Aceptarte tal cual eres, es estar todos los días tratando de convencerte de que ser gay no es malo y que venga un cualquiera a decirte que es la peor aberración del mundo, no es algo que se debe dejar pasar por alto. En esa posición hasta el más leve comentario afecta mucho. Créanme, puede provocar un daño mucho mayor de lo que incluso la persona atacada puede percibir. Yo no tengo problema en discutir el tema siempre que sea con altura de miras. Les pido, encarecidamente, tomen el peso a sus palabras porque la mayoría de las veces pueden ser peores que una agresión física.

Así que la verdad es que lo único que espero es que estas cosas no vuelvan a pasar. Muchos podrán decirme que este tipo de personas lo seguirá haciendo, pero la idea es que entendamos que para este tema en particular, y muchos otros, es absolutamente necesario que aprendamos a querernos a nosotros mismos. Que si aprendes a respetarte a ti, es la única forma de aprender a respetar al resto. Que no eres más ni menos persona por tu orientación sexual. Cada uno define su felicidad de forma personal, pero yo dentro de lo que defino como la mía jamás podría atacar la felicidad de alguien más. Si como sociedad fuéramos capaces de entender esto, de minoría cada vez tendríamos menos.

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