Encontramos este ensayo en Lucha Libro (uno de nuestros sitios favoritos) así que pedimos la autorización de replicarlo. Es de incierta necesidad, lo sabemos, pero está bastante interesante.
Germán Garmendia está enojado. Furioso, en verdad. Tanto que no deja hablar a su novia gringa -también youtuber- Lenay Dunn. Si sus videos más clásicos no duran más de 5 minutos, acá se tomó una hora para disertar sobre el acoso de sus fans.
“No puedo salir a decir y decir ‘¡fuera de acá!’ porque están grabando. Y ese mismo video fuera de contexto (titularían): Germán, malo, el hijo de tu puta madre porque trata mal a sus fans. Cada vez que salgo (están con actitud de) ‘dime algo, porque lo grabo y lo subo’. Debo decir por favor, que no lancen rocas a la casa. Porque eso es lo que quieren y son felices (…)”.
Lo dice en un tono de voz distinto al castellano neutral con que graba sus videos. Una mezcla perfecta de impotencia y ganas de golpear a algo difícil de precisar. En esta parte podría jugar al cronista latinoamericano y probar una tesis tipo: “y no sabe que es sólo el monstruo hecho de espejos con que sus followers se reflejaban en él” o “pero a quien quiere golpear en verdad es a la medida de su soledad que ni su novia, ni los millones, ni el cariño de los fans pueden calmar”.
Pero en verdad todo es más simple. Germán es un hijo de las youtubenomics (su fortuna, según Forbes, es de 5 millones de dólares), levemente menos millennial que su entorno, autista a la manera de las novelas de Fuguet, despolitizado (a diferencia de su generación y este punto da para otro texto) y esclavo de su mito: papá fallecido en navidad cuando niño, mamá luchadora, víctima de bullying, que aunque no lo quiera, se ha convertido en un argumento de venta.
Por eso, lo que más le preocupa no es la invasión a su privacidad, sino que los fans (tiene naturalizado decirle a sus seguidores fans, como los músicos) le dicen “pensé que no eras así”. Ya sabemos: un producto con mala reputación pierde fidelización y nuevos consumidores.
Pero a la vez se siente como “un león encerrado en el zoológico”. Un “puto león” -dice- al que los que lo miran no les importa como se siente, porque sólo quieren una foto (chequear ese momento en 1:00:00 del video).
Pero retrocedamos:
“Estamos en mi oficina donde yo grabo…Y esta puerta si la abrimos hay una posibilidad muy grande que hay personas así”.
Y hace el gesto de grabarnos con un celular con flash. La acción es violenta, porque refleja exactamente como se siente el youtuber. Al principio del video (ya vamos en los 31 minutos), dice que todo esto fue cíclico.
Que primero eran papeles en su casa o una chica perdida que quería abrazarlo y felicitarlo por su trabajo.
Que después se fueron multiplicando.
Que -y esto demuestra que es menos inocente de lo que pensamos- quizá el chico que no es popular, cree que pidiéndole una selfie será más popular, porque así sus amigos comprobarán que sabe donde vive Germán (y lo dice en tercera persona) y logrará ser el chico popular a través de él.
Que todo esto lo ha obligado a cambiarse de casa.
El tema, obviamente, se soluciona contratando guardias privados, arrendando en un edificio con más seguridad y saliendo en auto. Los políticos, jueces, artistas, futbolistas lo hacen así, sin necesidad de exponer esto en videos de una hora.
Lo que pasa es que German quiere desahogarse y exponer su programa: grabar videos para que lo quieran como él quiere. No es casual que bajo este alegato esté pegado el “Por favor SUSCRIBETE AHORA!”, acompañado de los links correspondientes.
Pero volvamos a la economía. Internet no es un espacio distinto al de la vida cotidiana. Es más bien otro nivel donde exponerla.
No es que ahí podamos ser una mejor versión de nosotros, vivir otras vidas o aislarnos de los demás. Esa es una forma muy infantil de ver el asunto. Es decir, que una persona que finja vivir eternamente de viaje, no significa que haya cambiado su vida, sino que su ansiedad por escapar de su miserable vida la hace camuflarla en fotos de Instagram que glamorizan su aburrimiento. Es decir, sigue siendo ella misma.
Por eso la publicidad de celulares o Internet apela a esa búsqueda de escapar a algo mejor. Es lo mismo que las campañas publicitarias en televisión. Por eso aparecen jóvenes hipsters en los techos de los edificios de ciudades neutrales. O escapando al bosque. O amándose arriba de autos camino a la playa. El mito de “libérate con 10 gigas” permite que el consumidor acepte la libre explotación del deseo.
Y Germán fue un buen producto.
Aunque se ha obviado el método en que logró una popularidad mayor que otros youtubers (la teoría de los bots ha sido silenciada con el tiempo), sus videos cristalizan ese momento en que estás por salir del colegio a enfrentar las complejidades de la vida.
En el mundo Germán no hay papás, ni universidad, ni retrasos en los ciclos menstruales, ni despidos, ni gastos comunes.
Germán, de hecho, funciona como un amable y chillón preview de lo que se avecina a los adolescentes antes de salir del colegio. Una prologanción de la niñez, disfrazada de adolescencia.
Aunque por dentro respire el modelo que “consume” a Germán como hijo pródigo de la lógica de producción/reproducción youtuber capitalista de la cultura.
Y es que German no produce contenidos, produce audiencias. La única constante en un mar de variables.
Hace un año, para un reportaje, tuve que revisar decenas de videos, enterarme de que ha borrado algunos donde se enrabiaba, conversar con psicólogos, críticos literarios y “gente de la industria”.
Lo interesante es que todos llegaban tarde al fenómeno.
Un director de televisión lo ninguneaba diciendo que la audiencia de Germán no era instantánea, como en la tele, sino que iba creciendo con las semanas. La psicóloga me advertía sobre el peligro de estos modelos en la medida que el control de los padres o las instituciones formativas (colegio, iglesia, comunidades de base) desaparecen.
Una crítica decía que el título #Chupaelperro es de extremo mal gusto porque sexualiza a los niños, aunque él diga que es un chiste interno, un código para iniciados. Y la mayoría del mainstream no pudo evitar sorprenderse de la locura que provocó con el libro.
A mi me parece que lo más revelador de #Chupaelperro era ese espacio en la primera página hecho para que German lo firmara. Era una obligación de ir a la Feria del Libro o las presentaciones para que el autor estampe su firma. Como el viejo modelo disco-show en vivo.
German sigue hablando por Youtube.
Su novia dice que le da miedo ver “sombras en la ventana” o “chicos subiendo por el techo”. Germán se toma la cara. Dice que ha vivido cinco años con esta “paciencia”. Y van a mostrar a los fans que acosan, con suspenso y todo.
Resulta interesante que todo sea al ritmo de queja-de-youtuber que maneja los suspensos y los tiempos. Sólo al final veremos a los acosadores.
En general, los videos de youtubers son chistosos y de edición rápida, pero para explicar ciertos incidentes recurren al latoso monólogo (ojo con el star system de escala millennial). Acá dos ejemplos:
https://youtu.be/zxNA5HhOCrU
https://youtu.be/eb0BD6_K8Us?list=PLikoqIIA5DJTNkhHsC2PyjOkArFffU_qq
Si la carrera de Germán ha sido así de meteórica -con bots, mitificaciones y un tono anodino-rentable- seguro que aprenderá a rentabilizar este acoso. Porque la eterna adolescencia impostada que es el capital del youtuber a medida que crece, en algún momento se acaba. Aunque sea intuitivamente. Porque discurso, claramente no tiene. Y este es el perfecto momento para tener uno, aunque sea a la medida de sus ansiedades.
¿Quien podría juzgarlo por eso?
Date un gusto dando una vuelta por LuchaLibro.