Eva Illouz y Edgar Cabanas escribieron el libro ensayo Happycracia y acá te explicamos algunos conceptos que aborda ese trabajo.
¿Cuántas veces nos han dicho ‘deberías estar feliz’? O ser feliz, o dejar de estar triste. Son incontables todas las oportunidades en las que nos hemos debido enfrentar a la insistente felicidad de quienes nos rodean, sin embargo eso se podría entender -sobre todo si son personas cercanas, pero mira a tu alrededor. Mira la televisión, mira la prensa, mira los medios, mira a tus jefes, mira a tus compañeros de trabajo, todos insisten en que ‘hay que ser/estar feliz”. Tal como dice la socióloga Eva Illouz y el psicólogo español Edgar Cabanas en Happycracia, más que pedir que seamos felices el mundo parece exigirlo.
“La felicidad se ha convertido en una obsesión y en un regalo envenenado”, dicen los autores. De hecho, desde que en 1998 en Estados Unidos nació la ciencia de la felicidad o la psicología positiva se han permeado en la agenda académica, política y económicas de muchísimos países. Pese a que esta ciencia no es ni sólida y ni tan nueva, insisten ambos expertos, se alimenta constantemente de la psicología de la adaptación y también de la cultura de “la autoayuda”. Estas industrias mueven millones de dólares desde terapias “positivas” y “servicios de coaching”.
Tanto la ciencia como la industria se enfocan en vender felicidad, explican Illouz y Cabanas, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal”: esto dice que no existen los problemas sociales estructurales y propone un cuadro de deficiencias psicológicas individuales, siendo así la riqueza y la pobreza, el éxito y el fracaso o la salud y la enfermedad se enmarcan en resultados de nuestras propias acciones. Estaríamos siendo obligados a sentirnos felices, entonces, todo el tiempo y al mismo tiempo culpables por no serlo. Ambos autores dicen que poner en cuestión la felicidad se podría considerar de mal gusto, pero ellos no están en contra de la felicidad, sino que en contra de las perspectivas con las que se lee, las que tildan de reduccionistas.
La “felicidad” está en todos lados
En Amazon, hace años atrás, aparecían cerca de 300 títulos con el tag felicidad, hoy hay más de 2.000. La Organización de las Naciones Unidas estableció en 2012 el día internacional de la Felicidad. El economista Richard Layard es una de las mentes tras la corriente que quiere sustituir el PIB por índices de felicidad. David Cameron, en 2007, pensó que no sólo debía importar que la gente tuviera dinero en su cuenta del banco, sino que qué es lo que les hace más felices a los británicos.
Cabanas, que también es profesor de la Universidad Camilo José Cela, dice que la felicidad que se propone es “un estilo de vida que apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción, no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”.
Además, asegura que “la psicología positiva lleva 20 años diciendo que han descubierto las claves de la felicidad, pero están por ver. Incluso dijeron que habían descubierto la fórmula de la felicidad como si fuera una ecuación. Afirmaban que la felicidad en casi el 90% se debe a factores personales y las circunstancias no importan. Clase, nivel de ingresos o educativo, género, cultura, no importan. Las circunstancias no nos hacen felices, somos nosotros, es psicológico. Muchos se han desdicho de esa idea”.
En esta nueva ciencia, según el psicólogo, “no es suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor posible, y por eso no sólo el que lo pasa mal necesita un experto, sino cualquiera para sacarse el máximo rendimiento, aprender nuevas técnicas de gestión de sí mismo y obtener nuevos consejos para conocerse mejor, ser más productivo y tener más éxito. La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y tiene que ver siempre con una mirada hacia dentro, nos hace estar muy ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional. En vez de generar seres satisfechos y completos genera happycondriacos”.
Desde la ideología, el co-autor dice que es una conservadora ya que “Propone que las soluciones a problemas estructurales tienen soluciones individuales. Pero los trabajadores que viven en un estrés constante no lo tienen porque no gestionen bien sus emociones, es que la situación laboral es precaria, insegura y muy competitiva”.
De hecho, esta es la razón por la que la happycracia o la psicología positiva entró con tanta fuerza en las empresas. “En las empresas obligan a pasar cursos de resiliencia y mindfulness para aprender que eres tú el que ha de encontrar la forma de estar mejor en el trabajo, de eso depende la productividad. Y en la educación se dice que el objetivo es hacer que los alumnos sean felices. Habría que ver qué tipo de ciudadano queremos construir. Crítico y centrado en el conocimiento del mundo o un alumno emocional centrado en el conocimiento de sí mismo. Es complicado que la psicología en vez de ser una herramienta pase a dictar lo que debe ser la educación”.
Ambos expertos dicen que este ciencia desactiva el cambio social y ataca las emociones como la ira o el enojo. “Admiten que las circunstancias algo influyen pero es muy costoso cambiarlas y no merece la pena. Debes cambiarte a ti mismo. Abogan poco porque la idea de buena vida esté relacionada con una buena vida colectiva”, según consigna La Vanguardia.
“Las emociones no son positivas o negativas. Tienen diferentes funciones según la circunstancia. Y son siempre políticas. La ira puede ser mala a veces y buena para luchar por reparar injusticias. Cuando dices que es tóxica, desactivas una emoción política muy importante. Cuando estamos indignados, nos ponemos las pilas”.
Concluyen que “hoy declarar que no eres feliz es vergonzoso, como si hubiéramos perdido el tiempo, hubiéramos hecho algo mal, podríamos hacer algo y no lo hacemos, somos personas negativas. Pero el concepto de felicidad no ha sido igual en la historia. El actual tiene raíces norteamericanas. Y no tiene las claves para la buena vida. La única buena noticia es que de esta noción de felicidad se sale. Y hay valores más importantes: la buena vida es justa, solidaria, íntegra, comprometida con la verdad. No es estar preocupados por nosotros mismos todo el tiempo”.