Fui a una “rave zorrona” y ni el techno ni el M me salvaron de la peor experiencia de mi vida

Una fiesta que queda en un peladero de La Dehesa donde te revisan hasta el culo para entrar y está repleta de gente chorreándote piscola encima suena como una pesadilla.

Por Valentina Millán

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Un Rave es una fiesta ilegal que se realiza normalmente a las afueras de la ciudad, donde el baile y las drogas estimulantes y psicodélicas marcan la noche (o el día). Según el dj y productor Inti Kunza, un Rave “es un espacio de comunión social, una instancia donde las diferencias sociales/culturales se diluyen y se comparte la emoción del baile sin violencia ni prejuicios. Es un espacio de libertad, donde la gente privilegia el baile ante cualquier cosa. Bailar y bailar sin parar“.

Está bien. Es algo difícil exigir una fiesta ilegal y autogestionada que además aguante a mucha gente drogada. Pero hay límites. Llamarle Rave a una fiesta en una hacienda en La Dehesa, lleno de guardias de seguridad y donde la gente está más preocupada de “taquillar” y conversar que de bailar, a eso se le llama “evento”.

Tengo que hacer un mea culpa: me dejé llevar por la “buena fama” que construyó la productora y no hice una mínima investigación sobre la fiesta del sábado. Leí que venía Rodhad, uno de mis djs/productores de techno favoritos y no me importó realmente el lugar.

Forever es una productora que ha traído a músicos y djs que muchos llevábamos años esperando. Carl Craig, Jeff Mills, Ben Klock, Nina Kraviz en lugares como el Teatro Caupolicán, el Teatro La Cúpula y la Blondie.

Hasta entonces todo bien. Y lo sé, zorrones hay en todos lados. Ya no hay festival o carrete que se salve de su presencia. Incluso podríamos decir que hoy son el público objetivo de toda producción, ya que son capaces de pagar lo que sea por “darse la pala”, lo que permite inflar el precio de las entradas porque siempre estarán ellos para pagarlas.

He aprendido a convivir con ellos. No ha sido fácil, pero no creo que haya de otra. Cuando le dije a un amigo que quería ir el sábado a esta fiesta me dijo “Pero baby, esa fiesta está llena de zorrones”. Debí preocuparme de que él, que normalmente se rodea de zorrones, me dijera eso. En respuesta le dije “filo, me tomo algo, me pego al parlante, cierro los ojos y se me olvidan los demás”. El problema es que nunca alcancé a llegar al parlante.

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Verdaderos Ravers

 Cuando leí la descripción del evento, me motivó mucho que fuera al aire libre. En Santiago, son pocas las oportunidades de bailar techno en un espacio abierto y con buen sonido. No tenía chucha idea qué era la Hacienda Santa Martina ni dónde quedaba, pero en las fotos se veía una piscina y mucho pasto. Me imaginé una noche veraniega bailando con harto espacio, sentándome en el pasto y tomando aguita, pero nada de eso pasó. 

Solo el día del evento revisamos dónde quedaba la famosa hacienda. Descubrimos que básicamente queda a la conchetumadre. Pensamos en comprar un ticket para los buses de acercamiento, pero costaban $6.000. Sería un precio razonable si te van buscar y dejar a tu casa y te dan consomé a la vuelta. Además, el mismo día de la fiesta la productora escribió en facebook que el ingreso solo era con auto. Otra señal más en la que debí preguntarme en dónde chucha me estaba metiendo. Menos mal una amiga se consiguió uno y partimos. Casi dos horas después de salir de Ñuñoa llegamos a la famosa hacienda. Un contingente absurdo de guardias de seguridad nos hizo bajar del auto para revisarlo. Estuvimos 20 minutos tratando de entrar hasta que por fin estacionamos. 

No había ni medio metro de pasto cerca. Todo era tierra y piedras. El lugar era un rectángulo de rejas (o barras papales), de 50 metros por 200. Estoy siendo generosa porque ni cagando era más grande que eso. Había una alfombra en el piso para esconder la tierra. El piso quedaba tan desnivelado que vi caer a más de 5 personas.

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La hacienda prometida vs un tierral de precio inflado

El lugar estaba tan lleno que nadie tenía más de un metro cuadrado para bailar. Era como estar en el metro en hora punta. No solo era imposible moverse, sino que era imposible escuchar. Me cuesta entender a qué chucha van los zorrones a estos carretes. Se paran al lado del parlante a conversar y gritarse entre sí. Es casi imposible concentrarse en la música porque siempre pasa alguien empujando, hay una mina chillando a tu lado o una pareja comiéndose y botando todo su copete encima tuyo.

Mi misión era llegar al parlante, quedar sorda y bailar por horas y olvidar la cantidad de personas dando jugo y haciendo cualquier otra cosa que bailar o disfrutar la música. El problema es que el lugar era tan chico que estábamos todos hacinados y el parlante solo fue un sueño lejano. Me tuve que quedar de la mitad hacia atrás si quería tener espacio para levantar siquiera una pata.

¿Cuál es la idea de hacer una fiesta a la chucha del mundo para terminar encerrando a la gente en un lugar donde no tendrán espacio para moverse? Para eso mejor lo hacían donde siempre y nos ahorrábamos mucha plata y paja. Pero claro, no habría sido tan top. 

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Fue todo tan terrible que estuve a punto de pelear en público por primera vez en mi vida. Estaba bailando cuando una cabra se pone al lado mío y me empuja. La miré sin entender nada pero intenté seguir bailando y volvió a empujarme más fuerte. La miré y le dije “¿tenís algún problema mierda?” y solo atinó a abrir los ojos, darse vuelta y decirle al perkin que tenía al lado “ay, ¿qué onda esta ordinaria?”.

Yo estaba en M. Debía estar sintiendo mucho amor. Pero en cambio ahí estaba, con ganas de agarrarme a combos como nunca antes en mi vida. Imposible sentir amor en un lugar así con gente invasiva que no respeta nada. Ni tu espacio, ni la música ni a las personas. Pasan empujando con su piscola de 6 lucas gritándose “perro”, “maquina”, “zorro”, cosas que yo pensé eran un estereotipo pero son reales. Hueones totalmente heteronormados que no pueden creer que una mujer esté bailando sola y no quiera ser molestada. Ya tengo bastante con bailar al lado de minas que están con un hueón abrazándolas por detrás como si estuvieran en un concierto romántico.

No había agua potable en todo el recinto, y vendían botellas de 500 ml. a $3000 pesos. No solo es ilegal, sino que una gran irresponsabilidad de los organizadores, sabiendo que va a estar lleno de gente drogada con estimulantes y alucinógenos que obligan a consumir mucha agua para evitar la deshidratación. Lo mismo pasó en Sonar el año pasado. Parece que las productoras están buscando un Time Warp en Chile.

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Cada segundo que pasaba me daba más rabia que los organizadores del evento se atrevieran a llamarlo un Rave, una fiesta “underground”.

Terminó un ciclo de eventos de culto al underground, aportamos con artistas de nivel mundial a la cultura de la música electrónica en nuestro país, con un sonido de calidad y un buen ambiente… Volvemos agradecer de todo corazón a todos los que fueron parte de este ciclo RAVE”, rezaba el agradecimiento de la fiesta en Facebook.  

Underground en La Dehesa. Underground en una Hacienda y campo de golf. Underground pero te revisan hasta el hoyo para poder entrar. Underground y entre las entradas, bus de acercamiento y una botella de agua te echas más de 22 lucas.

Un Rave donde nadie baila porque todos gritan, se jotean y huevean. Un Rave auspiciado por marcas y con más seguridad que mall. Citando de nuevo a Inti Kunza: “el techno esta de moda, pero no su cultura”.

Nos fuimos como 20 minutos antes de que terminara porque no nos queríamos ir con todos los curados que más encima iban a manejar en bajada un cerro lleno de curvas. Al día siguiente me metí al facebook del evento y los buses que habían contratado y que costaban la no módica suma de 6 mil pesos nunca habían llegado. Ahí quedaron tirados 4o personas a las 5 de la mañana con menos de 5 grados, sin tener forma de salir de ese cerro infernal. Y habiendo ya gastado la plata del bus, tuvieron que juntar más plata aún para poder llegar a un lugar cercano a la civilización.

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Nos subimos al auto pero la neblina estaba asesina. No estábamos borrachos pero el 90% de los asistentes sí, y recé por sus vidas porque aunque los quise matar toda la noche nadie merece morir así. Cuando logramos bajar con vida del cerro, entre las absurdas mansiones vi que habían muchos, muchos conejitos. Chiquitos, saltarines y adorables. Acto seguido miré hacia la calle y ahí mismo yacían, cada medio metro, cadáveres de conejos aplastados contra el asfalto.

Porque sí, hay gente que con tal de alejarse del resto de la civilización es capaz de romper cerros y destruir la flora y fauna de un gran sector. Se alejan del resto de la población como si nosotros le hubiésemos hecho algo, cuando creo que la historia ha sido un poco al revés. Pero allá se van, a significarle la muerte a miles de conejitos que hace no tanto tiempo corrían libres de ser atropellados por jeeps, zorrones jaleros y mamás pasadas a vino blanco y alprazolam. Y por allá es dónde tuvo lugar el último “Rave”. 

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