Curarse es, como el sabor de un combinado y el tiempo, relativo. Veamos si cumplimos la misión.

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Un cuarto para las 10 de la noche en Bellavista, zona patrimonial del carrete santiaguino, y estamos listas para pedir algo fuerte para completar la misión; no era fácil, porque es sabido que SCL no es Valparaíso, la ciudad con el (quizá) copete más barato del país. Pero tuvimos fe.

Hace un par de semanas, en los HQ de Pousta nos dimos a la tarea de poner a prueba la economía carretera: tenemos 5 lucas por cabeza para tomar todo lo que podamos para emborracharnos, pero no en cualquier lugar.

Entrar a una de las universidades más importantes del carrete y el mundo no es sencillo, porque siempre tiene lista de espera. Aunque hayas llegado temprano a matricularte, siempre hay alguien antes que tú que sacó mejor puntaje o, en su defecto, se adelantó a chupar. El guardia, una mole de 1.60 metros, te pide el carné bruscamente, como si los 25 años no se te notaran en la cara por delinearse un poco más los ojos. Que no importe el impasse, porque el mesero más buena onda (y al que todavía le debemos plata porque spoilers: cinco lucas…) te acomoda un lugar en la mitad del local.

La Harvard es una leyenda viviente, que ha presenciado más pajas a vista y paciencia de todo el mundo que Babilonia. Se divide en tres: una disco en la parte posterior, que funciona los findes, una terraza que da a calle Bellavista y un local techado en donde cabe la mayor parte de los “buenos pal carrete”. Nos sentamos con la carta en la mano a evaluar lo que íbamos a pedir.

Una piscola y un vodka piña. Había que empezar por lo clásico, mientras Calvin Harris sonaba de fondo. Cuando llegaron los tragos, de verdad pensamos que estaban piola, que podían pasar tranqui como un copete de carrete de casa. Error.

El vodka (pl, un clásico) no estaba tan mal, pero la piscola: ¿era realmente pisco con Coca-Cola o bencina de 93 con sucedáneo de bebida carbonatada? Las piscolas de subida Ecuador, en Valpo, son malas porque son baratas, pero una de dos lucas no tenía por qué herirnos de esa manera; quemaba el esófago. A una de nosotras le provocó instintos suicidas. Es, básicamente, la peor piscola de la historia.

En el intertanto, un par de cabros de Antofagasta (la ciudad natal de una de las periodistas que se inmoló por esta encomienda) nos pidieron unir mesas para copuchar. A los dos los habían pateado (a una por loca y al otro por machista), así que estaban listos para bajarse sus pésimos combinados con nosotros. Hablamos del norte, del travestismo y del “weona qué brutal” hasta que el animador anunció que era noche de karaoke.

No, por favor no. (Realidad: Sí, por favor sí).

Subimos a mojito y margarita respectivamente, que calificamos con un 5: ni buenos ni malos. Con nuestros copetes (se acabaron las cinco lucas por cabeza, que conste) pasaron Lamento Boliviano, Ella y Yo, Una Cerveza, Noche de Entierro, Tren al Sur y ah, Historias de Taxi.

¿Qué es lo que hace un periodista seduciendo a la vida? ¿Qué es lo que hace un periodista construyendo una herida hepática?

A uno de nosotros se le calentó el hocico y empezó a robarle la chela a un par de chiquillos que se añadieron a nuestra mesa (uno de ellos se estaba joteando a la amiga de la Perla del Norte). Otra pensó seriamente qué hacer para conseguir más plata y seguir tomando, porque cabros, en la Harvard no aceptan RedCompra. HASTA LA VEGA ACEPTA TARJETA. Es así como terminamos endeudándonos con el mesero.

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Todos tenemos ganas de, alguna vez, cagarnos a alguien con copete. Pero no lo íbamos a hacer con quien nos trajo a la mesa el elixir de la cirrosis eterna. Fuimos por beca y terminamos debiendo el CAE del carrete.

Notas al cierre de esta edición:

  • En la Harvard se puede fumar pito adentro, nadie te webea ni te dice nada. Si tienes suerte, también te pueden regalar pitiadas SIN NADA A CAMBIO.
  • A veces llegan extranjeros con los que puedes conversar sobre lo bacán que es Chile, el copete y el reggaetón. Es 99% seguro que van a ser minos/as.