Teníamos que digerir y procesar bien lo vivido en el Club Chocolate el 26 de abril antes de decir cualquier cosa.

Lo que parecía una tocata nostálgica para quienes enviudamos de My Chemical Romance terminó siendo un punto de encuentro para un grupo que en su adolescencia lidió con la culpa, la ridiculización de los pares y la segregación de los populares del curso. La expectación del público no se limitaba al hecho de que Iero fuera el único ex integrante de MCR que no había visitado Chile, sino porque el guitarrista ya cuenta con numerosos proyectos musicales que no habíamos tenido el privilegio de escuchar en vivo.

Rodrigo Varas tiene 26 años y viajó 8 horas desde Victoria (Región de La Araucanía) para el concierto. Sumado a la emoción por ver finalmente a uno de sus ídolos, explica que “había una razón más poderosa que pasar un rato de ocio o esparcimiento, que es agradecer a alguien que ha estado en distintos momentos de mi vida ayudándome a lidiar con ciertas cosas a través de su arte, además de reconocer la trayectoria de un músico que siempre ha entregado su trabajo con el mayor corazón y alma posible”.

Varas no es el único con esta convicción. A sus 24 años, Magdalena Bordalí lleva más de la mitad de su vida esperando conocer a Frank. Llegado el momento, describe la experiencia como lo mejor de dos mundos. “Un excelente show de rock sin las luces y lo plástico de un espectáculo mayor, lo perfecta que es una tocata en un bar, desde cómo se sube al escenario y cómo toca, absolutamente perfecto. Al mismo tiempo, para mí fue una experiencia de reencontrarme conmigo misma”.

El show calentó motores con la presentación de Dizclaimers y una fina selección de post-hardcore y punk-pop en la previa a la tocata principal. Más allá de su repertorio ejecutado con maestría, el concierto de Frank logró reunir a los emos de antaño y entregarles, por fin, un lugar seguro; una pequeña cápsula del tiempo donde podían ser quienes siempre han sido.

El propio Iero lo dijo en mitad del show: de sentir que no tenía su lugar propio, ahora sabe que cuenta con una comunidad.

Luego de idolatrar a Iero por tantos años, “lo que pasó con esta tocata es que me lo trajo de vuelta a la Tierra. My Chemical Romance es parte de mi identidad y haberlo visto en un bar fue un regalo del destino”, explica Bordalí. A su vez, Rodrigo hace un análisis de cómo quienes antes pertenecían a la MCArmy traspasaron su fanatismo a Frank. “Existía un sentimiento colectivo de que pertenecemos a algo que nos une, que en ese momento se expresaba en las banderas chilenas con la simbología de Frank: los discos, poleras, chapitas, parches y todos esos elementos que permiten conjugar aquella dimensión simbólica de lo que implica ser fanático de algún grupo”.

Y es que tras el quiebre de MCR en 2013, Iero no perdió el tiempo y se embarcó en numerosos proyectos creativos. “Verlo tan feliz con lo que ahora hace, que es tan distinto, me dio mucha felicidad porque está en un buen momento: hace música espectacular, es padre de familia. Es otra época, pero el mismo sentimiento. Yo lo apañé, lo sigo apañando y lo apoyo en todo lo que haga”, concluye Magdalena. A su vez, Rodrigo alaba la capacidad de Frank para mantenerse vigente. “Nos demostró que se puede seguir haciendo música después de los uniformes, del delineador rojo y de los guantes de esqueleto, pero manteniendo un mensaje claro: la música está para salvarnos”.

Otra manifestación clara del fanatismo que nos une fueron los mensajes que los más organizados quisieron entregarle al guitarrista. Pequeños trozos de papel con el logo de Iero y el mensaje “You are good enough”, de su canción World Destroyer, representaban la convicción de que, frente a cualquier adversidad, el futuro es a prueba de balas y las secuelas son secundarias.

Todas las fotos son de Pancho Rojas, lo pillas en insta acá @panchorojascl y @atrphotographycl